Ángeles Espinosa

¿Qué están haciendo aquí?

Por: | 12 de junio de 2013

A entre 100 y 150 euros al día, una esperaría que las “agencias de apoyo a los medios” con las que nos obliga a trabajar el Ershad (Ministerio de Orientación Islámica) dieran un servicio más esmerado. No soy tan ingenua como para creer que van a facilitarnos entrevistas con los dirigentes reformistas que el régimen mantiene bajo arresto domiciliario, pero al menos cabría que promocionaran las elecciones que hemos venido a cubrir.

Pues no. La niñera que nos asignan, por lo menos la mía, no tenía ni idea de dónde estaban las sedes electorales de los candidatos o cuándo iban a intervenir estos ante sus seguidores.

“No, yo no tengo teléfonos de gente y esas cosas. Yo sólo traduzco”, me dijo poniendo su mejor acento americano. Y cómo. En su peculiar lingo, un candidato suficientemente cualificado es un “candidato perfecto” y los simpatizantes del susodicho son sus “fans”.

Lo más grave es que en la agencia de la que depende, tampoco tienen esa información. O eso nos dicen. Así que no nos queda más que patearnos Teherán, una ciudad de 15 millones de habitantes, en busca de sedes donde poder preguntar cuándo van a reunirse los candidatos con sus fans.

Teherán
Vista aérea del centro de Teherán./ TehranTimes

Con tal objetivo, nos echamos a la calle el lunes. En la sede de campaña de Rohani, el candidato al que a falta de mejor alternativa se agarran quienes desean acabar con el autoritarismo, nos recibió un simpático empleado que además de darnos varios folletos, prometió llamarnos en cuanto supiera el programa de su jefe (aún estamos esperando).

De allí nos fuimos en busca de Qalibaf, pero las pistas que nos dieron en la agencia eran erróneas. Finalmente, llegamos al centro de operaciones del alcalde y tras esperar unos minutos en la entrada, nos recibió un responsable de prensa, Mehdi Mohamedi. Tras contestar a mis preguntas y facilitarnos su teléfono, se ofreció a enseñarnos las instalaciones. Más por cortesía que por verdadero interés, accedí.

“Aquí tenemos la comisión de Cultura, aquí la de Industria”, iba indicando ante habitaciones sin muebles en las que se supone que los simpatizantes se reúnen a tratar esos temas. No le dio tiempo a identificar la tercera sala, cuando un barbudo malencarado le interrumpió de malas maneras y empezó a echarle un rapapolvo cuyo contenido se escapaba a mi precarísimo persa. Mi acompañante impuesta, con la prudencia que requiere su condición, se limitó a decirme que era un asunto entre ellos… Hasta que dejó de serlo.

“¿Qué están haciendo aquí?”. Sin darnos tiempo a responder, el tipo pidió nuestras acreditaciones y permisos (que Mohamedi ya había chequeado antes de acceder a hablar con nosotras) y nos conminó a seguirle hasta otro piso donde se encontraba la que imagino era la Comisión de Seguridad. Tuvimos que descalzarnos para entrar, pero al menos había sillas. Detrás de una mesa de despacho se encontraba el que a todas luces era el jefe. Volvió a leer los papeles, mientras el primer hombre se trasformaba de inquisidor en camarero y nos traía unos zumos de granada como si estuviéramos de visita social.

El jefe, poniendo gesto amable, extendió un papel a la traductora y le pidió que lo rellenara. Al verla renuente, le dijo que todos los visitantes lo hacía, pero por si acaso, ella se limitó a poner mi nombre.

Entonces, sin mediar palabra y como si nos hubieran echado, salió corriendo y me indicó que la siguiera. Mohamadi hizo ademán de querer disculparse, pero enseguida apareció el broncas y nosotras no esperamos a más. Por mi parte, desistí de buscar la sede de Yalilí. Con una emoción al día, tengo bastante.

En consecuencia, ayer cambié de tercio y opté por indagar el efecto de las sanciones en el abastecimiento de medicinas. En principio es un asunto humanitario, así que pensé que si no gustaba a las autoridades (no respondieron a mi solicitud de entrevistar a un responsable de Sanidad), al menos no me metería en líos. Craso error. Hasta los hospitales están controlados por el aparato de seguridad.

Hospital milad
 Hospital Milad

Siguiendo las instrucciones de la agencia, fuimos al hospital Milad, uno de los grandes hospitales públicos de Teherán. Mi guía había hecho los deberes y tenía un nombre de contacto. Preguntó en información. Nos mandaron al 13º. De allí al 11º y finalmente al 6º. A la oficina de seguridad. El tipo, que se apresuró a cambiar las chancletas de plástico por unos zapatos monobloque de fabricación china, se mostró inicialmente muy amable diciendo que no nos preocupáramos que lo nuestro estaba resuelto. Sólo que nos había confundido con otras.

Fue exponerle la petición y se le puso cara de “no pasarán”. Tras un arduo interrogatorio sobre mi periódico, nacionalidad e intenciones, encontró  un pretexto en que el salvoconducto del Ershad no incluía hospitales. Dijo que no, que no nos autorizaba a hablar con ningún médico y que allí no había más que hablar. Ya nos íbamos, cuando pidió que esperáramos.

“¿Para qué?”, inquirió mi acompañante que empezaba a sulfurarse. No entendí la respuesta, pero salió disparada escaleras abajo y yo detrás de ella. Le habían dicho que iban a llamar a un segurata para que nos escoltara a la puerta. Se lo tomó como una ofensa y no repito lo que la oí decir porque si la enchironan me sentiría responsable.

Por mi parte, empecé a preguntarme ¿qué hacemos aquí? ¿qué hago aquí?

PD: Los lugares mencionados en el salvoconducto son además de los relacionados con las elecciones, el Gran Bazar y varios barrios del norte de Teherán y de las montañas adyacentes. Va a ser que esto es un viaje de turismo…

Hay 3 Comentarios

Rohaní, un clérigo conservador moderado, parece haber recogido el voto de muchos de aquellos desencantados que quieren dar una oportunidad al juego democrático, por muy defectuoso que sea, antes de dejar que su país siga derrapando hacia el abismo de la mano de los ultraconservadores.
Veremos.

La articulista exige del gobierno Irani que le asigne seretaria,niñera,mayordomo y que pongan en fila para ella al gobierno y la oposición para interrógales

Estan preparando un patético remedo de democracia, ese que le permitió a Ahmadinejad ejercer fraudulentamente el cargo que ocupa actualmente. Novedoso no es.
Después se quejan de que Occidente desconfíe de ellos y de la imagen de fanáticos conspiradores -y terroristas- que con tanto esmero saben conseguirse.

Los comentarios de esta entrada están cerrados.

Sobre la autora

lleva dos décadas informando sobre Oriente Próximo. Al principio desde Beirut y El Cairo, más tarde desde Bagdad y ahora, tras seis años en la orilla persa del Golfo, desde Dubái, el emirato que ha osado desafiar todos los clichés habituales del mundo árabe diversificando su economía y abriendo sus puertas a ciudadanos de todo el mundo con sueños de mejorar (aunque también hay casos de pesadilla). Ha escrito El Reino del Desierto (Aguilar, 2006) sobre Arabia Saudí, y Días de Guerra (Siglo XXI, 2003) sobre la invasión estadounidense de Irak.

Eskup

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal