Grecia es el eslabón débil de la construcción europea. Las dos grandes crisis europeas de los últimos cinco años, que han hecho temblar la entera estructura en la que se sostiene la arquitectura de la Unión, han entrado por el país heleno. Primero fue la crisis del euro, cuya existencia llegó a peligrar por el endeudamiento insostenible de Grecia, y obligó a los tres sucesivos rescates de la economía griega, además de conducir a profundas reformas del sistema monetario y bancario europeo para evitar una repetición. Ahora es la crisis de los refugiados provenientes de Siria, Irak y Afganistán —un millón y medio en lo que va de año, de los que la mitad al menos han llegado por Grecia—la que está situando al borde del estallido el Acuerdo de Schengen que garantizaba la libre circulación de ciudadanos dentro del espacio europeo.
Angela Merkel estableció una ecuación cuando empezó la crisis de la deuda griega —si cae el euro, cae Europa—, que bien podría valer ahora para la crisis de los refugiados: si cae Schengen, también caerá Europa. A la vista de lo sucedido durante todo 2015 y de las previsiones para 2016, no está claro que la UE sea capaz de aguantar la llegada de dos millones de refugiados o incluso más, casi todos por un mismo camino que pasa por Grecia, un país sometido al desbordamiento de sus sistemas de control fronterizo y de su capacidad de acogida justo en mitad de la crisis política producida por los recortes sociales a los que obligaba el tercer rescate.
Ahora Schengen cuelga de un hilo. El Tratado prevé suspensiones temporales y excepcionales que pueden llegar hasta los seis meses, como la que ha aplicado Francia con motivo de la Conferencia del Clima y otros países como Austria, Dinamarca o Suecia por la llegada de los refugiados. Algunos responsables de Interior quisieran contar con la posibilidad de suspender el acuerdo durante dos años, con la idea de dejar fuera a Grecia mientras dure la crisis de los refugiados. Como sucedió con el euro, el país más periférico de la UE se enfrenta a la idea de una marginación que podría empezar como temporal pero fácilmente podría convertirse en definitiva.
También como en la crisis del euro, es Alemania quien carga con la factura más abultada. Es el país que ha recibido el grueso de los refugiados y el que lleva la batuta en la salvación de Grecia, con una cadena de iniciativas de difícil aceptación dentro de la UE: primera, asegurar un reparto racional de los refugiados que ya han llegado a territorio europeo entre los otros socios; segunda, obtener un acuerdo con Turquía para que frene la llegada de nuevos refugiados y acepte la devolución de los que sean rechazados; y tercera, convertir las actuales fronteras porosas y descontroladas de la UE en Grecia, los Balcanes y el Mediterráneo en unos límites exteriores bien custodiados.