Ángeles Espinosa

Sobre la autora

lleva dos décadas informando sobre Oriente Próximo. Al principio desde Beirut y El Cairo, más tarde desde Bagdad y ahora, tras seis años en la orilla persa del Golfo, desde Dubái, el emirato que ha osado desafiar todos los clichés habituales del mundo árabe diversificando su economía y abriendo sus puertas a ciudadanos de todo el mundo con sueños de mejorar (aunque también hay casos de pesadilla). Ha escrito El Reino del Desierto (Aguilar, 2006) sobre Arabia Saudí, y Días de Guerra (Siglo XXI, 2003) sobre la invasión estadounidense de Irak.

Eskup

Obsesión con los escotes femeninos

Por: | 29 de mayo de 2012

Después de la última ronda de conversaciones con Irán sobre su programa nuclear, me ha sorprendido una línea de conversación en el ciberespacio que se centraba en comentar el modelo con el que acudió a la cita lady Catherine Ashton. La alta representante europea llevaba una elegante kurta de color vino sobre unos pantalones negros. La kurta es una prenda entre camisa y americana, cerrada y sin cuello, que utilizan los hombres del subcontinente indio, más recta y formal que el kamiz. Dadas las restricciones que Irán impone a las mujeres para vestirse, hay quien ha calificado la elección de “diplomacia de la ropa”.

Medio en broma medio en serio, algunos internautas recordaban cómo tras su primera entrevista con el negociador iraní, Said Yalilí, los medios de la República Islámica cubrieron con Photoshop el púdico escote de la europea. Cuando volvieron a reunirse en Estambul, el pasado abril, Ashton les ahorró el trabajo al utilizar un (poco favorecedor) pañuelo blanco alrededor del cuello. Su atuendo en la cita de Bagdad fue alabado por la televisión estatal iraní, lo que llevó a más de uno a preguntarse si al día siguiente aparecería envuelta en un chador, el trozo de tela negra con el que se cubren las piadosas chiíes.

 

Ashton chadorFotomontaje de otooboos.com

Sin duda, estaban exagerando, pero el humor tiene algo de subversivo y ponía de relieve una obsesión cultural con el vestido femenino, o más exactamente con lo que éste deja ver. En la otra orilla del golfo Pérsico, en la muy cosmopolita Dubái, un grupo de emiratíes (varias mujeres entre ellos) ha lanzado una campaña en Twitter (bajo el título #UAE-DressCode) pidiendo que los residentes y visitantes se vistan “de forma modesta”. O dicho de forma más clara, que las extranjeras no se paseen tan ligeras de ropa por centros comerciales y zocos.

Porque no nos engañemos, la ocasional referencia a los pantalones cortos y las chancletas de los hombres no logra eclipsar que lo que de verdad preocupa a esas “destacadas personalidades”, como califica a los promotores la prensa local, no son las pantorrillas de los varones sino los muslos y los escotes de las mujeres. Hanan al Rayes, que en su cuenta de Twitter (@noonworld) se declara cofundadora de la campaña, ha contado que la inició tras una visita a un centro comercial en el que se encontró con chicas que parecían haber llegado “directamente de la playa, apenas cubiertas con un pareo”, algo que califica de “desagradable”.

Enseguida obtuvo el apoyo de numerosos compatriotas. Su argumento es básicamente que la cultura local es conservadora y que los expatriados debieran respetarla. Nada que objetar. El problema es establecer qué constituye la cultura y quién la define. ¿Es una serie de valores fijos, o evoluciona con el tiempo? ¿Es algo que marca la ley, o que se forma con las interacciones de los habitantes del país? Y si eso resulta difícil de determinar en sociedades más arraigadas y homogéneas, en un país como Emiratos Árabes Unidos (EAU), donde la población autóctona (la única con derecho a la ciudadanía) no alcanza al 10% de sus 8,5 millones de habitantes, significa abrir la caja de Pandora.

EAU, y muy en especial Dubái, el más abierto de los siete emiratos de la federación, se ha destacado justamente de otros países de la zona como Irán o Arabia Saudí por su liberalidad para con los extranjeros. En sus centros comerciales, verdaderas plazas públicas ante las temperaturas inmisericordes que castigan estas latitudes, se cruzan sin (hasta ahora) aparente problema mujeres cubiertas de negro, que apenas dejan ver los ojos a través de una ranura, junto a otras de traje, vaqueros, vestido y sí, también algunas en mini shorts y camisetas de tirantes.

Es precisamente esa actitud la que ha convertido Dubái en la ciudad de la región que los ejecutivos de empresas internacionales prefieren para instalarse con sus familias. Sin embargo, en los últimos años la vertiginosa transformación que ha sufrido el país ha empezado a preocupar a un sector de los emiratíes, que apenas hace 40 años aún vivían de pastorear en el desierto y de la pesca. El sonado incidente de una pareja británica detenida y juzgada tras haber sido pillada en el acto en una playa pública en 2008, y algún otro caso similar, han puesto de relieve el límite de la tolerancia local.

Desde entonces, hoteles y centros comerciales tienen carteles que piden que se vista “con modestia” (o sea, que no se enseñen hombros ni las rodillas). Ahora algunos de los que participan en el debate abierto por Al Rayes, quieren que se establezcan leyes y normas claras. “Deberían repartirse folletos en el aeropuerto”, sugiere May (@may_almehairbi). Otros más radicales proponen una policía moral o que se imponga “la ghandora para los hombres y la abaya para las mujeres” (Muhammad Farooq) en referencia a la túnica blanca y el sayón negro que llevan los y las nacionales.

Mall

“Los residentes extranjeros debieran entender que viven en un país árabe y musulmán y respetar las tradiciones”, declara Sultan al Mazroui antes de solicitar la intervención de las autoridades. Si bien la localización geográfica define a EAU como un país árabe, no es seguro que la mayoría de sus habitantes lo sean. De hecho, el idioma franco es el inglés. Tampoco está claro qué porcentaje son musulmanes. ¿Es posible imponer las normas de la minoría a la mayoría sin generar una reacción negativa?

Aunque pocos residentes extranjeros han entrado a trapo en el debate y la mayoría de los comentarios se muestran comprensivos, también hay quien no se muerde la lengua. “¡Ah! ¿Te ofenden mis piernas? Tu bolso de cocodrilo, tus taconazos y tu abrigo de visón a 40º son lo más normal. No hay respeto”, lanza uno de los más mordaces. Para muchos inmigrantes resulta bastante más indecente la exhibición de lujo de algunas mujeres locales que cualquier microvestido.

Algunas jóvenes emiratíes se distancian de la campaña. “Hay mucha hipocresía sobre este asunto… Muchas mujeres locales usan vestidos cortos cuando van de vacaciones a Europa… y la mayoría dejan de ponerse la abaya… Lo sé porque soy emiratí. Tengo 19 años y no me molesta que las mujeres lleven vestidos cortos o ropa sexy; sólo las mujeres celosas, malintencionadas y aburridas se ofenden hasta el punto de tomar esas medidas tan exageradas”, comenta Hind al S. en la web de Emirates 24/7

Más allá del debate, que hasta el momento se ha mantenido en términos muy civilizados, resulta preocupante descubrir que todavía hay hombres que consideran que el respeto a una persona está en función de la ropa que lleva. “Es más fácil que te falten al respeto cuando te vistes de forma indecente”, advierte Abdulla Kazim al Kendi (@AbullaAlKendi). Sus palabras me traen al recuerdo la famosa sentencia de la minifalda pronunciada por un juez español hace algunos años. Y es que en contra de algunos argumentos, la polémica sobre el vestido no tiene que ver con una religión determinada sino con el sistema patriarcal que aún impera en muchas sociedades.

En mi opinión ni el Estado ni ningún clérigo tienen ningún derecho a decirnos a las mujeres (o a los hombres) cómo debemos de vestirnos. Es una cuestión de sensibilidad el saber qué atuendo es el más adecuado para cada ocasión y entorno. Parece de cajón que uno no va en ropa de playa a la oficina, o a un templo religioso, y que tampoco es habitual ir de traje y corbata a una excursión campestre. A nada que uno viaje un poco fuera de su país, también descubre que las normas sociales no son consistentes en todas partes, y que se requiere cierto tacto para adaptarse a los lugares que se visita.

Aún así me llama la atención esa obsesión de ciertos fundamentalistas culturales con la ropa de las mujeres. Personalmente, me resulta mucho más obsceno y desagradable la costumbre masculina (muy extendida por estos pagos) de rascarse sus partes sin ningún pudor ni disimulo. Y no he visto ninguna crítica a ello en Twitter. ¿Con los hombres hemos topado?



Etiquetas

Por: | 14 de mayo de 2012

Cuando a finales del mes pasado se conoció la detención del jeque Sultan Bin Kayed al Qasimi en Emiratos Árabes Unidos (EAU), algunos medios se refirieron a él como un “reformista” y otros le calificaron de “islamista”. Aunque a ojos occidentales ambos parezcan conceptos distintos, si no contradictorios, a la vista de lo ocurrido en varios países del mundo árabe en el último año también pueden ser sinónimos. Tal vez la incapacidad para ver su equivalencia en ciertos contextos tenga mucho que ver con la sorpresa que ha causado desde el auge de los salafistas en Egipto hasta el peso del islam político en Libia o Siria.

Así que para entender esos conceptos en Emiratos y en el resto de la zona, hace unos días me fui a charlar con Ahmed Mansoor. Este ingeniero de formación y activista de los derechos humanos de vocación, es uno de los blogueros más conocidos de EAU. En abril del año pasado fue detenido, junto a otros cuatro internautas, por promover desde su página web una petición a las autoridades a favor de la reforma política. Tras un juicio que las organizaciones de derechos humanos consideraron plagado de irregularidades, fue condenado a tres años de cárcel el 27 de noviembre, pero al día siguiente recibió el perdón real.

Ahmed
Ahmed Mansoor, tras salir de la cárcel. / NYT

No está claro si ese gesto magnánimo del jeque Khalifa fue un reconocimiento de que los encausados no representaban tanta amenaza a la seguridad nacional, o un intento de reducir la mala imagen que para este país cosmopolita suponía encarcelar a cinco ciudadanos por expresar libremente sus opiniones. En cualquier caso, el perdón no ha sido total ya que, como me contó Mansoor, ha quedado una mancha en su ficha policial y sin un certificado de buena conducta no pueden ni conseguir pasaporte ni encontrar trabajo.

“Aún no me han devuelto mi ordenador, ni otras pertenencias”, se queja. Pero lo que más le preocupa es la denegación de justicia. “He denunciado las amenazas que recibo, pero hacen oídos sordos. No han cambiado su forma de pensar. Me han sacado de una cárcel pequeña y me han puesto en otra más grande”, asegura. El activista no se muerde la lengua a pesar de saber que las autoridades vigilan sus pasos. “Éste es un estado policial”, subraya.

Mansoor, que se define como “liberal laico”, concede que la mayoría de los emiratíes son “conservadores” y permanecen callados, sin tomar partido ni por ni contra el Gobierno. “Cuando hablo de conservadores, me refiero a que no muestran su opinión, que, a diferencia de los reformistas, se mantienen en silencio”, explica. “También somos conservadores en lo religioso, pero moderados”, añade. Ahora bien, esa religiosidad no dice nada sobre sus inclinaciones políticas. “Los reformistas”, precisa, “pueden a su vez ser religiosos”.

De los otros cuatro activistas pro reforma detenidos junto a él, y a los que Mansoor no conocía antes de coincidir con ellos en la cárcel, dos compartían su perfil liberal laico, “otro era islamista y el cuarto, entre medias”, asegura. De acuerdo con sus explicaciones, “los islamistas no constituyen por sí mismos un grupo [político]”. Los hay de diversas opiniones y tendencias. Desde los que forman partidos políticos hasta los que promulgan fetuas contra la democracia. “Incluso el islam no es una estructura totalmente definida y está sujeta a interpretación”, indica.

En Emiratos, la mayor preocupación de las autoridades no son los reformistas liberales, sino quienes están próximos a los Hermanos Musulmanes, la organización egipcia cuya ideología está en la base de la mayoría de los grupos que se adhieren al islam político. Aquí se agrupan bajo el nombre de Islah (Reforma) y su presidente es el ahora detenido jeque Sultan, primo del gobernador de Ras al Khaimah en cuyo palacio se encuentra confinado, según ha contado su hijo Abdalá a Amnistía Internacional y Human Rights Watch.

Esas organizaciones describen al Islah, cuyo nombre completo es Asociación para la Reforma y la Orientación Social, como “una organización sin ánimo de lucro que aboga por una mayor adherencia a los preceptos islámicos y que ha estado comprometida en el debate político pacífico en EAU durante muchos años”. Activistas de los derechos humanos locales explican que “cuenta con cierta estructura desde 1974”, pero que es independiente de los Hermanos Musulmanes egipcios a pesar de su proximidad ideológica. Los gobernantes desconfían y han detenido a una docena de sus miembros en los últimos meses (siete de los cuales han sido desposeídos de la nacionalidad).

“Están deteniendo a diestro y siniestro sin ningún motivo”, denuncia Mansoor, que recuerda que “nadie en EAU ha sugerido la destitución del presidente o de los emires”. La petición que firmaron tanto los blogueros encarcelados el año pasado como la mayoría de los islamistas detenidos ahora, reclamaba poderes legislativos para el Consejo Nacional Federal (un embrión de Parlamento), más libertad y que las fuerzas de seguridad dejen de interferir en la vida civil.

Sin embargo, cuando los islamistas logran el poder no parecen actuar en esa dirección. En el vecino Kuwait, donde la corrupción y el bloqueo político han adquirido niveles preocupantes, la primera acción de los nuevos diputados cercanos a los Hermanos Musulmanes fue proponer la pena de muerte para los blasfemos. En Egipto, con la economía por los suelos y la mitad de la población en paro, algunos de ellos se dedican a debatir la necesidad de prohibir los biquinis en la playa. Y en Libia, una de sus primeras propuestas fue anular la ley de familia que prohibía la poligamia.

A la vista de lo cual, ¿no teme que también suceda lo mismo aquí? “No. Me opondré a ellos si violan la ley civil del país. Tenemos distintas ideas, pero debemos aceptar los resultados de la democracia. Permitamos que suceda y los propios mecanismos democráticos corregirán los excesos”, declara aunque es consciente de que los emiratíes aún se encuentran muy lejos de ese punto. Sin embargo, teme que las detenciones aumenten las diferencias de opinión. “Los errores del aparato de seguridad dan argumentos a la otra parte”, concluye.

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal