Ángeles Espinosa

Sobre la autora

lleva dos décadas informando sobre Oriente Próximo. Al principio desde Beirut y El Cairo, más tarde desde Bagdad y ahora, tras seis años en la orilla persa del Golfo, desde Dubái, el emirato que ha osado desafiar todos los clichés habituales del mundo árabe diversificando su economía y abriendo sus puertas a ciudadanos de todo el mundo con sueños de mejorar (aunque también hay casos de pesadilla). Ha escrito El Reino del Desierto (Aguilar, 2006) sobre Arabia Saudí, y Días de Guerra (Siglo XXI, 2003) sobre la invasión estadounidense de Irak.

Eskup

A Bagdad en línea regular

Por: | 12 de diciembre de 2011

Es la primera vez que viajo a Bagdad en una línea aérea regular, Emirates, desde 1991, cuando en vísperas del bombardeo estadounidense para desalojar a Sadam Husein de Kuwait llegué con Iraqi Airways. Desde entonces mis repetidas visitas a Irak han seguido las vicisitudes del país. Primero, la suspensión de las conexiones aéreas me obligó, como a los propios iraquíes, a hacer por carretera los mil kilómetros que separan Ammán, la capital de la vecina Jordania, de esta ciudad, con el consiguiente riesgo. Los salteadores de carreteras ya existían en tiempos de Sadam. Tras la invasión de 2003, y en cuanto empezaron a volar algunas compañías autorizadas, logré hacerme con todo tipo de justificantes para acceder a unos vuelos que inicialmente no admitían periodistas (siempre estaré agradecida a quienes me abrieron las puertas de AirServ). También viajé desde Dubái con Júpiter, bajo cuyo sugerente nombre alguien se forró trasportando contratistas y trabajadores asiáticos para las bases americanas en Irak.

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Poco a poco, Royal Jordanian, Turkish Airlines y otras empezaron a restablecer las conexiones aéreas, primero con la región kurda (más segura) y luego con Basora y Bagdad. Pero para entonces yo ya vivía en Irán. Curiosamente, y a pesar de las acusaciones de que el Gobierno de Teherán se inmiscuye en los asuntos de su vecino, hasta 2008 no existieron vuelos regulares directos entre ambas capitales. Así que cuando en marzo de ese año el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, realizó su primera visita a Irak, logré colarme en el avión de la delegación iraní, una interesante experiencia que me permitió ser testigo de cómo los militares estadounidenses garantizaban la seguridad de su enemigo político desde las bambalinas.

Hoy, tal vez las cosas estén siendo al revés. Aunque la tensión diplomática entre la potencia regional y la superpotencia lleva varios meses in crescendo, el repliegue estadounidense se está haciendo sin problemas. A Irán le interesa que sea así, no vaya a ocurrir que los iraquíes se replanteen su decisión. Porque al final, resulta que la presencia de las tropas americanas les beneficiaba a casi todos por razones diversas.

Aunque los kurdos han sido los únicos que lo han dicho alto y claro, las minorías, empezando por los árabes suníes, admiten ahora que los soldados estadounidenses suponían una protección contra potenciales abusos de la mayoría chií (dos tercios de la población). Incluso el primer ministro, Nuri al Maliki (chií), utilizó la seguridad que proporcionaban los americanos para consolidar su poder. Sólo los sadristas, como se conoce al grupo de Múqtada al Sadr, eran abiertamente hostiles a que los extranjeros siguieran en el país, si bien en privado terminaron admitiendo la posibilidad de que se quedaran para dar formación a las fuerzas iraquíes, según fuentes diplomáticas.

O sea, que da la impresión de que al final los americanos se han ido a pesar de los iraquíes. El asunto es algo más complicado, pero la aparente contradicción entre las declaraciones y la realidad dice bastante del enrevesado teatro político que se representa en Bagdad. El imperativo de alcanzar complicados equilibrios entre confesiones y etnias, se agrava con la necesidad de conciliar los intereses de vecinos como Irán y Arabia Saudí, enfrentados entre sí y que no dudarían en arreglar cuentas sobre suelo iraquí.

“En realidad los estadounidenses ya se fueron hace meses, cuando se retiraron de las calles y se replegaron a sus cuarteles”, me asegura un diplomático europeo. Es verdad que la mudanza dura ya un año. Tal vez por ello, la transformación no es evidente.

Un paseo en coche por Bagdad muestra el mapa de una urbe fracturada por los muros de hormigón con los que los militares norteamericanos frenaron la guerra sectaria de mediados de la década pasada. Ya no se les ve en los puestos de control que jalonan la capital, pero el paisaje aún es el de una ciudad en estado de excepción. Cada barrio es una fortaleza, con barreras de entrada y de salida, y soldados fuertemente armados vigilan las instalaciones clave, sean puentes, ministerios o sedes bancarias. La mayoría de los habitantes, sobre todo las mujeres, apenas se aventura fuera de esas lindes. Tampoco hay niños jugando en la calle. Aunque el nuevo vuelo de Emirates es un signo de positivo, sólo cuando mujeres y niños vuelvan al espacio público, habrá regresado la normalidad.

Oportunidad perdida

Por: | 05 de diciembre de 2011

Este fin de semana he visto Black Gold, con Antonio Banderas en el papel de emir de Hobeika. No logré entradas para su estreno mundial en el Tribeca Doha Film Festival el pasado octubre y me quedé con las ganas. La prensa de Qatar subrayaba que la coproducción italo-franco-qatarí que ha dirigido Jean-Jacques Annaud rompía el estereotipo que identifica a los árabes como terroristas. Tal vez, pero la historia de las dos tribus que luchan por una franja de desierto con el trasfondo del descubrimiento del petróleo en los años treinta del siglo pasado, cae en todos los demás tópicos: árabe bueno / árabe malo, ambicioso modernizador / respetuoso de la tradición, rigorista religioso / moderado… Me ha parecido una oportunidad perdida.

También una oportunidad perdida es ya la situación en Siria, donde la brutalidad de la represión del régimen y el aislamiento internacional a éste, cada vez hacen más difícil una salida negociada. Es casi imposible llevar la cuenta de los muertos. La alta comisionada de la ONU para los derechos humanos, los cifró el pasado jueves de 4.000. A mí en Damasco, el abogado y defensor de los derechos humanos Anwar el Bouni me habló una semana antes de “al menos 5.000”. El problema es cómo frenar la matanza.

Fuera del país, los partidarios de las intervenciones humanitarias proponen corredores humanitarios e incluso protección aérea. Quienes ven oscuros intereses en cualquier intervención occidental, se oponen con toda clase de teorías sobre los objetivos finales de una eventual campaña. ¿Qué quieren los sirios? Desde el principio, se han mostrado contrarios a una operación militar, ni occidental, ni turca, ni árabe. Tampoco parece que esté en el programa (por muy costosa, resultado incierto y falta de voluntarios). Pero ¿y una campaña al estilo de la llevada a cabo en Libia?

La sola mención de ese país pone los pelos de punta a la mayoría de los sirios. “Desde el principio nos preguntamos si nosotros seguiríamos los pasos de los tunecinos y los egipcios o de los libios. A medida que pasa el tiempo, estamos más en el camino de éstos”, me confiaba preocupada una madre de dos hijos que simpatiza con las protestas. “¿Libia? ¿Dónde han matado a 50.000 personas? ¿Eso consideran un éxito?”, me espetaba por su parte una empresaria tan crítica con el régimen como con las revueltas. “Claro que queremos cambios, pero ni a EEUU ni a Europa, ni mucho menos a Qatar y a Turquía, les preocupan nuestros derechos sino sus intereses”, insistía convencida de que tenían que encontrar una solución entre los sirios.

“Ninguna revolución en la historia ha triunfado sólo por ella misma. Ahora el mundo se ha convertido en una pequeña aldea y nadie puede moverse solo”, discrepaba sin embargo El Bouni. En su opinión, “los derechos humanos no son un asunto local sino una cuestión que afecta a toda la comunidad internacional, por eso es su deber proteger a la gente en cualquier parte”. Este activista, que hace apenas seis meses que salió de la cárcel, pide la ayuda de Europa y Estados Unidos, pero no termina de precisar bajo qué forma.

“Es cierto que todos los sirios rechazamos cualquier clase de intervención extranjera, pero también que están matando a los manifestantes y que quienes salen a la calle necesitan protección”, admite el escritor Farez Sara, un opositor de larga trayectoria. Sara, que ahora forma parte de los Comités de Coordinación Locales, pone su confianza en la iniciativa árabe que, en su opinión, “no equivale a una intervención extranjera, ni política ni militar”.

Sin embargo, ni las sanciones anunciadas por los árabes hace una semana ni su nuevo ultimátum han servido para hacer cambiar de opinión al régimen de Damasco. Al contrario, los enfrentamientos se recrudecen en la ciudad Homs, convertida en el principal foco de la revuelta contra Bachar el Asad, tal como muestran las imágenes grabadas a través de teléfonos móviles ante el bloqueo a la prensa. Y lo único que se le ha ocurrido al Gobierno es prohibir la importación de los i-Phone. Mala señal.

Feliz Cumpleaños

Por: | 02 de diciembre de 2011

Coches

Desde hace días las calles se han llenado de banderas nacionales y carteles anunciando el aniversario. Emiratos Árabes Unidos (EÁU), la federación de siete emiratos de la que forma parte Dubái (donde resido), cumple 40 años hoy. El espíritu festivo es tal que incluso los extranjeros empezamos a contagiarnos. Así que he decidió hacer un paréntesis en la transcripción de las notas que me traje Siria, para reflexionar sobre este curioso país que ha logrado romper el tópico de ociosa monarquía petrolera para caer en el de reino mundial del consumo.

En realidad, estoy hablando de Dubái, el emirato que ha llevado la iniciativa en la transformación no sólo del país sino de toda la región. Menos agraciado con petróleo que Abu Dhabi, el hermano mayor de la federación, sus gobernantes aprovecharon su tradición comercial para desarrollar centro de re-exportación con la vista puesta no sólo en las orillas del golfo Pérsico sino en todo el subcontinente indio, de donde proceden la mayoría de sus trabajadores. Junto a la diversificación económica, la mano de obra extranjera ha sido clave para ese desarrollo, imposible con la escasa población autóctona.

Apenas un millón de los entre cinco y ocho millones de habitantes que se estima residen en el país, son emiratíes. De ahí tal vez el entusiasmo con que estos días agitan la bandera nacional y las sorprendentes decoraciones de sus coches con los colores de esa enseña o los rostros de los siete emires de la unión. La empresaria Umm al Nahyan ha llegado a gastar 162.000 dirhams (unos 33.000 euros) en adherir a la chapa de su todoterreno 150.000 cristales Swarovski para mostrar su patriotismo.

Camellos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los medios locales ensalzan el progreso alcanzado en estas cuatro décadas. Imágenes del país a principios de los años setenta y ahora dan prueba del enorme salto de una sociedad casi medieval hasta estos albores del siglo XXI. Algunos analistas hablan de “modelo de desarrollo”. Sin duda, y a pesar del impacto de la crisis financiera, eso es cierto en el terreno económico y de las infraestructuras, pero aún quedan sombras en el terreno de los derechos políticos, laborales y de los inmigrantes.

EÁU se ha mantenido al margen de las revueltas que agitan el mundo árabe. Como las otras monarquías petroleras dispone de recursos para cooptar a su población, pero sobre todo de una sociedad más abierta. Aún así, la reciente condena a cinco activistas que pedían el sufragio universal ha señalado los límites a la libertad de expresión. El hecho de que el presidente de la federación y emir de Abu Dhabi, el jeque Khalifa bin Zayed al Nahyan, les haya perdonado y puesto en libertad no cambia lo esencial.

Pero la preocupación de las organizaciones de derechos humanos e incluso de su aliado EEUU se centra en los extranjeros que constituyen la mayoría de los habitantes y hasta el 99% de la fuerza laboral en el sector privado. A pesar de sus avances en la lucha contra el tráfico de personas, el sistema de patrocinador ('sponsor') que imponen las leyes de inmigración da a los empresarios un poder excesivo sobre las vidas de sus trabajadores extranjeros. La situación es especialmente grave para las empleadas de hogar, a menudo víctimas de abusos. Además EÁU sigue sin reconocer los derechos de asociación y huelga.

Tal vez algunos consideren políticamente incorrecto hablar de esos puntos oscuros en medio del clima celebratorio. Pero sin avanzar en esos derechos fundamentales, el desarrollo del país no será completo. Aunque los rascacielos imponentes y los gigantescos centros comerciales atraigan gran número de turistas, su imagen terminará resintiéndose y el equilibrio social estará en peligro.

¡Feliz 40º aniversario!

El Ejército Libre de Siria

Por: | 01 de diciembre de 2011

Oigo en las noticias que el Consejo Nacional Sirio (CNS) y el Ejército Libre de Siria (ELS) se han comprometido a coordinar sus esfuerzos para derribar a Bachar el Asad y acordado el cese de los ataques contra su régimen. El contacto entre el CNS, que engloba a la mayoría de los grupos de oposición, y los oficiales y soldados que han desertado del Ejército sirio se ha producido en la provincia turca de Hatay, fronteriza con Siria y donde cada vez más se concentra la actividad de los disidentes.

“El Consejo ha reconocido al ELS como una realidad y el ejército ha reconocido al CNS como el representante político de la oposición”, ha declarado un portavoz del grupo. La reunión se produjo el pasado lunes entre Riad al Asaad, el coronel sirio refugiado en Turquía que dirige el ELS, y seis miembros del CNS, entre ellos su presidente Burhan Ghalioun.

¿Qué significa ese reconocimiento mutuo si a la vez se anuncia que los desertores van a dejar de atacar al régimen? La decisión puede parecer contradictoria, pero durante mi reciente visita a Siria, mientras trataba de averiguar el alcance de las deserciones, descubrí que los opositores rechazaban su recurso a la violencia.

Como era de esperar, el único oficial del Ejército con el que logré hablar, el general Feisal Hasan, director del Hospital Militar Techrin, negó que hubiera desertores. Sin embargo, insistió en que los soldados se enfrentaban a “gente armada”. “Los detenidos cuyas confesiones se han pasado por televisión no son militares ni ex militares”, subrayó.

Los hechos parecen desmentir sus palabras. Ya no se trata sólo de vídeos colgados de Internet cuya veracidad resulta imposible de confirmar. El propio coronel Al Asaad y otros militares han concedido entrevistas a medios de comunicación en Turquía, donde muchos han recalado entre los 7.500 refugiados sirios que acoge ese país. La semana pasada, Jordania reconoció que un centenar de ex militares se encontraban en su suelo.

 

A la vista de esos datos, resulta a todas luces exagerada la cifra de 15.000 miembros que el coronel Al Asaad ha asegurado tener a sus órdenes. Fuentes de los servicios secretos europeos estiman en cinco mil los desertores, pero eso incluye también a los reclutas que ha optado por volver a sus casas y esconderse hasta que pase el temporal. Nadie tiene claro cuántos se han convertido en activos contra el poder, aunque de momento no ha supuesto una fractura del Ejército.

Sólo en la medida que su número aumente constituirán una amenaza grave para el régimen. Sin embargo, su mera existencia y algunas de sus acciones plantean el debate sobre el recurso a la violencia. De momento, la mayoría de los opositores se muestran en contra de esa alternativa.

“Me opongo a sus operaciones. Apoyo que protejan a civiles. No deseo que haya una guerra dentro del Ejército”, me dijo Anwar el Bouni, un destacado abogado y defensor de los derechos humanos, que no esconde su oposición al régimen. De acuerdo con sus datos, 5.200 soldados y oficiales habrían sido encarcelados por rechazar las órdenes de abrir fuego contra la población. “A algunos les han matado por ello”, añadió.

En la misma línea se expresaba el escritor disidente Farez Sara, miembro de los Comités de Coordinación Local, la red establecida por los opositores dentro del país. “No sabemos mucho sobre los desertores y por ello es difícil evaluar su actividad. Pero yo me opongo [a recurrir] a la violencia porque puede llevarnos a la guerra civil”, me confío en su domicilio de las afueras de Damasco.

Tal vez por ello, al informar del acuerdo con los desertores, el portavoz del CNS ha dicho que “el deber del ELS es proteger a la población y no atacar” al régimen sirio. Pero a medida que el conflicto se prolongue, va a ser más difícil mantener una distinción tan clara.

El País

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