Esta entrada ha sido escrita por Javier Garciso [su nombre real ha sido omitido por razones de seguridad], trabajador humanitario en la frontera de Turquía con Siria.
Miles de refugiados sirios que permanecen en Turquía (376.000 según cifras del ACNUR) deben estar preguntándose en este momento cómo les van a afectar los últimos acontecimientos de la plaza Taksim o lo que ocurra en Antakia -capital de Hatay y puerta de entrada para miles de sirios que huyen del conflicto-, donde el pasado 3 de junio murió un manifestante.
Oficialmente, las políticas de Tayyip Erdogan parecían favorables a este colectivo. Nosotros mismos pudimos comprobar in situ que los estándares de los campos turcos de refugiados superan ampliamente los campos de cualquier otra parte del mundo (para empezar, no hay una política de "fronteras cerradas" para las personas que huyen de la guerra). Pero hay que ir un poco más allá. A pesar de que hablamos de "refugiados sirios", Turquía no ha reconocido oficialmente la existencia de ningún refugiado en su territorio, sean sirios, iraquíes o bangladeshís. Son todos "invitados”, "solicitantes de asilo" o “visitantes”.
El matiz es importante, porque una persona designada oficialmente como 'refugiada' se encuentra amparada por el derecho internacional humanitario y disfruta de una serie de garantías. Por ejemplo, a no ser forzada a volver al país del que huye, situación por la que han pasado varios sirios, de acuerdo al relato que nos hicieron.
Si los campos que hay en Turquía fuesen oficialmente de 'refugiados', muchos de ellos no podrían encontrarse donde están ahora, a kilómetros (o incluso centenares de metros) de la frontera o en tierra de nadie. Nos contaban en Ceylanpinar que algunas noches se oían desde el campo disparos y explosiones, lo que provoca en los residentes una sensación de estrés y riesgo. Los jefes de campo con los que hablamos alegan que Turquía no vulnera ninguna norma internacional: simplemente son campos de acogida para visitantes. El hecho de que junto al campo hubiese una pequeña base militar con su tanqueta también vulnera los principios humanitarios más elementales al convertir los campos en un posible objetivo militar.
Como claman los manifestantes, tampoco la política del Gobierno turco es uniforme ni transparente con los refugiados. Varía de una región a otra. En Gaziantep, por ejemplo, visitamos un centro de registro (para no comprometerse, a los refugiados se les entrega un "carnet de información", en vez de un "carnet de identidad o registro") que permite el acceso a la cobertura sanitaria. Para un refugiado, las ventajas de llegar a Gaziantep o Mardin son mayores que hacerlo a Hatay, por ejemplo.
Mis compañeras nos cuentan desde Estambul que, incluso en un lugar tan alejado del centro como Kadikoy, a 20 minutos en ferry y 50 minutos en coche, hay caceroladas y muestras espontáneas de alegría por las manifestaciones. Confiemos en que los sirios residentes en Turquía tengan también motivos para estar pronto alegres.
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