Ángeles Espinosa

El país del opio

Por: | 29 de febrero de 2012

¿Puede alguien llegar a matar para vengar la quema de un libro por muy sagrado que sea? Es lo que ha sucedido en Afganistán tras descubrirse que soldados estadounidenses quemaron unos ejemplares del Corán destinados a los presos. Durante varios días las protestas se han sucedido y con ellas los llamamientos a atacar a cualquier soldado extranjero, y por extensión a cualquier extranjero, que se encuentre sobre territorio afgano. Desde una perspectiva occidental resulta incomprensible.

Sabemos que Afganistán es un país pobre, atrasado, olvidado de la mano de Dios que diría mi difunta abuela. ¿No tienen los afganos nada más importante de lo que quejarse? ¿No sería mejor que protestaran por la falta de empleos, de educación, de sanidad, de un Gobierno representativo y responsable? Resulta fácil reducir a quienes han salido a la calle a una panda de fanáticos, ignorantes y desocupados. De alguna forma, son precisamente esas carencias las que subyacen bajo su pasional defensa del Corán. A falta de otras certitudes, los afganos se aferran a lo único que tienen, su libro sagrado.

Afganistán es un país complejo a pesar de la aparente simplicidad de su gente. Tres décadas de guerras sucesivas lo han convertido también en un país torturado y disfuncional. Hacía falta un gran acto de fe, y cierto grado de ingenuidad, para esperar que la floja implicación de la comunidad internacional fuera a ser capaz de reconducirlo hacia un mínimo de desarrollo y normalidad. Pero además a fuer de superficial, la intervención ha terminado por ser perniciosa.

Hay varios ángulos desde los que puede analizarse el fracaso internacional en Afganistán: el militar, el económico, el político… Pero ninguno como el de la droga explica el grado de perversión, crueldad y desesperanza que se ha adueñado de una población que recibió con muestras de alivio el derribo del régimen del los talibanes, con los que ahora se intenta negociar una salida por la puerta de atrás.

Opium nationAcabo de terminar la lectura de Opium Nation (Harper Perennial, 2012), donde se explica cómo ese cáncer se ha extendido por el país corrompiendo a sus políticos, a sus soldados y toda una generación. Su autora, Fariba Nawa, es una afgano-americana cuya familia abandonó Afganistán tras la invasión soviética cuando ella apenas contaba 11 años y que regresó en el año 2000, aún bajo la dictadura talibán, para descubrir sus raíces. Desde entonces, esta mujer determinada ha trabajado y vivido en el país mientras tejía el entramado de este libro que es a la vez un viaje de descubrimiento personal y una travesía por las entrañas afganas.

Conocí a Fariba en el verano de 2002 cuando me dedicaba a recorrer Afganistán por carretera (aún era posible hacerlo) para una serie de reportajes en EL PAÍS. Unimos fuerzas en Kandahar, y junto a la fotógrafa alemana Heike Schütz que me acompañaba desde Kabul, nos trasladamos a Lashkar Gah, la capital de Helmand y centro mundial de producción de opio. El cultivador que visitamos aún dudada y optaba con prudencia por dividir sus tierras entre los frutales y las amapolas. En el mercado, la pasta de opio se ocultaba de la vista. Todavía no estaba claro cuál iba a ser la política de drogas de los ocupantes y del nuevo Gobierno.

Desde allí, y después de que una banda de talibanes parara nuestro vehículo en el camino, nos dirigimos a Herat, donde su familia nos acogió con una hospitalidad largamente perdida en nuestra parte del mundo. Fue allí, en casa de los Ehrari, donde comprendí lo que Afganistán podía haber sido de no haberse convertido en un escenario de la guerra fría y lo que los afganos. Esa estancia me permitió, nos permitió, viajar a Ghurion, la localidad que hasta la salida de los talibanes fue el centro de la mafia del narcotráfico, y ver de primera mano la esperanza de cambio de la población. La comarca había llegado al límite: 3.700 adictos y 3.000 viudas entre apenas 200.000 habitantes.

Les defraudamos. La estrechez de miras de EEUU cuyos soldados se centraron exclusivamente en eliminar a los miembros de Al Qaeda, olvidándose de la droga, cuando no utilizándola para comprar aliados, sembró en gran medida el desastre que iba a venir luego. Ha sido el dinero de ese tráfico ilícito el que ha financiado la vuelta a escena de los supuestamente puritanos talibanes.

No volví a Ghurion, pero Fariba sí que lo hizo. No sólo eso sino que tiró del hilo de las mafias. Se reunió con traficantes y adictos. Descubrió que las deudas de droga se pagan a menudo con niñas-novias. E incluso compartió guardias con policías honestos cuyo trabajo se ve a menudo cercenado por oficiales corruptos. Todo eso lo cuenta en este libro apasionante porque a diferencia de otros escritos antes por periodistas, políticos o académicos, está contado desde el lado humano, desde sus protagonistas afganos. Sería estupendo que alguna editorial lo publicara en español. En él están muchas de las claves que explican por qué los afganos, algunos afganos, están dispuestos a matar por un Corán.

Hay 8 Comentarios

Muchas gracias por compartirlo.Me ha gustado mucho leerlo. El mundo de la droga es más cruel que la guerra, Y más devastador si cabe que una guerra si no existieran las postguerras.
Cuando he comenzado a leerlo (he estado a punto de no continuar) no lo había entendido. Pero mientras continuaba pensaba que muchas personas no entienden que una guerra se perpetúe porque no han leído artículos como éste.
Lo peor de este caso, el de Afganistan, es que es muy dificil. Tan fantasmagórico como el peor de los infiernos. Sobre la imagen de las ruinas, la ruina de los hombres, parasitados por la heroína. El hombre occidental aparece entonces enanizado, minúsculo, incapacitado. Todos nosotros resultamos viejos y acartonados, casi imantados, lentos: esclavos de un cuerpo blanco, profundo, blando y pesado.
Ojalá buscásemos lo sagrado en todo lo que tenemos al alcance de los ojos. Y aunque, paradójicamente, lo esencial sea invisible, tampoco está en el Corán o en la Biblia. Este post lo testimonia. Y yo agradezco esta ejemplaridad: la humanidad que se nos muestra a todos, más o menos impotentes, más o menos muertos.

Muchas gracias por compartirlo.Me ha gustado mucho leerlo. El mundo de la droga es más cruel que la guerra, Y más devastador si cabe que una guerra si no existieran las postguerras.
Cuando he comenzado a leerlo (he estado a punto de no continuar) no lo había entendido. Pero mientras continuaba pensaba que muchas personas no entienden que una guerra se perpetúe porque no han leído artículos como éste.
Lo peor de este caso, el de Afganistan, es que es muy dificil. Tan fantasmagórico como el peor de los infiernos. Sobre la imagen de las ruinas, la ruina de los hombres, parasitados por la heroína. El hombre occidental aparece entonces enanizado, minúsculo, incapacitado. Todos nosotros resultamos viejos y acartonados, casi imantados, lentos: esclavos de un cuerpo blanco, profundo, blando y pesado.
Ojalá buscásemos lo sagrado en todo lo que tenemos al alcance de los ojos. Y aunque, paradójicamente, lo esencial sea invisible, tampoco está en el Corán o en la Biblia. Este post lo testimonia. Y yo agradezco esta ejemplaridad: la humanidad que se nos muestra a todos, más o menos impotentes, más o menos muertos.

La religión es el opio del pueblo. Y el opio la religión de sus adoradores.

Durante siglos y hasta la primera mitad del siglo XX la droga era consumida, principalmente, por los ricos, ya que su coste no estaba al alcance de los humildes. Fue en la etapa de la guerra fría, entre los imperios soviético y americano, que se convirtió en un arma arrojadiza, de caracter politico, para minar al adversario. Y ahora tenenos su consecuencia a escala planetaria. Ahora bien, eso nada tiene que ver con lo religioso. Ya se sabe que todos los libros, llamados sagrados, fueron escritos por hombres, no por ángeles, que convirtieron lo religioso en un sistema ideologico lleno de contradicciones éticas. La contradicción mas sobresaliente es la de un dios vengativo, insatisfecho con su propia creación.

Ángeles, sobre el otro aspecto de tu post de hoy, el religioso, me permito compartir esta reflexión. Qué sucedería si un día domingo, en plena misa en una iglesia católica un sujeto coge el cáliz, (se lo arrebata de las manos al cura) con las hostias benditas y comete algún tipo de ofensa o sacrilegio. Cuál sería la reacción de los fieles en ese momento en esa iglesia de España, Italia o Portugal? Otro caso: que pasaría si en pleno rito Mormón en Salt Lake City un sujeto arrebata de las manos del Pastor el Libro del Mormón y comete actos indecentes contra el? Cómo responderían los fieles Mormones en ese caso? Que pasaría si un día viernes en El Muro de los Lamentos ( el sitio más sagrado del judaísmo) alguien comete actos indecentes e irrespetuosos, cuál seria la reacción de los hebreos ahí presentes?.. Mi argumento es: que es imposible comprender lo que significa El Corán para los musulmanes desde una perspectiva occidental. Además el mundo árabe tiene sus propios tiempos de evolución y desarrollo social que esta muy claro que no son los mismos que los de occidente. Creo que el tema “situación de la mujer en la sociedad” es una muestra clara de ello. Pero recordemos que hace apenas 50 años o menos en algunos Estados del sur de los EU los afroamericanos tenían que cruzar de acera cuando venia caminando un blanco, no se podían sentar en los autobuses si había un blanco en pie y los días viernes era costumbre que el Ku Klux Klan saliera a “capturar y linchar” afroamericanos. Me pregunto: es tan difícil comprender que los tiempos del Mundo Árabe no son los nuestros? Tolerancia y respeto por todo tipo de diversidad, creo que son 2 conceptos claves si de verdad queremos y anhelamos la PAZ mundial. Con amistad, sc

Ángeles, saludos. El problema de la droga en todo el Mundo es muy complejo. Hay una cadena desde la siembra (productores), elaboración de la materia prima en pasta, traslado, introducción en los mercados (compradores) y comercialización. Los consumidores(adictos) de heroína son ciudadanas y ciudadanos de países ricos. No manejo ahora el costo de la heroína en NY, Madrid, Ámsterdam pero si sé que es cara, muy cara. Con la cocaína sucede algo similar. El campesino boliviano siembra coca en sus tierras muchos siglos antes de que Colón partiera del Puerto de Palos. Obviamente que si se siembra amapola y se elabora pasta de opio en Afganistán es porque alguien pagará por ella. El narcotráfico internacional como crimen organizado es un fenómeno relativamente nuevo. Cuenta con recursos inimaginables y de todo tipo. Es algo terrible pero es una realidad. Con esto quiero decir que para resolver y solucionar tamaño problema no basta centrarse en los productores (que como en el caso afgano también son adictos), ya que mientras alguien necesite heroína en NY y esté dispuesto a pagar por ella…alguien sembrará amapolas, alguien elaborará la pasta y la droga finalmente llegará al consumidor. Tú lo dices claro “olvidándose de la droga, cuando no utilizándola para comprar aliados”. Los Marine Corps no olvidaron las amapolas, las utilizaron. En Suiza el consumo fue despenalizado y los resultados son alentadores. En México y Centroamérica (por donde pasa toda la cocaína que consumen los EU y gran parte de Europa) el tema del día es la despenalización. Con amistad. sc

me cago en el coran

A vueltas con el Golfo se refiere al puñado de países que rodean este Golfo que los iraníes llaman Pérsico y los árabes, Arábigo. El blog busca reflejar una región que además de tener petróleo es también un lugar de contrastes entre modernidad y tradición, pobreza y riqueza, inmovilismo político y ansias de reforma........

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Sobre la autora

lleva dos décadas informando sobre Oriente Próximo. Al principio desde Beirut y El Cairo, más tarde desde Bagdad y ahora, tras seis años en la orilla persa del Golfo, desde Dubái, el emirato que ha osado desafiar todos los clichés habituales del mundo árabe diversificando su economía y abriendo sus puertas a ciudadanos de todo el mundo con sueños de mejorar (aunque también hay casos de pesadilla). Ha escrito El Reino del Desierto (Aguilar, 2006) sobre Arabia Saudí, y Días de Guerra (Siglo XXI, 2003) sobre la invasión estadounidense de Irak.

Eskup

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