Después de la última ronda de conversaciones con Irán sobre su programa nuclear, me ha sorprendido una línea de conversación en el ciberespacio que se centraba en comentar el modelo con el que acudió a la cita lady Catherine Ashton. La alta representante europea llevaba una elegante kurta de color vino sobre unos pantalones negros. La kurta es una prenda entre camisa y americana, cerrada y sin cuello, que utilizan los hombres del subcontinente indio, más recta y formal que el kamiz. Dadas las restricciones que Irán impone a las mujeres para vestirse, hay quien ha calificado la elección de “diplomacia de la ropa”.
Medio en broma medio en serio, algunos internautas recordaban cómo tras su primera entrevista con el negociador iraní, Said Yalilí, los medios de la República Islámica cubrieron con Photoshop el púdico escote de la europea. Cuando volvieron a reunirse en Estambul, el pasado abril, Ashton les ahorró el trabajo al utilizar un (poco favorecedor) pañuelo blanco alrededor del cuello. Su atuendo en la cita de Bagdad fue alabado por la televisión estatal iraní, lo que llevó a más de uno a preguntarse si al día siguiente aparecería envuelta en un chador, el trozo de tela negra con el que se cubren las piadosas chiíes.
Sin duda, estaban exagerando, pero el humor tiene algo de subversivo y ponía de relieve una obsesión cultural con el vestido femenino, o más exactamente con lo que éste deja ver. En la otra orilla del golfo Pérsico, en la muy cosmopolita Dubái, un grupo de emiratíes (varias mujeres entre ellos) ha lanzado una campaña en Twitter (bajo el título #UAE-DressCode) pidiendo que los residentes y visitantes se vistan “de forma modesta”. O dicho de forma más clara, que las extranjeras no se paseen tan ligeras de ropa por centros comerciales y zocos.
Porque no nos engañemos, la ocasional referencia a los pantalones cortos y las chancletas de los hombres no logra eclipsar que lo que de verdad preocupa a esas “destacadas personalidades”, como califica a los promotores la prensa local, no son las pantorrillas de los varones sino los muslos y los escotes de las mujeres. Hanan al Rayes, que en su cuenta de Twitter (@noonworld) se declara cofundadora de la campaña, ha contado que la inició tras una visita a un centro comercial en el que se encontró con chicas que parecían haber llegado “directamente de la playa, apenas cubiertas con un pareo”, algo que califica de “desagradable”.
Enseguida obtuvo el apoyo de numerosos compatriotas. Su argumento es básicamente que la cultura local es conservadora y que los expatriados debieran respetarla. Nada que objetar. El problema es establecer qué constituye la cultura y quién la define. ¿Es una serie de valores fijos, o evoluciona con el tiempo? ¿Es algo que marca la ley, o que se forma con las interacciones de los habitantes del país? Y si eso resulta difícil de determinar en sociedades más arraigadas y homogéneas, en un país como Emiratos Árabes Unidos (EAU), donde la población autóctona (la única con derecho a la ciudadanía) no alcanza al 10% de sus 8,5 millones de habitantes, significa abrir la caja de Pandora.
EAU, y muy en especial Dubái, el más abierto de los siete emiratos de la federación, se ha destacado justamente de otros países de la zona como Irán o Arabia Saudí por su liberalidad para con los extranjeros. En sus centros comerciales, verdaderas plazas públicas ante las temperaturas inmisericordes que castigan estas latitudes, se cruzan sin (hasta ahora) aparente problema mujeres cubiertas de negro, que apenas dejan ver los ojos a través de una ranura, junto a otras de traje, vaqueros, vestido y sí, también algunas en mini shorts y camisetas de tirantes.
Es precisamente esa actitud la que ha convertido Dubái en la ciudad de la región que los ejecutivos de empresas internacionales prefieren para instalarse con sus familias. Sin embargo, en los últimos años la vertiginosa transformación que ha sufrido el país ha empezado a preocupar a un sector de los emiratíes, que apenas hace 40 años aún vivían de pastorear en el desierto y de la pesca. El sonado incidente de una pareja británica detenida y juzgada tras haber sido pillada en el acto en una playa pública en 2008, y algún otro caso similar, han puesto de relieve el límite de la tolerancia local.
Desde entonces, hoteles y centros comerciales tienen carteles que piden que se vista “con modestia” (o sea, que no se enseñen hombros ni las rodillas). Ahora algunos de los que participan en el debate abierto por Al Rayes, quieren que se establezcan leyes y normas claras. “Deberían repartirse folletos en el aeropuerto”, sugiere May (@may_almehairbi). Otros más radicales proponen una policía moral o que se imponga “la ghandora para los hombres y la abaya para las mujeres” (Muhammad Farooq) en referencia a la túnica blanca y el sayón negro que llevan los y las nacionales.
“Los residentes extranjeros debieran entender que viven en un país árabe y musulmán y respetar las tradiciones”, declara Sultan al Mazroui antes de solicitar la intervención de las autoridades. Si bien la localización geográfica define a EAU como un país árabe, no es seguro que la mayoría de sus habitantes lo sean. De hecho, el idioma franco es el inglés. Tampoco está claro qué porcentaje son musulmanes. ¿Es posible imponer las normas de la minoría a la mayoría sin generar una reacción negativa?
Aunque pocos residentes extranjeros han entrado a trapo en el debate y la mayoría de los comentarios se muestran comprensivos, también hay quien no se muerde la lengua. “¡Ah! ¿Te ofenden mis piernas? Tu bolso de cocodrilo, tus taconazos y tu abrigo de visón a 40º son lo más normal. No hay respeto”, lanza uno de los más mordaces. Para muchos inmigrantes resulta bastante más indecente la exhibición de lujo de algunas mujeres locales que cualquier microvestido.
Algunas jóvenes emiratíes se distancian de la campaña. “Hay mucha hipocresía sobre este asunto… Muchas mujeres locales usan vestidos cortos cuando van de vacaciones a Europa… y la mayoría dejan de ponerse la abaya… Lo sé porque soy emiratí. Tengo 19 años y no me molesta que las mujeres lleven vestidos cortos o ropa sexy; sólo las mujeres celosas, malintencionadas y aburridas se ofenden hasta el punto de tomar esas medidas tan exageradas”, comenta Hind al S. en la web de Emirates 24/7
Más allá del debate, que hasta el momento se ha mantenido en términos muy civilizados, resulta preocupante descubrir que todavía hay hombres que consideran que el respeto a una persona está en función de la ropa que lleva. “Es más fácil que te falten al respeto cuando te vistes de forma indecente”, advierte Abdulla Kazim al Kendi (@AbullaAlKendi). Sus palabras me traen al recuerdo la famosa sentencia de la minifalda pronunciada por un juez español hace algunos años. Y es que en contra de algunos argumentos, la polémica sobre el vestido no tiene que ver con una religión determinada sino con el sistema patriarcal que aún impera en muchas sociedades.
En mi opinión ni el Estado ni ningún clérigo tienen ningún derecho a decirnos a las mujeres (o a los hombres) cómo debemos de vestirnos. Es una cuestión de sensibilidad el saber qué atuendo es el más adecuado para cada ocasión y entorno. Parece de cajón que uno no va en ropa de playa a la oficina, o a un templo religioso, y que tampoco es habitual ir de traje y corbata a una excursión campestre. A nada que uno viaje un poco fuera de su país, también descubre que las normas sociales no son consistentes en todas partes, y que se requiere cierto tacto para adaptarse a los lugares que se visita.
Aún así me llama la atención esa obsesión de ciertos fundamentalistas culturales con la ropa de las mujeres. Personalmente, me resulta mucho más obsceno y desagradable la costumbre masculina (muy extendida por estos pagos) de rascarse sus partes sin ningún pudor ni disimulo. Y no he visto ninguna crítica a ello en Twitter. ¿Con los hombres hemos topado?