Es la primera vez que viajo a Bagdad en una línea aérea regular, Emirates, desde 1991, cuando en vísperas del bombardeo estadounidense para desalojar a Sadam Husein de Kuwait llegué con Iraqi Airways. Desde entonces mis repetidas visitas a Irak han seguido las vicisitudes del país. Primero, la suspensión de las conexiones aéreas me obligó, como a los propios iraquíes, a hacer por carretera los mil kilómetros que separan Ammán, la capital de la vecina Jordania, de esta ciudad, con el consiguiente riesgo. Los salteadores de carreteras ya existían en tiempos de Sadam. Tras la invasión de 2003, y en cuanto empezaron a volar algunas compañías autorizadas, logré hacerme con todo tipo de justificantes para acceder a unos vuelos que inicialmente no admitían periodistas (siempre estaré agradecida a quienes me abrieron las puertas de AirServ). También viajé desde Dubái con Júpiter, bajo cuyo sugerente nombre alguien se forró trasportando contratistas y trabajadores asiáticos para las bases americanas en Irak.
Poco a poco, Royal Jordanian, Turkish Airlines y otras empezaron a restablecer las conexiones aéreas, primero con la región kurda (más segura) y luego con Basora y Bagdad. Pero para entonces yo ya vivía en Irán. Curiosamente, y a pesar de las acusaciones de que el Gobierno de Teherán se inmiscuye en los asuntos de su vecino, hasta 2008 no existieron vuelos regulares directos entre ambas capitales. Así que cuando en marzo de ese año el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, realizó su primera visita a Irak, logré colarme en el avión de la delegación iraní, una interesante experiencia que me permitió ser testigo de cómo los militares estadounidenses garantizaban la seguridad de su enemigo político desde las bambalinas.
Hoy, tal vez las cosas estén siendo al revés. Aunque la tensión diplomática entre la potencia regional y la superpotencia lleva varios meses in crescendo, el repliegue estadounidense se está haciendo sin problemas. A Irán le interesa que sea así, no vaya a ocurrir que los iraquíes se replanteen su decisión. Porque al final, resulta que la presencia de las tropas americanas les beneficiaba a casi todos por razones diversas.
Aunque los kurdos han sido los únicos que lo han dicho alto y claro, las minorías, empezando por los árabes suníes, admiten ahora que los soldados estadounidenses suponían una protección contra potenciales abusos de la mayoría chií (dos tercios de la población). Incluso el primer ministro, Nuri al Maliki (chií), utilizó la seguridad que proporcionaban los americanos para consolidar su poder. Sólo los sadristas, como se conoce al grupo de Múqtada al Sadr, eran abiertamente hostiles a que los extranjeros siguieran en el país, si bien en privado terminaron admitiendo la posibilidad de que se quedaran para dar formación a las fuerzas iraquíes, según fuentes diplomáticas.
O sea, que da la impresión de que al final los americanos se han ido a pesar de los iraquíes. El asunto es algo más complicado, pero la aparente contradicción entre las declaraciones y la realidad dice bastante del enrevesado teatro político que se representa en Bagdad. El imperativo de alcanzar complicados equilibrios entre confesiones y etnias, se agrava con la necesidad de conciliar los intereses de vecinos como Irán y Arabia Saudí, enfrentados entre sí y que no dudarían en arreglar cuentas sobre suelo iraquí.
“En realidad los estadounidenses ya se fueron hace meses, cuando se retiraron de las calles y se replegaron a sus cuarteles”, me asegura un diplomático europeo. Es verdad que la mudanza dura ya un año. Tal vez por ello, la transformación no es evidente.
Un paseo en coche por Bagdad muestra el mapa de una urbe fracturada por los muros de hormigón con los que los militares norteamericanos frenaron la guerra sectaria de mediados de la década pasada. Ya no se les ve en los puestos de control que jalonan la capital, pero el paisaje aún es el de una ciudad en estado de excepción. Cada barrio es una fortaleza, con barreras de entrada y de salida, y soldados fuertemente armados vigilan las instalaciones clave, sean puentes, ministerios o sedes bancarias. La mayoría de los habitantes, sobre todo las mujeres, apenas se aventura fuera de esas lindes. Tampoco hay niños jugando en la calle. Aunque el nuevo vuelo de Emirates es un signo de positivo, sólo cuando mujeres y niños vuelvan al espacio público, habrá regresado la normalidad.