No es un discurso sobre el estado del mundo, aunque a veces pueda parecerlo. Así fue con George W. Bush en 2002, cuando la superpotencia definía su voluntad de cambiar el orden geopolítico y situaba a tres países, Corea del Norte, Irak e Irán, en la diana de su poderío, activado tras el 11-S, bajo el rótulo del Eje del Mal. No es el caso este año, en el quinto Estado de la Nación de Obama, perfectamente adaptado al carácter doméstico —balance del año transcurrido, perspectivas del entrante— que tiene la sesión solemne anual en la que las dos cámaras reunidas escuchan y aplauden las palabras que lee el presidente.
La ceremonia debe conducir siempre a la misma conclusión: la unión se encuentra en buen estado, es fuerte. Obama ha podido exhibir buenas cifras de crecimiento, empleo e inversiones, las mejores de su presidencia: puede ser ya el año del despegue para “el país mejor situado en el siglo XXI que cualquier otra nación en el planeta”. Con un severo pasivo: el crecimiento de las desigualdades y de la pobreza y la paralización de los ascensores sociales.