Ángeles Espinosa

Sobre la autora

lleva dos décadas informando sobre Oriente Próximo. Al principio desde Beirut y El Cairo, más tarde desde Bagdad y ahora, tras seis años en la orilla persa del Golfo, desde Dubái, el emirato que ha osado desafiar todos los clichés habituales del mundo árabe diversificando su economía y abriendo sus puertas a ciudadanos de todo el mundo con sueños de mejorar (aunque también hay casos de pesadilla). Ha escrito El Reino del Desierto (Aguilar, 2006) sobre Arabia Saudí, y Días de Guerra (Siglo XXI, 2003) sobre la invasión estadounidense de Irak.

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Otra visión de Yemen (y del mundo)

Por: | 23 de abril de 2012

Afirma Hugh Pope en su libro Dining with Al-Qaeda (Nueva York, 2010) que los periodistas (occidentales) que cubrimos Oriente Próximo a menudo trasmitimos una imagen excesivamente optimista de los acuerdos de paz y avances democráticos que se anuncian en esta zona del mundo. En el caso de Yemen sucede todo lo contrario. Resulta difícil no tener una visión derrotista sobre el futuro de un país donde la penetración de Al Qaeda es el menor de los males que le afligen. Incluso si el ex presidente Saleh fuera sincero en su voluntad de retirarse del poder y dejara de interferir con sus declaraciones (y previsiblemente sus redes de influencia), la tarea de sacar adelante a su empobrecida y mayoritariamente analfabeta población sería titánica. Sin embargo, también se encuentra de vez en cuando un rayo de esperanza.

 IntisarEn uno de mis últimos viajes a Sanáa, el embajador español, Javier Hergueta, me habló con entusiasmo de un libro que acababa de publicarse en Barcelona, El coche de Intisar de Pedro Riera con dibujos de Nacho Casanova (Edit. Glénat, 2011). Con los escasos medios a su disposición, el diplomático trata de mantener un programa de actividades culturales que incluye una revista de encuentro hispano-yemení (para quienes no estén al tanto, permítaseme añadir que fueron yemeníes gran parte de los árabes que conquistaron la península Ibérica hace trece siglos). Para esa revista había hecho traducir uno de los capítulos del libro, lo que me permitió echar un vistazo a ese “retrato de una mujer moderna en Yemen”, como explica el subtítulo.

Poco después, coincidí en el ciberespacio con el autor y tuvo la amabilidad de enviarme un ejemplar. Lo devoré el mismo día que lo recibí. El coche de Intisar no sólo está elaborado con un cariño y un rigor encomiables, sino que gracias al recurso al dibujo hace accesible a todos los públicos (y no me refiero sólo a la edad) un tema a menudo manipulado y esquematizado como es la situación de la mujer en el mundo árabo-islámico. Aunque existen diferencias significativas entre países, Yemen resulta sin duda paradigmático de algunas de las limitaciones más llamativas para el occidental al coincidir allí una sociedad patriarcal, con importante peso de las costumbres tribales, escasa alfabetización, pobreza y subdesarrollo.

Riera, que pasó un año en Yemen acompañando a su mujer mientras trabajaba para una ONG, evita el típico aire condescendiente del occidental salvador y da la voz a Intisar para que sea ella misma la que cuente su lucha “en un mundo hecho por y para hombres”. Para ello, el autor ha tenido que escuchar antes a las yemeníes que le han confiado sus inquietudes, sus aspiraciones y las numerosas trabas que encuentran. Porque Intisar no es una sola mujer sino la suma de varias y la representación de muchas más, al menos de las jóvenes educadas y urbanas que son una proporción creciente del futuro de ese país, el rayo de esperanza al que me refería antes.

Gracias a esa sensibilidad para escuchar primero, la voz de Intisar a través del texto de Riera, resulta creíble y cercana. La sencillez del relato no obvia los matices. Al contrario, permite abordarlos de forma directa e incluso sentido del humor, un elemento esencial en Yemen. La segregación entre sexos, el imperativo del hiyab (cobertura islámica) en su versión más estricta, el niqab (un velo negro que cubre la cara a excepción de los ojos) o el pernicioso hábito de mascar qat (una hierba estimulante que adormece el estómago y el cerebro), todo pasa a través de los ojos de Intisar y su viejo Corolla. Con realismo, sin almibarar ni dramatizar.

Además, el recurso al dibujo, siguiendo la estela del delicioso Persépolis de Marjane Satrapí, permite una licencia imposible con imágenes: entrar en casa de Intisar, en su habitación, acompañarla cuando se quita el pañuelo y lo arroja con furia sobre el sofá, cuando fuma un cigarrillo… Riera logra también evitar el maniqueísmo. Intisar se esconde de su padre, pero cuenta con la complicidad de su hermano. No es una lucha de mujeres contra hombres, sino algo más complejo, de modernidad contra tradición, de una concepción del mundo tradicional a otra desconocida que crea inseguridad en quienes detentan el poder y temen perderlo. En definitiva, una lectura que recomiendo a todos los que les interese Yemen, el tema de la mujer o simplemente disfrutar con un libro mientras empieza la primavera.

Como un ángelY como hoy es el Día del Libro, me permito añadir otra sugerencia distinta, pero igualmente atractiva: Como un ángel sin permiso. Cómo vendemos misiles, los disparamos y enterramos a los muertos, de Plàcid Garcia-Planas (ediciones Carena, 2012). Esta antología de crónicas de mi colega Plàcid es lo más divertido y agudamente crítico sobre nuestra profesión y el entorno en que la ejercemos que he leído en mucho tiempo. Si Riera nos ofrece otra visión de Yemen, el periodista de Sabadell nos brinda otra visión del mundo.

Plàcid, que trabaja en La Vanguardia, es un reportero con alma de poeta y afición a la historia. Gracias a ello logra hacernos viajar entre el presente y el pasado a través de las palabras. Transmite así lo que ocurre recurriendo tanto a los hechos como a la memoria del pasado que los hace posibles. Pone en definitiva un contexto. Logra también que nos sintamos culpables o al menos cómplices de los desmanes de nuestro tiempo, pero sobre todo que nos riamos, con él y de nosotros mismos, de nuestras paranoias y nuestros miedos.

¿A qué juega Ahmadineyad?

Por: | 19 de abril de 2012

Jamadi
Mientras el negociador nuclear iraní Said Yalilí y la alta representante europea Catherine Ashton trataban de convencerse (y convencernos) de que su reunión en Estambul no era una nueva pérdida de tiempo, el presidente Ahmadineyad hacía otra de las suyas. En una visita sin precedentes, ni en su mandato ni en las tres décadas de régimen islámico, el político populista viajó la semana pasada a Abu Musa, una isla en aguas del golfo Pérsico cuya soberanía reivindica Sharjah, uno de los siete miembros de la federación de Emiratos Árabes Unidos (EAU).

Como era previsible, el gesto ha irritado sobremanera a los gobernantes emiratíes que, como el resto de las monarquías de la península Arábiga, recelan de las ambiciones (no sólo nucleares) de su vecino persa. EAU ha retirado a su embajador en Teherán y logrado el respaldo moral y diplomático de sus socios del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG). Los ministros de Exteriores de ese foro al que la Primavera Árabe ha sacado del letargo se reunieron el martes por la noche en Doha para condenar la “provocativa” visita, apoyar la reivindicación de EAU sobre las tres islas ocupadas por Irán y respaldar los llamamientos de esa federación a una solución negociada de la disputa en un tribunal internacional.

La cuestión es qué pretendía Ahmadineyad. ¿Qué gana Irán con la actitud jactanciosa de su presidente? Habrá quién interprete la visita en clave interna, tratando de justificarla como una forma de azuzar el exacerbado nacionalismo iraní en un momento en que la mínima flexibilidad en las conversaciones nucleares puede leerse como un paso atrás. Pero la realidad es que en Estambul no ha habido ningún avance tangible más allá de que los iraníes no han dado un portazo, las grandes potencias han aceptado que la próxima reunión sea en Bagdad (como pedía Teherán) y ambas partes han evitado las (habituales) recriminaciones mutuas ante la innegable presión de la amenaza de un ataque israelí. Tampoco está claro que los trucos populistas del presidente iraní surtan efecto más allá de su club de fans. Sus compatriotas, que le sufren desde hace siete años, no se chupan el dedo.

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La isla de Abu Musa.

Al contrario, la chulería de presentarse en Abu Musa parece destinada a aumentar la antipatía que despierta el régimen entre sus vecinos. Añadiendo leña al fuego, la agencia de noticias estatal, Irna, ha anunciado que un tour operador va a organizar excursiones a ese islote (algo que los analistas ponen en duda porque el lugar está totalmente militarizado). Da la impresión de que Ahmadineyad quisiera hacer buena la tesis de un entorno hostil, el único en el que da la impresión de sentirse cómodo a pesar de sus sermones moralizantes sobre las buenas relaciones con todos los países del mundo. Como le han recordado los dirigentes emiratíes, su visita “contradice las políticas de buena vecindad” de las que tanto le gusta jactarse.

Es sobre todo una provocación gratuita. Los portavoces iraníes mencionan a menudo que su país no tiene ambiciones territoriales, que no ha invadido ningún territorio desde hace tres siglos. Recuerdan que la guerra con el vecino Irak (1980-1988) fue una guerra defensiva, una “guerra impuesta”, como la denomina la propaganda oficial. Las tres islas que reivindica EAU (Abu Musa, Tonb Mayor y Tonb Menor) fueron anexionadas por el shah de Persia cuando los británicos se retiraron de los Estados de la Tregua, como se conocía entonces al rosario de emiratos que bordean la costa occidental del Pérsico. Aunque Saddam mencionó esa ocupación al principio de su agresión a Irán, EAU por razones obvias de tamaño y de poderío militar nunca ha intentado recuperarlas por la fuerza.

El jeque Zayed, fundador de la federación, levantó la ciudad de Al Mirfa para alojar a los habitantes de Abu Musa que prefirieron trasladarse a tierra firme antes que quedar bajo administración iraní. Y EAU mantuvo una escuela, una clínica y una central eléctrica hasta que a principios de los noventa Irán expulsó a los empleados extranjeros que trabajaban en ellas. Desde el principio, Abu Dhabi ha recurrido a la ONU y propuesto un arbitrio internacional para solucionar el asunto, algo a lo que Irán se niega amparándose en su soberanía histórica sobre las islas, una soberanía que los sectores más nacionalistas extienden al reino de Bahréin. Pero no nos engañemos, además de lazos históricos lo que esos islotes, situados muy cerca del estrecho de Ormuz, representan es aguas territoriales y, por tanto, un lugar estratégico tanto para la extracción de hidrocarburos como para el tráfico marítimo.

Hace cuatro años, también en un momento de tensión, el Gobierno de Teherán abrió dos centros administrativos en Abu Musa. Ahora, un presidente debilitado (por las dudas que suscitó su reelección, por sus diferencias con el líder supremo y por su mala gestión económica) trata de mostrarse como un estadista que defiende la soberanía nacional. Es un gesto muy peligroso en un período especialmente delicado de las relaciones regionales e internacionales de Irán. Los intereses de ese país estarían mejor servidos con un dirigente que buscara aliados en vez de enemigos entre sus vecinos, y en el mundo en general.

El País

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