La pasada semana participé en un seminario organizado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal). Una rara oportunidad para escuchar –durante día y medio, y a puerta cerrada- a algunos de los expertos internacionales más relevantes en el ámbito de la salud global. Entre las muchas cosas que se trataron, me llamó particularmente la atención el debate acerca del futuro de la investigación y el desarrollo (I+D) en este campo central del bienestar humano. Dicho de forma simple, el sistema que existe en este momento (basado en las normas de propiedad intelectual de la Organización Mundial del Comercio y en los programas de investigación que decidan financiar los gobiernos) no responde casi nunca a las necesidades de las poblaciones pobres. Cuando lo hace, las compañías farmacéuticas utilizan el control férreo de las patentes para elevar los precios fuera de órbita.
El resultado es un planeta en el que las enfermedades infecciosas prevenibles o tratables matan cada año a 10 millones de personas, de los cuales nueve residen en países pobres. Un tercio de la población mundial carece de acceso a los medicamentos que necesita. Es la era del 90/5: las enfermedades que cuestan a los países en desarrollo un 90% de las muertes prevenibles merecen tan solo el 5% de los recursos globales destinados a la I+D de este sector. Resultado: malas noticias si padece usted chagas o malaria... pero espléndidas si padece alopecia o impotencia.
Existen varias posibilidades de abandonar este laberinto y ninguna de ellas es sencilla. En primer lugar, cabe la posibilidad de aprovechar las flexibilidades que ofrecen los acuerdos de propiedad intelectual de la OMC. Estas medidas -que fueron el resultado de una derrota épica de las empresas farmacéuticas frente a ONG y países como Brasil e India- permiten a un Estado saltarse las patentes si existe una razón de emergencia o salud pública que lo justifique. En la práctica, esta excepción solo ha sido aceptada de manera directa en el caso de los tratamientos contra el SIDA, donde los países pobres han fabricado, comercializado o importado medicamentos genéricos para reducir el coste exorbitado de los combinados antirretrovirales. En otros casos (como en la batalla de la India por extender un tratamiento contra el cáncer), la reacción de las compañías y de gobiernos como el estadounidense han sido sencillamente bélicas.
Incluso en el caso de que los países desarrollados pusiesen fin a su papel de 'bullies' de la propiedad intelectual, quedaría sin resolver el problema de las enfermedades para las que los tratamientos ni siquiera son investigados (recuerden: 90/5). Por eso ha prosperado entre muchos gobiernos y organizaciones la idea de promover un Tratado Internacional sobre Investigación y Desarrollo que cumpla tres propósitos principales: incentivar la investigación sobre enfermedades que afectan a las comunidades pobres (incluyendo las no transmisibles, porque de cáncer y diabetes también se muere en Centroamérica); estimular nuevos mecanismos de financiación de los programas públicos; y garantizar la coordinación internacional de los programas de I+D. Si además se fortalece la capacidad investigadora de los propios países afectados, miel sobre hojuelas (véase en el vídeo la maravillosa experiencia de ISGlobal en Mozambique, sin ir más lejos).
El Tratado fue propuesto en abril de este año por un panel de expertos a la Asamblea de la OMS, que se reunía un mes después. Las reacciones de los miembros de este organismo fueron de todos los colores: mientras Kenia o UNASUR (que agrupa a varios países latinoamericanos) apoyaban la idea con más o menos matices, Suiza empujaba la pelota hacia la banda y EEUU y la UE la desplazaban de un chut a la estratosfera. La progresista Administración Obama, en concreto, planteaba un paquete de alternativas basado en las mismas soluciones de mercado que se han quedado tan cortas hasta ahora. Es muy posible que haya sido suficiente para dejar la idea en una vía muerta.
Para ser justos, el tiro era demasiado largo. Algunos observadores han señalado que este camino era excesivamente ambicioso, y eso acabaría por matar la idea. Tal vez se podría haber optado por centrarse en un puñado de enfermedades que, siendo relevantes, no espantasen al personal de esta manera. Pero las consideraciones tácticas no invalidan el argumento principal: en materia de salud global, el sistema de I+D vigente es parte del problema y no de la solución. Cuanto antes nos enfrentemos a su reforma, antes garantizaremos el derecho de todos a una vida digna.
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