Por Teresa Cavero, responsable de Estudios de Oxfam Intermón. Esta organización ha presentado hoy un importante informe sobre desigualdad en Europa.
Una Europa para la mayoría sería aquella cuyas instituciones, gobiernos y empresas prestan servicios a las necesidades y los intereses de la mayoría de las personas, y que se organiza para que las personas en situaciones más desfavorecidas tengan la atención que necesitan para desarrollar una vida digna, y para que sus hijos e hijas salgan adelante y prosperen sin que el nivel económico del hogar en el que crecen sea un lastre de por vida. Sería una Europa donde las decisiones políticas se toman en esa dirección y, como resultado, los niveles de pobreza se reducirían, el respeto de los derechos humanos estría garantizado, y la sociedad en los distintos países europeos sería cada vez más equitativa y cohesionada. En definitiva, sería una Europa tal y como se define la Unión Europea en su Constitución, que ha inspirado reformas sociales y proyectos de unión regional en muchas partes del mundo.
Lamentablemente, los datos indican que la Unión Europea camina en la dirección opuesta a su propósito inicial. Los datos de pobreza y desigualdad en Europa no son dignos del continente más rico en pleno siglo XXI. Así lo muestra el informe Europa para la mayoría, no para las élites que Oxfam Intermón publica hoy. Basado en un amplio análisis de los mejores datos disponibles sobre las distintas mediciones de desigualdad y pobreza, no deja lugar a dudas. Los niveles son inaceptables. Una cuarta parte de la población dentro de la UE vive en situación de pobreza o exclusión social. Esto son 123 millones de personas. De ellas, casi 50 millones no pueden hacer frente a gastos imprevistos ni calentar sus hogares durante el invierno; esto son 7,5 millones más de personas con carencias materiales severas que en 2009.
El reparto de la riqueza en el continente europeo (incluidos países no miembros de la UE) pone blanco sobre negro que, en desigualdad, Europa compite con los países más desiguales del mundo. El 1% más rico de la población posee el 31% de la riqueza, si sumamos la del siguiente 9% más rico, resulta que el 10% más rico de la población tiene en sus manos casi el 70% de la riqueza de todo el continente (el 69%, para ser más exactos). Del otro lado, el 40% más pobre se reparte el 1% de la riqueza.
Una amplia mayoría de la sociedad europea percibe que sus gobiernos toman decisiones que favorecen a los intereses de una reducida élite de poder, y la desafección democrática se dispara de manera acuciante en los países más afectados por la crisis financiera y las políticas de austeridad. Y es que la toma de decisiones en el seno de la Unión Europea y en sus estados miembro está, en demasiadas ocasiones, teñida por los intereses de unos pocos grupos enormemente ricos. Las decisiones en materia fiscal, así como las medidas de austeridad adoptadas desde el comienzo de la crisis, son los dos ejemplos más claros de cómo los gobiernos, pudiendo legislar e intervenir a favor de la mayoría, de la igualdad y de las personas más pobres, lo hacen a favor de un puñado de grandes empresas, muchas de ellas del sector financiero.
La Unión Europea está frente a un espejo. Lo estamos viendo esta semana más que nunca. Los gobiernos tienen que decidir si siguen jugando a ignorar la realidad, o si de una vez van a apostar por un proyecto de progreso con justicia.
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