Una buena oportunidad para cogerse un "moscoso". Foto: SpainUN.
Tomen un problema complejo cuya resolución depende de la colaboración con otros. Negocien hasta la extenuación un plan de trabajo sin acciones, calendario o presupuesto. Reúnan a docenas de líderes determinados a actuar de acuerdo a estrictos intereses electorales. Declaren durante horas su buena disposición a aplicar unas normas a las que en todo caso estaban obligados legalmente. Abrácense y pasen al photocall.
En pocas palabras, esta es la secuencia de lo que ocurrió la semana pasada durante la cumbre de la ONU sobre refugiados y migrantes, complementada por una más práctica y pequeña liderada por el Presidente Obama. Cierto que la convocatoria de las reuniones es una victoria en sí misma. Al fin y al cabo, esta cumbre es la primera que dedica de manera exclusiva la Asamblea General a un reto que afecta de manera directa a cerca de 250 millones de personas y que ha llegado a situarse en el corazón del debate público de nuestro tiempo, desde el Brexit al cataTrump, pasando por el dilema existencial sobre el futuro de Europa.
Pero ni siquiera las expectativas más tibias nos habían preparado para la decepción de unas reuniones que han fracasado en tres frentes fundamentales: garantizar por adelantado los recursos financieros para atender a los refugiados; acordar un reparto más equitativo de la responsabilidad de acogida; y sentar las bases de una gobernanza mundial de la movilidad internacional de personas.