Ángeles Espinosa

Sobre la autora

lleva dos décadas informando sobre Oriente Próximo. Al principio desde Beirut y El Cairo, más tarde desde Bagdad y ahora, tras seis años en la orilla persa del Golfo, desde Dubái, el emirato que ha osado desafiar todos los clichés habituales del mundo árabe diversificando su economía y abriendo sus puertas a ciudadanos de todo el mundo con sueños de mejorar (aunque también hay casos de pesadilla). Ha escrito El Reino del Desierto (Aguilar, 2006) sobre Arabia Saudí, y Días de Guerra (Siglo XXI, 2003) sobre la invasión estadounidense de Irak.

Eskup

El país del opio

Por: | 29 de febrero de 2012

¿Puede alguien llegar a matar para vengar la quema de un libro por muy sagrado que sea? Es lo que ha sucedido en Afganistán tras descubrirse que soldados estadounidenses quemaron unos ejemplares del Corán destinados a los presos. Durante varios días las protestas se han sucedido y con ellas los llamamientos a atacar a cualquier soldado extranjero, y por extensión a cualquier extranjero, que se encuentre sobre territorio afgano. Desde una perspectiva occidental resulta incomprensible.

Sabemos que Afganistán es un país pobre, atrasado, olvidado de la mano de Dios que diría mi difunta abuela. ¿No tienen los afganos nada más importante de lo que quejarse? ¿No sería mejor que protestaran por la falta de empleos, de educación, de sanidad, de un Gobierno representativo y responsable? Resulta fácil reducir a quienes han salido a la calle a una panda de fanáticos, ignorantes y desocupados. De alguna forma, son precisamente esas carencias las que subyacen bajo su pasional defensa del Corán. A falta de otras certitudes, los afganos se aferran a lo único que tienen, su libro sagrado.

Afganistán es un país complejo a pesar de la aparente simplicidad de su gente. Tres décadas de guerras sucesivas lo han convertido también en un país torturado y disfuncional. Hacía falta un gran acto de fe, y cierto grado de ingenuidad, para esperar que la floja implicación de la comunidad internacional fuera a ser capaz de reconducirlo hacia un mínimo de desarrollo y normalidad. Pero además a fuer de superficial, la intervención ha terminado por ser perniciosa.

Hay varios ángulos desde los que puede analizarse el fracaso internacional en Afganistán: el militar, el económico, el político… Pero ninguno como el de la droga explica el grado de perversión, crueldad y desesperanza que se ha adueñado de una población que recibió con muestras de alivio el derribo del régimen del los talibanes, con los que ahora se intenta negociar una salida por la puerta de atrás.

Opium nationAcabo de terminar la lectura de Opium Nation (Harper Perennial, 2012), donde se explica cómo ese cáncer se ha extendido por el país corrompiendo a sus políticos, a sus soldados y toda una generación. Su autora, Fariba Nawa, es una afgano-americana cuya familia abandonó Afganistán tras la invasión soviética cuando ella apenas contaba 11 años y que regresó en el año 2000, aún bajo la dictadura talibán, para descubrir sus raíces. Desde entonces, esta mujer determinada ha trabajado y vivido en el país mientras tejía el entramado de este libro que es a la vez un viaje de descubrimiento personal y una travesía por las entrañas afganas.

Conocí a Fariba en el verano de 2002 cuando me dedicaba a recorrer Afganistán por carretera (aún era posible hacerlo) para una serie de reportajes en EL PAÍS. Unimos fuerzas en Kandahar, y junto a la fotógrafa alemana Heike Schütz que me acompañaba desde Kabul, nos trasladamos a Lashkar Gah, la capital de Helmand y centro mundial de producción de opio. El cultivador que visitamos aún dudada y optaba con prudencia por dividir sus tierras entre los frutales y las amapolas. En el mercado, la pasta de opio se ocultaba de la vista. Todavía no estaba claro cuál iba a ser la política de drogas de los ocupantes y del nuevo Gobierno.

Desde allí, y después de que una banda de talibanes parara nuestro vehículo en el camino, nos dirigimos a Herat, donde su familia nos acogió con una hospitalidad largamente perdida en nuestra parte del mundo. Fue allí, en casa de los Ehrari, donde comprendí lo que Afganistán podía haber sido de no haberse convertido en un escenario de la guerra fría y lo que los afganos. Esa estancia me permitió, nos permitió, viajar a Ghurion, la localidad que hasta la salida de los talibanes fue el centro de la mafia del narcotráfico, y ver de primera mano la esperanza de cambio de la población. La comarca había llegado al límite: 3.700 adictos y 3.000 viudas entre apenas 200.000 habitantes.

Les defraudamos. La estrechez de miras de EEUU cuyos soldados se centraron exclusivamente en eliminar a los miembros de Al Qaeda, olvidándose de la droga, cuando no utilizándola para comprar aliados, sembró en gran medida el desastre que iba a venir luego. Ha sido el dinero de ese tráfico ilícito el que ha financiado la vuelta a escena de los supuestamente puritanos talibanes.

No volví a Ghurion, pero Fariba sí que lo hizo. No sólo eso sino que tiró del hilo de las mafias. Se reunió con traficantes y adictos. Descubrió que las deudas de droga se pagan a menudo con niñas-novias. E incluso compartió guardias con policías honestos cuyo trabajo se ve a menudo cercenado por oficiales corruptos. Todo eso lo cuenta en este libro apasionante porque a diferencia de otros escritos antes por periodistas, políticos o académicos, está contado desde el lado humano, desde sus protagonistas afganos. Sería estupendo que alguna editorial lo publicara en español. En él están muchas de las claves que explican por qué los afganos, algunos afganos, están dispuestos a matar por un Corán.

¿Quién teme a los islamistas?

Por: | 17 de febrero de 2012

Viernes. Día de oración. En Saná eso significa acudir a la mezquita al aire libre en que se convierte la calle Sesenta cada semana desde que hace un año empezara la revolución. Así llaman en Yemen a la revuelta contra la dictadura que, contra todo pronóstico, ha cogido el camino de la transición frente al de la guerra civil. Dificultades no faltan, pero el próximo martes en lugar de matarse a tiros por las calles, los yemeníes tienen la oportunidad de acudir a las urnas. No es poco.

“Es un momento definitorio para el futuro de Yemen y todos debemos participar”, ha dicho desde el púlpito el vicepresidente del Comité de Ulemas, Abdalá Saater, que hoy dirigía la plegaria. Para el clérigo el voto para ratificar a Abdrabbo Mansur Hadi como presidente transitorio durante los próximos dos años, constituye “un deber religioso, nacional y moral”. Un discurso impecable en el que ha hablado de la lucha contra la injusticia, la igualdad de derechos y de deberes, e incluso ha agradecido la participación de las mujeres en las protestas, uno de los factores más revolucionarios de la revolución yemení.

Con un analfabetismo femenino cercano al 80%, una sociedad mucho más segregada que la iraní e incluso que la saudí, el activismo de las yemeníes destaca por encima del resto de las árabes. Completamente cubiertas de negro, con apenas una ranura para los ojos, han participado en manifestaciones, atendido a los heridos en los hospitales de campaña (vean la World Press Photo de este año, obra del español Samuel Aranda) e incluso liderado el debate (piensen en la Nobel Tawakul Kerman).

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Foto: Samuel Aranda (Reuters)

Para satisfacción de las numerosas feligresas que asistían a la plegaria bajo un sol de justicia, Saater ha defendido que debe ampliarse su participación en la sociedad, sus derechos y su presencia en puestos de decisión. Pero al igual que ha sucedido en Egipto o en Libia, donde las mujeres casi desaparecieron de la vista tras el derribo de los dictadores, también en Yemen existe el temor de que las buenas palabras nunca lleguen a traducirse en hechos. Saater pertenece al Islah, el partido islamista considerado la rama yemení de los Hermanos Musulmanes y el principal grupo de la oposición. Y algunos de sus miembros más ultramontanos han empezado a hablar de enviar a las funcionarias a su casa a cuidar de sus familias.

Los ejemplos que llegan de los países vecinos tampoco son halagüeños. Los islamistas de Kuwait lograron una significativa victoria el pasado día 2 tras hacer una campaña contra la corrupción y en alianza con otras fuerzas políticas. Pues bien, apenas se ha reunido el Parlamento, han propuesto la creación de una policía moral para combatir la corrupción… de los extranjeros, que suponen dos tercios de los habitantes del rico emirato petrolero.

En Egipto, donde el cambio de paradigma político ha dejado al país sin policía digna de ese nombre y en estado de emergencia económica, la principal preocupación de los islamistas son los trajes de baño femeninos. “En vez de buscar soluciones a los problemas, debaten la conveniencia de prohibir el bikini en nuestras playas”, me contaba el otro día alarmada una amiga egipcia. Pero lo que más le indignó es que, cuando alguien sugirió que tampoco eran tantas las egipcias que usaban esa prenda, la reacción fue que “los bañadores son cosa de gente adinerada que dispone de piscina en sus casa”.

Aunque en Yemen, un país ultraconservador en lo social, ni siquiera se debate el papel de la Sharía (ley islámica) que ya constituye el fundamento de la actual legislación, las intenciones de los islamistas también suscitan temores. “Me preocupa el protagonismo que puedan tener los del Islah”, me confía un ingeniero formado en Cuba durante un almuerzo. “Puestos a elegir, prefiero las libertades personales a las políticas”, asegura expresando un sentir que sin embargo es minoritario en este país. No obstante, los jóvenes que se movilizaron para desalojar a Saleh aspiran a obtener ambas.

El mundo al revés

Por: | 16 de febrero de 2012

Llevo unas semanas más confusa de lo habitual. Si Oriente Próximo siempre ha sido enrevesado, los últimos acontecimientos han rizado el rizo de la paradoja. Empecé a notar los síntomas durante mi viaje a Siria del pasado noviembre. En esta parte del mundo siempre ha habido una distancia notable entre el relato oficial y la realidad. Pero en Damasco, las diferencias eran de 180º y temí ser víctima de un ataque de esquizofrenia periodística. Al mes siguiente me desplacé a Bagdad y las cosas volvieron a su cauce. La situación era tan mala como me lo parecía y nadie trataba de negarlo. El ejercicio de realismo me permitió salvar lo que quedaba de año.

Con la llegada de 2012, he vuelto a sumirme en un estado de progresiva incredulidad. País que visito, país en el que tengo la impresión de que sus dirigentes no salen de casa no ya a comprar el pan sino siquiera a tomarse un té con los parroquianos del barrio. Sus discursos no guardan conexión con las realidades que conozco de primera mano. En el avión que esta mañana me traía a Yemen, me he dado una sobredosis “periodismo del absurdo” leyendo la prensa regional. No me malinterpreten; no es que las noticias fueran absurdas, sino que sus protagonistas cuentan milongas que a sus súbditos (aquí no hay ciudadanos) no les queda más remedio que escuchar.

Acabo como quien dice de volver de Kuwait donde asistí a las elecciones anticipadas por una crisis entre el Parlamento y el Gobierno. Los kuwaitíes y sus candidatos debatían sobre la corrupción y la necesidad de dejar paso a los jóvenes, que fueron el eje de las movilizaciones previas. A pesar de que la oposición logró la mayoría de los escaños, ha elegido como presidente a un veterano político de 78 años y que ya ha presidido la Cámara en otras dos ocasiones. Y el emir se dirigió a la Asamblea Nacional como si los problemas que obligaron a su disolución se hubieran quedado atrás. Ni un solo gesto de que esté dispuesto a reducir su poder y el de su familia, origen de las tensiones y que en consecuencia volverán a reproducirse.

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Primer aniversario de las revueltas en Bahréin

Paso la página y su vecino, el rey de Bahréin, dice que en su país no hay oposición organizada porque los manifestantes cantan eslóganes en apoyo del líder supremo iraní, el ayatolá Ali Jamenei. Resulta curioso que tenga que pedir ayuda a las tropas saudíes para reprimir a una oposición que no existe. Tal vez pretenda que los chiíes de Bahréin son extranjeros. He oído ese cantar en el Irak de Sadam Husein. Aunque las migraciones entre ambas costas del golfo Pérsico son una constante desde hace varios siglos, también es un hecho que las tribus suníes procedían del corazón de la península Arábiga. Nada crece por generación espontánea en la arena.

El año pasado fui testigo de cómo se radicalizaban las protestas a medida que las fuerzas de seguridad bahreiníes reprimían a los manifestantes. Durante la primera visita en febrero, los eslóganes pedían justicia, igualdad y democracia, además de la dimisión del primer ministro (un tío del rey que lleva 40 años en el cargo). Un mes y varios muertos después, oí los primeros “Muerte a los al Khalifa”, algo que no era del agrado de todos. También comprobé, que algunos chiíes bahreiníes siguen como líder espiritual a Jameneí (algo así como si los católicos en vez de tener un Papa, eligieran a qué arzobispo quieren emular), pero de ahí a querer unirse a la República Islámica va un trecho. Muchos han viajado a Irán y saben lo que se perderían. Además, el rey Hamad es conocedor de que su padre reinó cuando los británicos se fueron en 1971 porque los líderes religiosos chiíes respaldaron el carácter árabe de la isla frente a la opción de unirse a Irán.

Luego estaban los “avances nucleares” de Irán, sobre los que escribí mi crónica de ayer, y que les puedo asegurar que no quitan el sueño a los iraníes de a pie. Aunque existe práctica unanimidad en el derecho a disponer de la tecnología nuclear, e incluso sectores críticos con el actual régimen defienden que el país se haga con la bomba atómica, la mayoría de quienes conozco se muestran mucho más preocupados por el rumbo que está tomando la política exterior de su país, rehén de la verborrea provocadora de sus dirigentes, y la consecuente carestía de la vida.

Otra noticia era que el presidente sirio ha convocado un referéndum constitucional. ¿Realmente cree que es eso lo que le piden los sirios?

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El ¿ex? presidente de Yemen Ali Abdalá Saleh

Y finalmente, casi entrañable, Ali Abdalá Saleh ha pedido que quiten sus retratos de todas las oficinas públicas. El que ya debería ser ex presidente de Saleh, pero cuyo entramado de poder e influencia sigue prácticamente intacto, sugiere que se coloque el de su sucesor, Abdrabo Mansur Hadi, cuyo nombramiento como presidente de transición se somete a plebiscito el próximo martes. Sorprendida por tanta diligencia, nada más aterrizar he preguntado por la noticia. Al parecer, resultaba embarazoso que en los escasos mítines electorales que ha dado Hadi, dos enormes fotografías de Saleh eclipsaran la del propio candidato. En el aeropuerto y el restaurante Shaibani, donde he comido, Saleh seguía vigilándonos.

¿Incluye la libertad de expresión la blasfemia?

Por: | 10 de febrero de 2012

ACTUALIZADO A LAS 17.30 H.

La noticia de la detención de un joven periodista saudí por insultos al islam vuelve a poner sobre la mesa el alcance de la libertad de expresión en los países islámicos. Como sucediera con la fetua del ayatolá Jomeiní contra Rushdie o en el caso de las viñetas sobre Mahoma del diario danés Jyllands-Posten, lo que está en juego no es sólo la vida del infortunado Hamza Kashgari sino las restricciones a las libertades individuales de los musulmanes. Es un debate difícil porque los pocos que se atreven a plantearlo son tachados de blasfemos, sacrílegos o apóstatas, graves acusaciones que llevan consigo la pena de muerte.

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Hamza Kashgari. / sabq.org

Desde el pasado sábado, el sector saudí del ciberespacio es un hervidero a causa de las dudas que Kashgari expresó en Twitter sobre Mahoma, coincidiendo con el aniversario de su nacimiento. Las reacciones no se hicieron de esperar. Miles de saudíes piden desde entonces que se le aplique la Sharía, es decir, que sea condenado a muerte. Anoche fue detenido en Malaysia, a donde había huido buscando refugio.

Kashgari, de 23 años, borró sus mensajes, pero no ha logrado contener el efecto multiplicador de las redes sociales. El mismo foro en el que aventó sus dudas está sirviendo para destacarlas y pedir acciones en su contra. Hasta 30.000 respuestas, la mayoría de ellas indignadas, ha provocado el comentario que en cualquier país occidental hubiera pasado desapercibido. Una página de Facebook titulada “el pueblo saudí reclama la ejecución de Hamza Kashgari” ya cuenta con 10.000 miembros.

“En el día de tu aniversario, no me inclinaré ante ti (…) me gustan algunas cosas tuyas, pero aborrezco otras, y no he comprendido muchas cosas relacionadas contigo. No voy a rezar por ti”, afirmaba el tweet según una traducción de la agencia France Presse.

La movilización ha sido tal que el propio rey Abdalá ordenó su detención por “denigrar la creencia en Dios y en su Profeta”, según informaba el miércoles el diario panárabe Al Hayat, de capital saudí pero que se edita en Londres. De poco ha servido que Kashgari se retractara.

“Escribí mis tuits en un mal momento psicológico. Me equivoqué y ruego a Dios que me perdone por lo que hice”, aseguró el periodista en un mensaje difundido por el sitio web saudí Al Sabq. En el texto, repetía la profesión de fe de los musulmanes en la que reconocía que “no hay más dios que Alá y que Mahoma es su profeta”.

Sus palabras parecían un intento desesperado por frenar la marea de acusaciones de sacrilegio y herejía, dos cargos que en Arabia Saudí, como en otros países islámicos que aplican interpretaciones estrictas de la Sharía, están penados con la muerte. No es el caso de Malasia, donde se ha producido la detención en respuesta a una orden de Interpol. Aunque dos tercios de sus habitantes son musulmanes, ese país surasiático es una de las voces del islam moderado para el que la solicitud de extradición de Kashgari va a convertirse en un asunto controvertido.

“Veo mis acciones como parte de un proceso hacia la libertad. Estaba pidiendo mi derecho a practicar los derechos humanos más básicos, la libertad de expresión y de pensamiento, así que nada fue en vano”, ha declarado sin embargo Kashgari a la web The Daily Beast.

Resulta improbable que encuentre apoyo ni siquiera en el ministro de Información de su país. “Cuando leí lo que colgó, lloré y me enfadó mucho que alguien en el país de las Dos Mezquitas Sagradas atacara a nuestro Profeta”, tuiteó Abdulaziz Khowja. Más tradicional, el jefe del comité de fetuas, el jeque Abdelaziz al Sheij, emitió ayer un comunicado en el que asegura que los comentarios de Kashgari “constituyen apostasía” y pide que se le juzgue.

No es un caso aislado,. Aunque con menos proyección mediática. La prensa de Emiratos Árabes Unidos daba cuenta esta semana del juicio a un diseñador gráfico egipcio acusado de “haber atacado al islam electrónicamente”. Al parecer, colocó fotos “indecentes” junto a versos del Corán en su página de Facebook, entre ellas una de tres mujeres desnudas junto al capítulo de ese libro sagrado dedicado a las mujeres. El hombre, a quien no se identifica, admitió los hechos a la policía y se declaró ateo, algo que la interpretación prevalente del islam considera anatema. A la vista de lo cual, el juez encargado ha ordenado que se le practiquen pruebas psicológicas para saber si sufre algún trastorno mental que le impida ser responsable de sus actos.

PS. A la vista de los comentarios que estoy leyendo, me parece oportuno introducir una precisión. Resulta tan fácil como erróneo deducir que hay un problema con el Corán o con el islam, así en general. Es lo más cómodo. No tenemos que esforzarnos ni en pensar ni en dialogar. Pero ¿quién nos dice que las interpretaciones de unos líderes religiosos a los que no ha elegido nadie representan a la mayoría de los 1.300 millones de musulmanes del mundo? Sólo un dato: Aunque sin duda resulta preocupante que 30.000 tuiteros saudíes se escandalicen con las palabras de Kashgari, o que 10.000 fanáticos utilicen Facebook para pedir su ejecución, no hay que olvidar que en Arabia Saudí Facebook tiene cuatro millones de usuarios y no menos de 115.00 tuiteros activos, según un informe de la Dubai School of Government.

"God bless US troops"

Por: | 07 de febrero de 2012

“Qué Dios bendiga a las tropas de EEUU”. Así, literalmente, reza el mensaje de los paneles informativos en la autopista que une Kuwait con la frontera de Irak. Volvía a Ciudad Kuwait desde la reserva natural de Sabah al Ahmad, una de las escasas lagunas con las que cuenta el desierto kuwaití, cuando vi el cartel. No es el único en esa carretera por la que circulan con frecuencia convoyes militares estadounidenses.

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El sentimiento que los kuwaitíes tienen hacia los soldados norteamericanos, y hacia EEUU en general, es muy diferente del de sus vecinos. La relación con ese país está marcada por su decisiva intervención para liberar el emirato de la invasión iraquí de agosto de 1990. Contra la imagen habitual en Oriente Próximo del Ejército estadounidense como fuerza de ocupación, en este rincón nororiental de la península Arábiga se percibe a los uniformados de las barras y estrellas como libertadores.

Sólo hay que acercarse al museo que “para preservar la memoria” ha levantado un puñado de voluntarios en el barrio de Shuwaikh. Allí, junto al enaltecimiento a la resistencia y a los mártires, se elogia también la inestimable ayuda de la coalición que expulsó a los iraquíes de la que querían convertir en su decimonovena provincia. Pasados los efectos especiales que reproducen con cierto dramatismo algunos de los momentos clave de la invasión, hay una sala dedicada a los aliados, entre ellos España, pero sobre todo a EEUU (que movilizó a medio millón de soldados), como muestra con deferencia Albara Almuhaib.

Reflexioné sobre esta singularidad durante mi reciente viaje a Kuwait para cubrir las elecciones. En la mayoría de los países vecinos, las simpatías de la población hacia el Tío Sam son inversamente proporcionales a las de sus dirigentes. Los casos de Pakistán e Irán son tal vez los más extremos. Me preguntaba hasta qué punto esa relación con la Superpotencia marca una línea de fractura en la región.

Obtuve la respuesta mientras esperaba para abordar el avión de regreso a Dubái. Miraba la prensa internacional cuando me detuve en un interesante artículo del The New York Times sobre una conferencia organizada en Irán a propósito de lo que el régimen iraní ha dado en llamar “Despertar Islámico” y que en el resto del mundo conocemos como Primavera árabe. Para reforzar su tesis, y tal vez en busca de liderazgo, las autoridades de Teherán habían invitado a jóvenes de diversos países donde las movilizaciones populares han derribado o intentan derribar a sus dictadores. Por supuesto, no había ningún representante de los sublevados sirios, algo que a los avispados participantes no les pasó desapercibido.

El régimen de los ayatolás acepta sin cuestionar que lo que sucede en Siria es, como denuncia su aliado Bachar el Asad, “una conspiración de elementos terroristas con apoyo extranjero”. Esa actitud contrasta con la atención casi militante que sus medios de comunicación (todos bajo control estatal) dedican a las protestas en Bahréin. En consecuencia, observadores políticos y periodistas tendemos a pensar que se trata de una cuestión sectaria: Irán apoya la revuelta bahreiní porque es una revuelta de los chiíes contra la monarquía suní que detenta todo el poder; mientas que el peso numérico de los suníes sirios convierte a esa comunidad en el principal actor del levantamiento contra la dictadura alawí.

Pues no, no tiene que ver con la afiliación religiosa de los sublevados, sino con la actitud que éstos manifiesten hacia EEUU. Lo ha aclarado el influyente Ali Akbar Velayatí, un ex ministro de Exteriores que ahora es consejero del líder supremo. Seguramente confundido por el diferente tratamiento que los gobernantes iraníes estaban dando a las revueltas, un periodista jordano le preguntó cómo distinguir una verdadera revolución de una conspiración extranjera.

“Buena pregunta”, respondió el veterano político sin dejar traslucir el menor signo de sorpresa. “Una de ellas favorece a Estados Unidos y a los sionistas, y la otra está contra ellos”, sentenció. (Los portavoces oficiales iraníes evitan siempre pronunciar el nombre de Israel al que suelen referirse como “la entidad sionista”).

Así que nada de fracturas sectarias. El principal elemento divisorio en la región son Israel y Estados Unidos. Tal vez por ello los países ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América) han condenado "los actos de violencia que grupos armados (apoyados por potencias extranjeras) han desatado contra el pueblo sirio". Los ALBA, que incluyen a Venezuela, Bolivia, Cuba, Ecuador y Nicaragua, comparten con Irán su profunda desconfianza de EEUU, algo que parece mucho más fuerte que las enormes diferencias de valores sociales que les separan de Irán.

El País

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