Anoche fui al cine. Vi Olympus has fallen, o como se ha traducido al español Objetivo: La Casa Blanca. Nada extraordinario. Otra película de vaqueros, salvando las distancias. O sea, de buenos buenísimos (el guardaespaldas, la mujer del presidente, el inevitable niño…) y malos malísimos (los terroristas asesinos que atacan la Casa Blanca y no cuento más porque no pretendo destripar el argumento), que es el tipo de filme de aventuras que en esta parte del mundo pasa la censura sin cortes.
Aún así, está catalogada para mayores de 18 años, no por la violencia que se ha normalizado en todas las pantallas, sino porque los protagonistas usan a menudo lo que los americanos (sí, ya sé que lo correcto es decir estadounidenses, pero nadie les llama así, al menos no por estos lares) denominan “the F word”, nuestro ¡joder!
Hasta ahí todo normal. Incluso me pareció un detalle que los malos malísimos no fueran directamente los norcoreanos, sino una banda de renegados de ambos lados de la zona desmilitarizada y que incluía a un ciudadano estadounidense. Es decir, que evitaba asociar a los enemigos con una nacionalidad concreta, más o menos. Lo cual, a la luz de las noticias que estos días llegan de Pyongyang, resulta todo un avance en el discurso esquematizado de Hollywood.
Pero los viejos usos nunca mueren. Y en un momento determinado, cuando en la película las televisiones se hacen eco del ataque a la sede presidencial en Washington, un locutor dice, como de pasada, que “en Oriente Próximo miles de manifestantes se han lanzado a las calles para celebrar la caída de la Casa Blanca”. Es sólo una frase, pero muy elocuente del estereotipo aún imperante, no sólo entre los guionistas.
Una sonora carcajada resonó en la sala de proyección. No cuando cayó la Casa Blanca, sino cuando se produjo el comentario. Me dio la impresión de que era de desdén. Como si los espectadores, entre los que había numerosos saudíes, dijeran “otra vez”.
La cuestión no es “otra vez”, sino “¿cuántas veces más?”. La historia reciente de esta parte del mundo hace temer que a base de repetir fórmulas estereotipadas sólo se consigan más profecías autocumplidas. No hace falta forzar la máquina y pretender que el héroe de la película fuera un árabe, pero tampoco machacar en un desencuentro del que no sólo una parte es responsable.
Que disfruten de la Semana Santa, el Nowruz, las vacaciones de mitad de curso, o cualquiera que sea el pretexto para tomarse unos días de descanso en estas fechas.