Ángeles Espinosa

Ha empezado el bombardeo

Por: | 20 de marzo de 2013

Bagdad37
La Plaza del Paraíso, vista desde el Hotel Palestina, durante los bomabardeos./ Á.E.

“¡Ha empezado el bombardeo, ha empezado el bombardeo!”
Dos colegas golpeaban la puerta de mi habitación, en la sexta planta del hotel Palestina, preocupados porque no me hubiera reunido con ellos para vivir juntos el ataque. Después de los nervios de los días precedentes y de la imposibilidad de dormir de un tirón debido al continuo trasiego en el pasillo, la noche del 19 de marzo de 2003 me coloqué unos tapones en los oídos para conciliar el sueño. Llevaba dos meses en Bagdad y estaba agotada. Así que cuando a las cinco y media de la mañana del día siguiente sonaron las primeras alarmas antiaéreas, no me enteré hasta que oí que me llamaban. Lo que vino después ya es historia y ha quedado escrito:

"Empezaba a amanecer. El cielo aún claroscuro de la capital iraquí se iluminó con los destellos de las balas trazadoras. El ruido de las bombas que caían a lo lejos quedaba apagado por la respuesta de las baterías antiaéreas. Una explosión sonó más fuerte que las demás y una columna de humo se elevó desde el suroeste de la ciudad, más allá de Dora, una zona industrial en el camino de Kerbala y Basora", relaté en mi crónica.



Aquellas primeras escaramuzas dejaron dos muertos y varios heridos. Diez años después se contabilizan 122.000 víctimas mortales entre los civiles iraquíes y el resultado es tan polémico como lo fue en su día la operación militar. La intervención estadounidense libró a los iraquíes de Saddam Husein, algo que la mayoría agradeció de forma visible, pero se prolongó en una ocupación que no sólo les enemistó con sus liberadores sino que abrió la caja de los truenos de la fractura étnica y religiosa, además de facilitar una base de operaciones y reclutamiento excelente para Al Qaeda.

Diez años después, aún no nos hemos recuperado de los costes económicos y morales de aquella decisión nefasta. El vídeo de las presuntas torturas cometidas por soldados españoles en Diwaniya que ha revelado EL PAÍS el pasado domingo, es la última prueba de que todos nos hemos visto salpicados por la sangre ajena.

No me avergüenza reconocer que no me despertaron las sirenas en la madrugada de aquel fatídico 20 de marzo. Tampoco creo que fuera la única. Se ha creado un exagerado mito alrededor de la cobertura periodística de la guerra, como si fuera un rito de obligado paso para alcanzar un sello de autenticidad. Mi trabajo como corresponsal en esta región convulsa me ha hecho vivir muchas guerras, grandes y pequeñas, aunque ninguna tan mediática como la de Irak en 2003. Es un trabajo duro, desagradable, que no quisiera tener que repetir y que no le deseo a nadie. Puestos a superar retos profesionales, cubrir la postguerra ha sido mucho más difícil que aguantar tres semanas de bombardeos y de propaganda de las dos partes. (La invasión dejó 11 periodistas muertos, dos de ellos españoles; desde entonces la cifra ha ascendido a por lo menos 152, según el Comité para la Protección de los Periodistas).

A principios de marzo, volví a Bagdad para constatar de primera mano qué evaluación hacen los iraquíes de esta década. He recogido testimonios diversos. Van de los esfuerzos por confiar en el futuro de los más jóvenes hasta la desesperanza absoluta de quienes ya lo han visto todo o sienten que han salido perdiendo con el cambio. A menudo he oído aquello de la botella medio vacía o medio llena. Pero me llamó la atención que Haval Kwestani, un político de un pequeño partido kurdo, el Goran (Cambio), me dijera: “estamos trabajando para llenarla, y no vamos a permitir que se vacíe”. Ójala sea verdad. Por los iraquíes.

Hay 1 Comentarios

Hola, amigos. Entiendo a la periodista, que nos coloca con realismo ante el Irak de hace 10 años y ante el de hoy. Pero no puedo entender cómo no se hace ni siquiera alusión condenatoria a los iniciadores de esta guerra, más cruel, más inútil, más mentirosa, más perversa que muchas otras. Ahí están, orondos y satisfechos de la vida, jugando golf, percibiendo buenos dólares, viajando por el mundo como prohombres y expertos políticos,los que aprobaron el bombardeo a Irak. Hombres nefastos para la historia, pero sobre todo para las miles de víctimas iraquíes: hombres, mujeres, niños, soldados. Tantos y tantos muertos y heridos, víctimas de la ambición, la avaricia, la soberbia y maldad de aquel trío de las Azores, tristemente célebre: BUSH, BLAIR y AZNAR. Los tres deberían estar pagando condenas prolongadas, después de haber sido juzgados y condenados por la CORTE PENAL INTERNACIONAL. Tal vez un día. Hoy por lo menos, 10 años después, la reprobación de la Historia es clara y contundente. ¡Por embusteros y por genocidas!

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Sobre la autora

lleva dos décadas informando sobre Oriente Próximo. Al principio desde Beirut y El Cairo, más tarde desde Bagdad y ahora, tras seis años en la orilla persa del Golfo, desde Dubái, el emirato que ha osado desafiar todos los clichés habituales del mundo árabe diversificando su economía y abriendo sus puertas a ciudadanos de todo el mundo con sueños de mejorar (aunque también hay casos de pesadilla). Ha escrito El Reino del Desierto (Aguilar, 2006) sobre Arabia Saudí, y Días de Guerra (Siglo XXI, 2003) sobre la invasión estadounidense de Irak.

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