Esta entrada ha sido escrita por Alberto Martín, de Distrito Pachanga (crónica de un viaje por tierra desde Vietnam hasta España, con un balón bajo el brazo y un partido en cada aldea visitada, tratando de buscar lo diferente para encontrar lo común de lo humano). Hoy se cumplen 30 años de la tragedia de Bhopal.
Reconocimiento de cadáveres tras la tragedia de Bhopal, el 3 de diciembre de 1984.
Hazrabi tiene 57 años y luce unos ojos honestos de los que cuesta apartar la mirada. Narra sin pausa, recalcando con el movimiento de sus manos lo que describe como indignación: indemnizaciones no recibidas, prófugos millonarios, gobiernos corruptos, multinacionales miserables y víctimas inocentes, ¿te suena familiar? El pan nuestro de cada día en el calendario neoliberal.
La madrugada del 2 al 3 de Diciembre de 1984, la población de Bhopal, ciudad situada en el área central de India, descansaba en una noche que tristemente nunca olvidarán. La mayoría dormía plácidamente hasta que apareció una de las sustancias más tóxicas jamás creadas por el hombre, el isocianato de metilo, comenzando ahí la pesadilla: ''...estaba durmiendo y sentí un picor muy intenso, notando polvo irritante por todo el cuerpo...''. El maldito químico provenía de una fábrica de pesticidas propiedad de la empresa norteamericana Unión Carbide y del gobierno indio. La noche de la catástrofe, seis de las medidas de seguridad diseñadas para prevenir un escape de gas no funcionaron bien, fueron desconectadas o resultaron inadecuadas. Despropósitos de la avaricia.
Cuarenta toneladas de gas letal se fugaban libremente por las fisuras de la fábrica y comenzaban a campar por la sentenciada ciudad. Al entrar en contacto con la atmósfera, la sustancia liberada se descompuso en diferentes gases formando una nube mortal de mayor densidad que el aire, recorriendo a ras de suelo toda la ciudad. 8.000 muertos en una sola noche. Muchos de asfixia casi inmediata. A otras miles de personas los gases quemaron ojos y vías respiratorias, mientras algunos, en un intento desesperado por huir de esa ciudad-cementerio, morían en accidentes provocados por la desesperación y la ceguera, en una representación del ensayo de Saramago, tan macabra como fiel al guión. La tragedia no había hecho nada más que comenzar. 12.000 fallecieron seguidamente en la primera semana post catástrofe. 150.000 quedaron permanentemente discapacitadas o enfermas crónicas. Se estima que más de 600.000 personas resultaron afectadas, y para no romper la tradición ''...la mayoría de las víctimas eran personas muy pobres, gente analfabeta y sin recursos...''. Antes pobreza extrema, ahora pobreza de solemnidad.
La multinacional Union Carbide abandonó la fábrica como el niño que rompe un jarrón, dejando atrás una ingente cantidad de sustancias nocivas, y al pueblo de Bhopal con un suministro de agua contaminada y un legado tóxico que todavía hoy causa daños; ''...mucha gente aún continúa sufriendo, muchos quedaron ciegos, otros no pueden andar. Mujeres jóvenes nunca consiguieron tener hijos, lo que es una tragedia aquí en India. Sus maridos las abandonaron, quedando marginadas''.
La purga de culpas no se hizo esperar; Union Carbide lava sus manos e imputa toda responsabilidad a su filial india. Esta mira hacia otro lado, encontrando allí al gobierno de India, asustado, arrinconado, quien envía el asunto a EEUU como quien manda la ropa sucia a la lavandería de la esquina; ''...el gobierno de India es tan culpable como Union Carbide, él permite a esta y otras compañías trabajar en India sin preocuparse de lo que hacen. Los políticos no se preocupan de la gente''.
He aquí el truco de deslocalizar empresas a países empobrecidos, pagas dos duros a los trabajadores, un par de miles a los funcionarios del gobierno y las medidas de seguridad son opcionales; en caso de fallo o error, si te he visto no me quiero acordar.
Un año después, Warren Anderson, presidente de Union Carbide, visita la fábrica y es arrestado por las autoridades indias. ¿huele a justicia por aquí? revisa tus fosas nasales. El jefe paga 1.672 euros y abandona el país con la facilidad que solo un rico puede costearse. La justicia estadounidense traspasa de nuevo el caso a India en un tiki-taka versión “catástrofe intercontinental”.
En 1989 el gobierno indio alcanza un acuerdo extrajudicial de indemnización con la compañía por valor de 470 millones de dólares. Se calculan entre 370 y 533 dólares por víctima. Ya conocemos el precio estimado de una vida para alguien pobre en India. Nadie se muestra satisfecho con el sospechoso acuerdo, y muchas víctimas aún reclaman que ni eso recibieron: ''...mucha gente no recibió nada, ningún tipo de compensación, construyeron un hospital, pero cuando acudes te piden dinero. Necesitas una tarjeta de afectado para poder acceder a sus servicios”, muchos no tienen tarjeta, y para conseguirla debes haber nacido antes de 1982, ¿qué ocurre con aquellas víctimas que sufren las consecuencias pese a haber nacido posteriormente? nadie se ocupa de ellas''.
En un giro extra a la ya cruda historia, en 1999 Union Carbide anuncia su fusión con Dow Chemical, quien olvida que al adquirir una nueva empresa no solo compra sus activos, sino también sus obligaciones. Próspera en los negocios un líder en bajezas. Dow Chemical factura anualmente 24.000 millones de dólares (¿tu mando a distancia funciona con pilas Energizer?¡enhorabuena! estás haciendo un poco más rica a tan ilustre compañía).
Warren Anderson sigue sin búsqueda ni captura en su mansión de New York, mientras la población reclama una indemnización digna y, sobre todo, justicia: ''…son asesinos y tienen que estar en la cárcel, deben ser castigados''. La justicia no sana las heridas pero reduce el dolor ''...seríamos mucho más felices viendo a los responsables entre rejas''.
Estados Unidos modificó su legislación sobre la industria química y sus códigos de buenas prácticas. Unos papeles algo mojados para evitar que en otros lugares continúen muriendo alrededor de 15 personas mensualmente, consecuencia de la exposición a gases tóxicos. 30 años después ''...nuestro verdadero deseo no es solo recibir las indemnizaciones prometidas; queremos que la gente nos escuche para que nunca vuelva a suceder''.
Mientras, en Bhopal, cada noche del 2 a 3 de diciembre salen a la calle, encienden sus velas, y rezan por sus muertos, desfilando sus gritos de justicia, esperan que por fin alguien les oiga. Eso busca Hazrabi, quien envuelta en su elegante sari granate nos cuenta como entre los muertos estaba su hijo. Sus gritos no son lamentos, son clamores a la dignidad.
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