Esta entrada ha sido escrita por Ralph Baydoun, de World Vision Líbano, y Eloisa Molina, de World Vision España. La Fundación World Vision trabaja sobre el terreno en Siria y en los países vecinos.
Foto: World Vision.
El conflicto sirio ha cumplido cinco años. Un conflicto que ha dejado tras de sí 4,7 millones de Sirios que se han convertido en refugiados y 6,6 millones más están desplazados dentro de Siria. La mitad de ellos son niños que están en grave riesgo de enfermar, malnutridos, pasando frío, sufriendo abusos o siendo explotados. Millones han tenido que abandonar la escuela y se enfrentan a una vida sin futuro.
"Cuido muy bien de ellas", dice Aaliya de 6 años, una pequeña refugiada siria que vive en el Líbano; "soy la más mayor, y mi padre me pidió que cuidara de mis hermanas". Las tres viven con su madre desde que huyeron de la ciudad de Al Rakka en Siria.
Aprovechando la luz del sol, después de una noche fría bajo una tienda de campaña, estas tres hermanas inseparables se sientan al lado de la que ahora es su casa, en el Valle de Bekaa en Líbano, buscando un poco de calor. En la foto podéis ver a Aaliya vestida de rojo, tiene 6 años; Hasna vestida de negro, tiene 4 años; y Amal de 1 año de edad.
La pequeña Hasna se pinta las uñas con un botecito donde tiene tierra mezclada con agua, su bien más preciado, mientras que Aaliya sostiene a su hermana pequeña enrollada en una manta para mantenerla caliente. Su historia representa el presente de millones de niños a los que la guerra les ha arrebatado el futuro.
Mirando a los ojos de Aaliya en esta fotografía, recuerdo el día en el que la conocí, a ella y a sus hermanas, en el Valle de Bekaa. En aquel momento se estaba instalando en el improvisado asentamiento de tiendas donde viven, y las lluvias y el frío del invierno ya empapaban el valle. La pequeña niña que utilizaba el barro para pintar sus uñitas fue de las imágenes más impactantes que jamás he presenciado. Un poquito de barro le ayudaba a escaparse del caos en el que se encontraba.
En el quinto cumpleaños de mi hermano, mi padre decidió regalarle un IPad. Ahora tiene 9 años, y lo único que le entretiene en su IPad con el que habla con sus amigos y conecta con gente de otras partes del mundo.
La historia de Aaliya, Hasna y Amal
Estaba visitando los asentamientos informales del valle Bekaa, grabando una historia sobre una familia de refugiados para un canal de televisión cuando vi estas tres niñas guapísimas sentadas al lado de su tienda mientras que otros niños jugaban y cantaban juntos. En este vídeo podéis verlas detrás del corro en el que juegan otros niños.
En seguida quise saber más acerca de ellas así que fui hacia su madre y le hice un par de preguntas. Yo estaba en la puerta de su tienda y notaba que ella no estaba cómoda hablando conmigo porque estaba enferma, sola, y afanada intentando sacar el agua de la lluvia que había inundado la única habitación que tenían.
Le pedí permiso para hacer una fotografía a sus hijas y salí para hablar con ellas. Hasna estaba sujetando lo que parecía un botecito de pintauñas. Le pregunté si era suyo y aunque ella no me contestó, su hermana le dijo que lo abriese. Hasna abrió la botella y empezó a pintarse las uñas de los deditos de los pies.
El único juguete que tenían era esa botellita vacía rellena de barro. En ese momento se rompió mi corazón, la imagen era sencillamente desgarradora.
Hechos como este hacen más duro mi trabajo, y a mí me hacen ser más realista y consciente. En ese momento estaba enfadado con el universo. Enfadado con mi hermano de nueve años por tener ese IPad mientras que lo único que tenían estas niñas era barro. Enfadado con organizaciones de ayuda humanitaria como la nuestra que hacemos tanto por ayudar pero que en estos momentos parece que sea tan poco.
No sé qué habrá ocurrido con estas niñas, pero estoy seguro que su futuro es todavía muy incierto.
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