Ángeles Espinosa

Damasco a mi aire

Por: | 29 de noviembre de 2011

Al salir del aeropuerto, Maher, el joven que me vende la tarjeta sim para el móvil, asegura que todo está tranquilo en Damasco. “Hay algunas manifestaciones ilegales en las provincias, pero los temores que han acabado con el turismo son fruto de la exageración de los medios extranjeros”, asegura. No me atrevo a decirle que soy periodista. El taxista repite la misma canción. No da crédito a mi presencia. Hace meses que no coge a un extranjero. Para evitar suspicacias, respondo que he venido a Siria por “cuestiones de trabajo”. No me gusta mentir sobre mi profesión, pero tampoco quiero asustarle.

Aprovecho el trayecto hasta el hotel para hacer las primeras llamadas. En contra de lo que podía esperar tras la insistencia del Consulado sirio en Dubái para que me ponga en contacto con el Ministerio de Información “nada más llegar”, los funcionarios se toman en serio el fin de semana (aquí jueves y viernes) y no me han citado hasta el sábado a las diez. Así que tengo 36 horas para ver Damasco a mi aire. O eso pienso yo.

Desde la primera cena descubro dos cosas: Una, que sea lo que sea que esté pasando en país, los sirios han roto el muro de silencio; nunca antes había oído a ninguno de ellos expresar sus opiniones con tanta libertad dentro del país. Es la primera vez que las críticas al poder dejan de ser veladas, que oigo llamar “mentirosos” y “ladrones” a los dirigentes, aunque sea en voz baja. La mayoría me pide, eso sí, discreción. Aún no las tienen todas consigo y saben que el régimen sigue teniendo apoyos y, lo que es más importante, el aparato de seguridad de su parte.

Incluso en el Ministerio de Información hay funcionarios que señalan errores, falta de diligencia en las reformas… “Claro que podemos criticar al Gobierno, incluso al Partido [Baaz]; la línea roja es el presidente”, me asegura uno de ellos. El presidente, y su familia, pienso yo. No sé si es más arriesgado criticarle a él o a su hermano pequeño, Maher, que dirige la Guardia Republicana y la Cuarta División Acorazada del Ejército, a las que se atribuye la represión de las actuarles protestas. También parece intocable su primo Rami Makhlouf, a quien el +Financial Times+ atribuye el control del 60% de la economía siria. No digo nada a mi interlocutor para no ponerle en un aprieto.

La segunda impresión, que como la anterior se iría ratificando en los siguientes días, fue que Siria se encuentra profundamente dividida, tal como relaté en mi primera crónica desde Damasco. No obstante, ante el blanco y negro a que a menudo nos condenan los titulares, la cuestión es más compleja que un mero “a favor y en contra del Gobierno”. Eso es sin duda lo que se ve en las manifestaciones. Lo que no se ve es la mayoría silenciosa, tan harta del régimen como temerosa de los cambios que puede traer su desaparición. Intenté recoger sus miedos en otra crónica.

Esa polarización se traduce en una guerra mediática casi tan fuerte como la que enfrenta a manifestantes y fuerzas de seguridad en las calles de diversas localidades sirias. Ya desde mi visita a la Embajada de Siria en Madrid a mediados de septiembre tuve un avance de ella. Si los opositores cuelgan en la red vídeos durísimos de la represión, el régimen contraataca con DVD de contenido no apto para todos los públicos. El embajador Aala me dio el primero de una serie que al final de mi visita a Siria supera la veintena. Lo confieso: No los he visto todos. No tengo estómago.

De nuevo, me enfrento a un difícil dilema profesional. No tengo forma de comprobar la veracidad de los DVD. Tampoco de los vídeos difundidos por la oposición. Consulto con sirios y residentes extranjeros en Damasco. Las noticias no son alentadoras. La represión ha radicalizado las protestas: algunos manifestantes empiezan a armarse, los desertores del Ejército también disponen de armas, hay extremistas que ante la desigualdad de medios recurren al secuestro y la violencia sectaria. Para complicar las cosas, grupos con intereses distintos y distantes de la lucha contra la dictadura están aprovechando el totum revolutum para sacar partido. El régimen puede así aducir que lucha contra contrabandistas y maleantes de todo pelaje. Pero ¿no era Siria un estado policial donde nadie se movía sin el beneplácito de los servicios secretos?

Quiero preguntar a Buthaina Shaaban, la elocuente portavoz del presidente Bachar el Asad, por qué no han detenido a los responsables de las infiltraciones y el tráfico de armas que denuncian. Me iré sin obtener respuesta a mi solicitud de entrevista. Son las negativas y las restricciones de movimiento que impone el régimen sirio las que hacen buenas las palabras del arzobispo Desmond Tutu:

                               “It is my conviction that if we are neutral in situations of injustice, we have chosen the side of the oppressor. … The world must learn about respect, listening and forgiveness.” (Algo así como: “Estoy convencido de que si somos neutrales frente a las injusticias, nos ponemos del lado del opresor… El mundo debe aprender a respetar, escuchar y perdonar”.)

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Trinchera alrededor de la ciudad de Homs, que las autoridades no permiten visitar a los periodistas. / Á.E.

La última noche que paso en Siria, un amigo me invita a la Fiesta Nacional de Líbano. Está allí el +todo Damasco+. Mi amigo, un ex alto cargo del régimen, me presenta a dos señores, pero antes de que pueda decirme quiénes son, alguien requiere su atención y se da la vuelta. “¿Y ustedes a qué se dedican?”, inquiero cortésmente. Uno me dice su cargo, pero el segundo se ríe mientras cuchichea algo en árabe que no logro entender. Ante mi curiosidad, el segundo, traduce: “Se ocupa de su seguridad. Ha sido su ángel de la guarda dos de los días que ha estado usted en el hotel X”, un detalle que yo no les había facilitado. Más sorprendida por la admisión que por el seguimiento, balbuceo “ah, pues gracias” y me doy cuenta que el “a mi aire” ha sido relativo. Cruzo los dedos por los amigos con los que me he encontrado.

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Sobre la autora

lleva dos décadas informando sobre Oriente Próximo. Al principio desde Beirut y El Cairo, más tarde desde Bagdad y ahora, tras seis años en la orilla persa del Golfo, desde Dubái, el emirato que ha osado desafiar todos los clichés habituales del mundo árabe diversificando su economía y abriendo sus puertas a ciudadanos de todo el mundo con sueños de mejorar (aunque también hay casos de pesadilla). Ha escrito El Reino del Desierto (Aguilar, 2006) sobre Arabia Saudí, y Días de Guerra (Siglo XXI, 2003) sobre la invasión estadounidense de Irak.

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