Ángeles Espinosa

Sobre la autora

lleva dos décadas informando sobre Oriente Próximo. Al principio desde Beirut y El Cairo, más tarde desde Bagdad y ahora, tras seis años en la orilla persa del Golfo, desde Dubái, el emirato que ha osado desafiar todos los clichés habituales del mundo árabe diversificando su economía y abriendo sus puertas a ciudadanos de todo el mundo con sueños de mejorar (aunque también hay casos de pesadilla). Ha escrito El Reino del Desierto (Aguilar, 2006) sobre Arabia Saudí, y Días de Guerra (Siglo XXI, 2003) sobre la invasión estadounidense de Irak.

Eskup

El tapacanalillo

Por: | 31 de mayo de 2013

Estaba comiendo el otro día en el café Rendez-vous de Islamabad cuando de repente vi contonearse de forma extraña a una joven sentada en la mesa de al lado junto a un chico que no sé si era su novio, su marido o su hermano. La chica vestía un glamuroso shalwar kamiz, el típico pantalón y camisola del subcontinente, de gasa azulón. El contorneo se debía a que estaba embutiéndose los brazos, desnudos hasta ese momento, en una especie de manguitos, sólo que más largos y ajustados. Eran como unas medias tupidas desde las muñecas hasta casi los hombros, que seguían al aire y que probablemente cubrió al salir con el dupata, el amplio fular que complementa la vestimenta femenina de la zona.

“¡Qué complicación!”, pensé. ¿No hubiera sido más fácil llevar una camiseta o camisa de manga larga? Me acordé entonces de que en Irán había visto el uso de manguitos bajo el chador, pero era algo más discreto. Simplemente, unas medias mangas para que al asomar el brazo, no se dejara ver ni un centímetro de piel y no se revelara que su portadora era una descocada que bajo el manto negro osaba llevar una sucinta camiseta de tirantes.

Después de casi tres décadas en Oriente Próximo creía que ya nada podía sorprenderme en materia de vestimenta femenina. Sin embargo, nada más regresar a Dubái comprendí que estaba equivocada. A mi bandeja de entrada había llegado un anuncio que me ofrecía… “camisolas Cami Secret”, un trozo de tela para tapar el canalillo en el caso de vestidos o tops demasiado escotados.

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La publicidad explica con detalle como ajustar el artilugio a diferentes alturas (¿según el grado de descoque?) y el mecanismo para fijarlo al sujetador y que no se mueva. Lo hay además en diferentes colores y precios. Quedé descolocada. Si no quieres enseñar la pechuga, ¿para qué te compras un vestido o una camiseta escotada?

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Duelo electoral en el ciberespacio iraní

Por: | 24 de mayo de 2013

Hoy viernes arranca la campaña electoral en Irán. Si la presencia de los candidatos en Internet significa algo, sólo cuatro de ellos se toman en serio el reto. A pesar de las restricciones de acceso a la red que imponen las autoridades de la República Islámica, los principalistas Said Yalili, Ali Akbar Velayati y Mohamed Qalibaf, así como el moderado Hasan Rohani, se han apresurado a abrir cuentas en Twitter y páginas web desde las que promover sus candidaturas a la presidencia. Los otros cuatro aspirantes preseleccionados no aparecen en el ciberespacio.

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Los ocho candidatos seleccionados para las presidenciales de Irán

Ni siquiera se trata de una brecha generacional. El veterano Rohani, de 65 años, tiene la mejor web y la mayor actividad en Twitter (@HassanRouhani), junto al más joven de sus rivales, Yalili, quien tal vez para dar más peso a sus 47 años tuitea con un formal @DrSaeedJalili. Es posible que  su experiencia al frente del equipo negociador nuclear, donde Rohani precedió a Yalili, tenga que ver que esa mayor sensibilidad hacia las redes sociales. El preferido de la nomenclatura cuenta ya con casi 800 seguidores, cuatro veces más que Rohani, a pesar de haber abierto su cuenta una semana después.

 
Ambos tuitean tanto en persa como en inglés. Así nos enteramos de que Yalili no considera “decente que los debates electorales traten de influir en la sociedad, a no ser que se basen en las necesidades reales de la gente. Entonces, no importa quién logre los votos”.  El negociador nuclear, que se presenta como “antiguo soldado, ahora diplomático”, trata de proyectar una imagen de hombre modesto cuando retuitea que “según la ley, el Dr. Yalili podría tener 22 guardaespaldas, pero sólo tiene un chófer”.

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Cómo forrarse en Asia

Por: | 20 de mayo de 2013

Se preguntarán qué puede saber de forrarse esta corresponsal que sigue viviendo del segundo oficio más viejo del mundo (subrayo segundo para que no se me despisten). Tienen razón. Pero resulta que acabo de regresar de Islamabad con una maleta llena de libros. Desde que vivía en Teherán, cada viaje a Pakistán se ha convertido para mí en una gozosa fuente de nuevas lecturas. Antes no me preocupaba demasiado. Viajaba con los libros puestos y me limitaba a hacerme con la prensa local. Pero una vez instalada a los pies del Damavand, fueron agotándose mis recursos. A pesar de las ambiciones (y presunciones) culturales de los iraníes, la República Islámica es un páramo literario (la censura ahoga la creatividad e incluso las traducciones sufren las tijeras inmisericordes de los ayatolas).

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Dos mujeres durante el Festival de Literatura de Islamabad./ Dawn


En el país vecino, aunque su tasa de analfabetismo es vergonzosamente elevada, existe una rica oferta editorial y un puñado de librerías tradicionales bien abastecidas, que han enriquecido la parte de mi biblioteca dedicada a asuntos regionales. Poco a poco me he enganchado también a sus novelistas. Todo empezó de la mano de Mohammed Hanif y su divertidísima A Case of Exploding Mangoes (publicada en español por Salamandra con el título La explosión de los mangos).


En esta ocasión, mi aterrizaje en la capital paquistaní coincidió con la clausura del primer Festival de Literatura de Islamabad. Así que todos los periódicos dedicaban amplios espacios a los debates y las novedades editoriales. Una obra se llevaba la palma en los suplementos del fin de semana: la última novela de Mohsin Hamid. Hace un par de años me enganché con su The Reluctant Fundamentalist (El fundamentalista renuente, que vuelve a ponerse de actualidad con motivo de su estreno cinematográfico de la mano de la afamada directora india Mira Nair). Así que la apuesta era segura.

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Calentón en la autopista de Peshawar

Por: | 12 de mayo de 2013

El día arrancó mal desde el principio. Aunque la jornada electoral de ayer en Pakistán se vio bendecida por un cielo cubierto (algo muy de agradecer cuando se van a pasar largas horas callejeando y las temperaturas se acercan a los 40º), Shoaib, el conductor, llegó tarde a la cita. El joven quería votar antes de emprender viaje a Peshawar y desde primera hora de la mañana, ya había cola en su colegio electoral. Así que nada que objetar.

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Cola de votantes en Peshawar. /AP 

De ahí el entusiasmo de los tres reporteros al montarnos en el coche alquilado de uno de ellos. El trayecto transcurrió entre llamadas para organizar citas en Peshawar e intercambio mensajes de texto con otros compañeros para conocer los que iba pasando en otras ciudades. Hasta que a unos ochenta kilómetros de nuestro destino, el pequeño Suzuki empezó a calentarse y echar humo.

Era sólo vapor de agua del radiador como pudimos comprobar al parar. Aparentando dominio de la situación, Shoaib rellenó de líquido el depósito y seguimos hasta la primera estación de servicio. Allí un mecánico decidió que una de las gomas tenía algún poro y se ofreció a cambiarla. Una hora después proseguíamos, molestos por el retraso, pero convencidos de haber dejado atrás el problema.

Ya en Peshawar nos sorprendió la escasa presencia de fuerzas de seguridad. A pesar del anuncio de que 620.000 policías, soldados y paramilitares se habían desplegado por todo el país, los uniformados sólo eran visibles en algunos cruces y ante los colegios electorales. Sólo vi a dos con chaleco antibalas: el soldado que vigilaba la entrada del fuerte de Bala Hisar y un policía a la entrada de uno de los centros de voto.

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Pakistán, un país a oscuras

Por: | 07 de mayo de 2013

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Manifestantes atacan una gasolinera en Lahore para protestar contra los cortes de luz./  pakistan.onepakistan.com.pk

“As salam aleikum. Buenas tardes. Estas son las noticias de las cua…”. Es sistemático. Cada vez que intento escuchar el informativo, la electricidad me hace un corte de mangas. Cierto, en el hostal en el que me alojo hay un gran generador, pero lleva dos o tres minutos ponerlo en marcha. Así que para cuando el televisor vuelve a la vida, ya me he perdido las dos primeras noticas, en buena lógica periodística, las más relevantes.

Es una pequeña contrariedad si uno la compara con lo que sufren los paquistaníes. Sólo los más acomodados pueden permitirse un generador. Al margen del coste del aparato, el litro de combustible para alimentarlo ronda el equivalente a un euro, un poco menos que en España. Sin embargo, los salarios, para quienes tienen una fuente de ingresos fija, son significativamente más bajos. Muchos obreros se dan con un canto en los dientes si ganan 100 euros al mes.

O sea, que cuando se va la luz, se quedan sin ventilador (el aire acondicionado es otro lujo para la mayoría). “Y tienes que ver lo que es esto a partir del mes que viene”, me recuerda Pau Miranda, el corresponsal de Efe en Islamabad. Me hago una idea porque también me ha tocado trabajar aquí en pleno verano y aunque al final del día pudiera volver al confort de mi habitación refrigerada, durante la jornada he sudado la gota gorda en Peshawar (donde conocí a Pau en 2001), Rawalpindi, Lahore y Karachi.

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A vueltas con el Ejército

Por: | 02 de mayo de 2013

Pakistán está a punto de vivir el primer relevo de un Gobierno civil en unas elecciones, algo sin precedentes desde su fundación en 1947. Sin embargo y en contra de lo que podría imaginarse, los visados para los periodistas que desean cubrir los comicios son ahora más difíciles de obtener que durante el mandato del general Pervez Musharraf.  Esta corresponsal ha esperado durante seis semanas (y rellenado numerosos formularios) antes de que el preciado sello llegara justo en la víspera de mi viaje. Otros colegas y observadores independientes relatan las mismas trabas burocráticas.

“Seguimos siendo un país obsesionado con la seguridad”, explica un periodista paquistaní. “Es el Ejército, y en concreto el servicio secreto militar, quien decide los visados para los informadores”, asegura en referencia al poderoso ISI (Inter Services Intelligence).


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El general Kayani, jefe del Estado Mayor de Pakistán. / pakistantoday.com

Como ya viene siendo habitual, el visado está limitado a las ciudades de Islamabad, Lahore y Karachi. Por si no queda claro, la consejera de prensa del Consulado General de Pakistán en Dubái, Zahida Parveen, insiste en que la periodista no intente ir a otros lugares. Sea cual sea el motivo para esa restricción, transmite la imagen de que las autoridades no controlan el resto del país o tienen algo que ocultar allí. Aunque tal vez sólo sea una forma de mostrar quién toma las decisiones.

Parveen también subraya la necesidad de contactar no sólo el departamento de prensa del Ministerio de Información, sino el Ministerio del Interior, responsable de expedir la tarjeta de seguridad que, junto a la acreditación, permite cubrir los comicios.

La preocupación parece justificada ante la “yihad contra las elecciones” que han declarado los talibanes y que ya se ha cobrado la vida de varios candidatos y limitado la campaña en varias zonas del país. Todo el proceso se ha convertido en una operación de alto riesgo, que incluye el despliegue del Ejército en las áreas más problemáticas. Sin embargo, no hay constancia de que ningún periodista extranjero esté detrás de ningún atentado terrorista.

Incluso en el dinámico y exuberante panorama de los medios locales (desde que Musharraf liberalizó el sector televisivo, hay cerca de un centenar de canales privados), el Ejército, y en particular su cúpula, sigue siendo un tabú.

“Podemos criticar al presidente, pero el jefe del Estado Mayor sigue siendo una línea roja”, reconoce el colega antes mencionado. ¿Quién le pone el cascabel al gato?

 

PD: Durante la obligada visita a la External Publicity Wing del Ministerio de Información, su responsable me anuncia que de cara a las elecciones van a permitir el acceso a los periodistas a una veintena de ciudades y promete darme la lista para que elija "hasta cinco". Estoy a la espera de recibirlas.

El País

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