Ángeles Espinosa

Sobre la autora

lleva dos décadas informando sobre Oriente Próximo. Al principio desde Beirut y El Cairo, más tarde desde Bagdad y ahora, tras seis años en la orilla persa del Golfo, desde Dubái, el emirato que ha osado desafiar todos los clichés habituales del mundo árabe diversificando su economía y abriendo sus puertas a ciudadanos de todo el mundo con sueños de mejorar (aunque también hay casos de pesadilla). Ha escrito El Reino del Desierto (Aguilar, 2006) sobre Arabia Saudí, y Días de Guerra (Siglo XXI, 2003) sobre la invasión estadounidense de Irak.

Eskup

Calzoncillos antibalas y tanques con 'diamantes'

Por: | 25 de febrero de 2013

Calzoncillo
Calzoncillo antibalas expuesto en IDEX 2013./ The National

Testosterona, mucha testosterona es lo que desprendía la International Defense Exhibition and Conference (IDEX, o traducido, Exposición y Conferencia Internacional de Defensa) que la semana pasada se celebró con gran fanfarria en Abu Dhabi. Entre los cacharros de hacer la guerra que, no nos engañemos, es lo que se vende en estos saraos, llamaba la atención el empeño de varias de las 1.112 empresas participantes en proteger no ya la vida de los soldados para los que fabrican sus carísimos juguetes (ça va de soi!), sino en especial las delicadas partes privadas de los susodichos.

¿De qué si no esos calzoncillos antibalas que mostraba con orgullo uno de los stands? Como en el caso de los chalecos (de traje) a prueba de puñal de una empresa escocesa, o del guiño local de una compañía colombiana que ofrecía kandoras blindadas, no había equivalentes para uso femenino. Y eso que se contaba con la presencia de mujeres: un cartel a la entrada pedía tanto a las miembros de las delegaciones como a las visitantes que llevaran la cara descubierta. Pero dentro, nada de abayas blindadas ni bragas antibalas. (Nota: kandora es como se llama aquí a las túnicas, generalmente blancas, que usan los hombres de la zona; abaya es la capa negra con las que se envuelven las mujeres).

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Sin papeles en un mar de petróleo

Por: | 18 de febrero de 2013

Refugee International Stateless Arabs, locally known as bidoon, protest outside Kuwait`s parliament in 2008.
Protesta de bidún ante el Parlamento de Kuwait en 2008./ Refugees International

Amna ha llegado a los titulares de la prensa emiratí tras haber sido abandonada en un hospital de Sharjah. A sus tres años, la niña había sido maltratada y tenía signos de quemaduras. Pero detrás de su tragedia no sólo hay unos padres indignos de tal nombre, sino también el drama de miles de personas que viven sin nacionalidad ni documentación, invisibles para las autoridades. Como Amna, no figuran en las estadísticas ni los servicios sociales saben nada de ellos. Sin embargo, son entre 200.000 y 300.000 en la península Arábiga, donde algunos de los países más ricos del mundo se niegan a reconocerles como nacionales.

La madre de Amna es una mujer etíope que se encontraba ilegalmente en Emiratos Árabes Unidos (EAU) y aprovechó una reciente amnistía para regresar a su país. Aunque lo hubiera querido, no hubiera podido llevarse con ella a la niña. No tiene papeles. Ni pasaporte, ni partida de nacimiento, ni siquiera un papel que justifique su filiación. En EAU, como en la mayoría de los países árabes, es el padre quien trasmite la nacionalidad y el de Amna, al que las autoridades han detenido por el abandono de la pequeña, resultó ser un bidún, según el diario 7Days.

Bidún viene de bidún yinsiyya, que en árabe significa ‘sin nacionalidad’, y se refiere a personas que no accedieron a ésta cuando las seis monarquías de la península Arábiga fueron alcanzando su independencia a lo largo del siglo XX. Muchos eran nómadas y analfabetos. En unos casos no consideraron importante hacer las gestiones; en otros no lograron reunir las pruebas necesarias de su arraigo en la zona. Sus descendientes siguen siendo apátridas. También hay quienes, a la formación de los nuevos Estados, fueron reclutados en otros países para trabajar en la policía o las fuerzas armadas y que luego se quedaron, sobre todo en Kuwait. Y víctimas de la discriminación de género que impide que las mujeres casadas con bidún puedan transmitir su nacionalidad a los hijos.

“Los apátridas [en estos países] son fruto de leyes de naturalización restrictivas, y de la falta de mecanismos para escuchar y revisar las reclamaciones de los solicitantes”, asegura Human Rights Watch (HRW) en Prisioneros del Pasado, un informe centrado en el caso kuwaití que publicó en 2011. El texto señala que también existen “amplias poblaciones de personas sin nacionalidad en Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Arabia Saudí”.

El presidente de EAU, el jeque Khalifa al Nahyan, se comprometió en 2006 a resolver el problema de los entre 10.000 y 100.000 bidún que, según distintas fuentes, hay en su país (aunque medios oficiales niegan que alcance la menor de esas cifras). Desde entonces, al menos 1.294 apátridas se han convertido en emiratíes. Además, con motivo del 40 aniversario de la independencia, promulgó un decreto por el que los hijos de mujeres emiratíes casadas con extranjeros pueden acceder a la nacionalidad al cumplir los 18 años. Un primer grupo de 1.117 recibió la ciudadanía el último día de 2011, según la prensa local.

La diferencia no es baladí. Dado el generoso Estado de bienestar que caracteriza a estos países, las prerrogativas asociadas son grandes: educación y sanidad gratuitas, ayudas económicas al matrimonio y la construcción de vivienda, e incluso hasta recientemente, trabajo garantizado en la administración. De ahí que las autoridades, tanto en EAU como en Kuwait, argumenten que “algunos [bidún] destruyen sus documentos originales para beneficiarse”. En Arabia Saudí, donde la ONU estima que hay al menos 70.000 apátridas, o en Qatar, con 1.200, ni siquiera se habla del tema.

“Kuwait es el mayor infractor de lejos, al menos en proporción a su población total”, afirma Christopher M. Davidson en After the Sheikhs (Después de los jeques).

Según HRW, de naturalizarlos, ese emirato incrementaría en un 8% su población nativa (1,3 millones de sus 3,7 millones de habitantes). En noviembre de 2010, el Consejo Supremo de Planificación hizo públicos los resultados de un estudio que había contabilizado 106.000 personas “sin una nacionalidad específica”, de las cuales admitió que 34.000 eran candidatos válidos a la ciudadanía kuwaití, mientras que a 68.000 les atribuía otros orígenes, principalmente iraquíes y se arriesgan a ser deportados. Desde entonces, va concediendo los papeles con cuentagotas.

Refugees International, una ONG que defiende los derechos de los apátridas, eleva su número en Kuwait a 140.000, convencida de que muchos no están ni siquiera registrados. Pero incluso quienes lo están, carecen de vías legales para reclamar sus derechos o apelar las decisiones de un Gobierno que aún así reconocen como suyo.

No obstante, a principios de 2011, al hilo de la primavera árabe, los apátridas kuwaitíes se manifestaron para protestar por su falta de reconocimiento. Ha sido el único país en que el malestar se ha expresado en la calle. En EAU, un activista bidún, Ahmed Abdul Khaleq, fue detenido y deportado a Tailandia, oficialmente “por atentar contra la seguridad nacional”. La mayoría de los afectados prefieren guardar silencio en la esperanza de que su lealtad sea eventualmente premiada, ya que como denuncian las organizaciones de derechos humanos, el proceso es opaco y depende de la magnanimidad de los gobernantes.

Davidson cita la situación de los apátridas en su lista de “crecientes presiones internas” que amenazan el futuro de las monarquías árabes del Golfo. ¿Por qué países cuya escasa población autóctona les obliga a recurrir a millones de trabajadores extranjeros rechazan aceptar como nacionales a unas decenas de miles de personas?

“Les perciben como competencia por unos recursos limitados. Esta es una sociedad de nuevos ricos y la gente tiene miedo a perder las prebendas que ha permitido el petróleo”, opina Dana Winner, una estadounidense casada con un bidún kuwaití.

Existe también el temor a los eventuales cambios de poder que produciría la incorporación al censo de ese grupo poblacional. Resulta evidente en el caso de Kuwait, donde la demarcación de los distritos electorales es altamente sensible. Del mismo modo en Bahréin, donde el control político en manos de la familia real (suní) está siendo cuestionado por la mayoría chií y las naturalizaciones afectan a ese desequilibrio.

Cualquiera que sean los motivos, decenas de miles de personas se encuentran atrapadas por su pasado en un callejón sin salida. Su situación es diferente a la de los inmigrantes ilegales, con quienes a menudo les equiparan las autoridades. Éstos, tanto si han sobrepasado el tiempo de su visado de trabajo como si cruzaron la frontera de forma ilícita, tienen un país de origen al que regresar, aunque en ocasiones no dispongan de medios para costearse el viaje de vuelta. Los bidún no tienen otra patria a la que volver. Como la pequeña Amna, de quien por ahora se han hecho cargo los servicios sociales emiratíes.

Un parque para enterrar a Bin Laden

Por: | 11 de febrero de 2013

Abbot
La casa de Bin Laden en Abbottabad./ Á. E.

Hubiera pensado que se trataba de una broma de no ser por el remitente del email. “Las autoridades planean un parque de atracciones en Abbottabad”, me contaba Shabbir, un estupendo (y fiable) colega paquistaní. Tenía motivos para saberlo. Hace algunos meses que él y su familia dejaron Peshawar, una ciudad contaminada y a menudo castigada por el terrorismo de los talibanes, para instalarse en la mucho más tranquila y apacible Abbotabad, que se hizo famosa en mayo de 2011 a raíz de que las fuerzas especiales de EEUU encontraran y mataran allí a Osama Bin Laden. Ahora sus niños tienen además la perspectiva de un gran espacio para el entretenimiento.

Y de nivel. De acuerdo con el plan que la semana pasada desveló Syed Aqil Shah, el ministro de Deporte y Turismo de la provincia noroccidental de Khyber Pakhtunkhwa, las instalaciones previstas incluyen un zoo, un mini-golf, paredes de escalada, club de parapente y área de deportes acuáticos. También se prevé que en las 20 hectáreas inicialmente dedicadas al parque se incluya un “parque del patrimonio cultural”.

El Gobierno provincial afirma que el proyecto intenta impulsar el turismo y no tiene nada que ver con el renombre que Abbottabad ha alcanzado como lugar de la captura del famoso terrorista. Sin embargo, en un país como Pakistán, donde el Estado ni siquiera cubre los servicios básicos de los ciudadanos, el anuncio del parque que los portavoces oficiales estiman que costará el equivalente a 37 millones de dólares, parece algo más que una mera inversión turística. De momento, un diputado local, Javed Iqbal Abbasi, ya ha declarado que espera que mejore la imagen de la ciudad, es decir, que entierre su vinculación con Bin Laden.

A los pies del Karakorum, Abbottabad siempre ha sido un popular destino de fin de semana para los residentes de la capital, Islamabad, sólo 50 kilómetros más al sur, pero más castigada por el calor del verano. Su clima más fresco influyó sin duda en que se instalará allí la Academia Militar, cuya proximidad a la casa en la que fue encontrado el líder de Al Qaeda contribuyó sin duda a la humillación que sintieron los uniformados paquistaníes cuando los marines estadounidenses entraron en secreto en su país y capturaron al terrorista delante de sus narices.

La operación puso de relieve las sospechas de Washington de que los servicios secretos paquistaníes protegían al responsable confeso de los atentados del 11-S, y dañó las relaciones diplomáticas. Pero además, rompió la afable tranquilidad de una ciudad que hasta entonces había logrado mantenerse al margen de las tensiones que sacuden otras zonas de del país. El incidente ha sido recordado ahora por la película La noche más oscura, cuya distribución se ha prohibido en Pakistán, pero que ha llegado al país a través de DVD piratas.

El año pasado, las autoridades demolieron la casa en la que Bin Laden había permanecido escondido con su familia, para evitar que se convirtiera en lugar de peregrinación de sus seguidores. En la finca van a construirse viviendas para funcionarios, después de que el Gobierno rechazara la propuesta de levantar un parque público por temor a que se terminara conociendo como el Parque Bin Laden. Nada garantiza que el nuevo proyecto, para el que ya se han asignado unos 22,5 millones de euros y que está previsto que empiece en las próximas semanas, no corra la misma suerte. El resto de los fondos se espera que provenga de inversores privados. Eso sí, siempre que no se asusten por la inevitable asociación que Abbottabad tendrá por siempre con el infame terrorista.

El País

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