Esta entrada ha sido escrita por Fernando Mazarro, coordinador de proyectos en Líbano, y Arantxa Cruz, responsable de Comunicación y Sensibilización, de ONG RESCATE Internacional (@ongrescate).
Refugiados sirios en Líbano. Foto: UNHCR.
Si para Winston Churchill, Rusia era "un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma", parafraseándole, podríamos decir que el problema hídrico en Líbano es "una tragedia envuelta en un drama dentro de una crisis".
Lejos queda la idílica imagen de un vergel libanés coloreado en tonos verdes y azules, rico en vegetación y en agua dulce. El agua se está acabando en Líbano donde cada día llegan 2.500 personas refugiadas (más de una persona por minuto) y la población de refugiados ha alcanzado, según datos de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), 1,6 millones, es decir, el 37% de la población total del país.
Líbano se enfrenta a un doble problema: un aumento exponencial de la demanda de agua y, al mismo tiempo, una rapidísima disminución del recurso.
Antes del estallido del conflicto sirio en marzo de 2011, Líbano ya pugnaba con unos servicios públicos perceptiblemente inadecuados y una infraestructura dañada. En la actualidad los servicios públicos de agua se limitan a tres días a la semana, en el mejor de los casos (la comúnmente denominada "del grifo" no es potable, lo que obliga a comprar embotellada y cada edificio tiene instalados tanques que son aprovisionados por camiones).
A la falta de infraestructuras se une que el país está padeciendo la peor sequía desde hace más de ocho décadas. Según el Servicio de Meteorología libanés, el nivel de precipitaciones de los meses de agosto y septiembre de 2013 fue de menos de la mitad que el año anterior, y este 2014 se espera que se reduzca aún más.
La demanda de agua en Líbano es de 1.800 millones de metros cúbicos por año, cantidad que ni los ríos ni los pozos de agua freática, sobreexplotados y heridos de muerte con la pertinaz sequía, pueden aguantar con este ritmo de abastecimiento frente a una población que no para de crecer. Así mismo, ACNUR establece el indicador nacional de provisión hídrica en 35 litros por día y en algunas zonas del país no llegan a los 11 litros.
A ello, hay que sumar el alto índice de mercurio que contienen las fuentes hídricas del país, debido al vertido indiscriminado de sustancias tóxicas durante la Segunda Guerra del Líbano en el verano de 2006. Además, el irracional uso de pesticidas en la agricultura está dañando los cursos subterráneos con las filtraciones, haciéndolos prácticamente no potables para el consumo humano.
Muchos analistas piensan que Líbano ha adoptado un rumbo ecológicamente insostenible para el que no hay salvación, a menos que se adopte un modo de vida totalmente distinto desde ahora mismo y el país comience a tomar medidas medioambientales diferentes a las aplicadas hasta el momento. Así mismo, los países vecinos (Siria, Jordania, Israel…) no se encuentran en mejor posición y muchos auguran que el próxima conflicto será la "Guerra del agua".
En conclusión, actualmente la pregunta clave es: ¿Cómo un país pobre en recursos y endeudado puede hacer frente a los efectos de la llegada masiva de personas refugiadas sin recursos hídricos?
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