Esta entrada ha sido escrita por Daniel Izuzquiza, jesuita, químico, teólogo y activista social, director de entreParéntesis (@entre_P) y de Razón y Fe.

El pasado jueves, el papa Francisco hizo pública su encíclica Laudato Si’, dedicada al “cuidado de nuestra casa común”. Es la primera carta encíclica que está dirigida no a los fieles católicos, sino a todas las personas del globo. Su impacto ha sido notorio, suscitando bastantes elogios y algunas críticas. En otro lugar hemos ofrecido ya algunas claves de lectura , por lo que aquí nos vamos a centrar sólo en un aspecto nuclear, el que directamente corresponde a este blog: ¿qué ideas irreverentes (o reverentes) contra la pobreza encontramos en este documento?
En primer lugar, el Papa asume claramente la óptica de las poblaciones empobrecidas a la hora de analizar la cuestión ecológica. No habla desde la situación acomodada de los países del Norte, ni desde los intereses económicos de las corporaciones mercantiles, ni desde las élites extractivas, ni desde los titubeos de los gobernantes… El punto de partida, para el papa Francisco, es “escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49) para descubrir así que “entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra”, que también gime (LS 2). De este modo, cuando habla de la contaminación (LS 20), del calentamiento global (LS 23 y 51), de los migrantes y refugiados medioambientales (LS 25), del acceso al agua potable (LS 28 y siguientes) o de la biodiversidad (LS 145), por poner sólo unos cuantos ejemplos, se fija muy especialmente en “las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más pobres del mundo” (LS 13). Y añade esta advertencia: “no imaginemos solamente a los pobres del futuro, basta que recordemos a los pobres de hoy” (LS 162). Hasta aquí, en síntesis, lo que Laudato Si’ destaca para detectar los efectos o consecuencias de la crisis socio-ecológica.