Ángeles Espinosa

Bienvenidos a otro mundo

Por: | 12 de marzo de 2014

La entrada en otro mundo se adivina ya en la nave que te traslada. Antes de llegar a Arabia Saudí, los viajeros primerizos se sorprenden con la repentina transformación del paisaje femenino del avión. Donde al embarcar había vaqueros, camisetas de colores y diferentes peinados, al aterrizar hay sayones y pañuelos negros. A menudo, ese esfuerzo por ocultar la femineidad se escapa a través del intenso maquillaje de los ojos.

No fui inmune a esa sorpresa en mi primer viaje al Reino del Desierto en 1989. Aunque el espectáculo de transformismo es más evidente en los vuelos que vienen de Londres, París y Nueva York, también en el viaje de Dubái, donde predominan los trabajadores asiáticos, se percibe el cruce de esa frontera imaginaria entre la libertad en el vestir y el dictado de unas normas para las que cada cual aduce las razones que le resultan más convenientes.

Religión, cultura, usos y costumbres, o tradición. Hay explicaciones para todos los gustos. Todas son válidas. Todas son una excusa. Uniformar ha sido siempre una aspiración de los sistemas despóticos.

Sin duda, hay mujeres que se cubren por su propia voluntad. Nada que objetar. Como decía mi difunta madre, “sarna con gusto, no pica”. El problema se plantea cuando la norma o la presión social no dan opción a ejercer voluntad alguna. Y aunque nos fijamos en las mujeres, también los hombres de esta controvertida Arabia sufren la dictadura de la uniformidad.

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Algunos jóvenes rompen la uniformidad de las túnicas árabes en la Feria del Libro de Riad./ Á.E.

“Lo odiamos, pero qué vamos a hacer”, me confía un colega saudí con el que ceno a mi llegada. Se refiere a la túnica blanca (zob), el pañuelo y el cordoncillo que lo sujeta, el atuendo de rigor para cualquier hombre de bien en estas arenas. Obligatorio en el trabajo y funciones oficiales. Algunos jóvenes lo cambian por vaqueros, pantalones de chándal y camisetas de sus equipos de fútbol favoritos en cuanto salen de clase. (Las mujeres lo tienen más difícil. Las más osadas, se limitan a quitarse el pañuelo.)

“Yo también lo hago”, me asegura este redactor jefe de un importante periódico nacional y cuarenta y pocos años. Para demostrarlo, desenfunda su móvil y me muestra unas fotos con su mujer en Barcelona, donde recientemente pasaron una semana de vacaciones.

Allí, fuera de la presión de familiares, vecinos y autoridades, ambos visten a su gusto. Él, en vaqueros y camiseta. Ella, con un colorista (y ajustado) pichi, pantalones y un gorrito de lana que tanto le servía para cubrirse el pelo como para protegerse del frío. Ni sombra de negro en su atavío. Sin embargo, cuando acude al colegio donde imparte clases de inglés, al igual que su marido, se atiene a la norma. No quieren problemas.

“No merece la pena enfrentarse”, me dice él mientras cenamos.

“Juzgar a las mujeres por cómo visten es un error”, me advierte con gran criterio J.M., un español con tres años de residencia en Riad y que trabaja codo con codo con muchas saudíes. Ni a las mujeres, ni a los hombres. Sobre todo, cuando no tienen elección.

Hay 4 Comentarios

Estoy de acuerdo con el comentario de Ahm, Solo precisar que Arabia Saudita es tan democrática como la Alemania de Hitler o la Rusia de Stalin.

Gracias por decir que tanto las mujeres como los hombres sufren la dictadura de la uniformidad, porque así queda claro que es un problema de DICTADURA.
Pero encuentro la crítica demasiado blanda, tanto que me hace sospechar que se trata más bien de una tapadera. Cuando criticas a un verdugo y te limitas a decir que tiene las uñas sucias, pues está claro de que vas.
Con Irán, un país mucho más avanzado que Arabia Saudita e todos los sentidos, las críticas son sospechosamente sañudas y maliciosamente rebuscadas, tanto que a veces por no conceder un visado a un periodista, Irán recibe críticas en todos los periódicos de Occidente.
No todo lo que reluce es oro, ni toda queja es una crítica. La desinformación en esta ocasión reside en criticar blandamente al amigo una vez entre cien, y criticar feroz e injustamente al enemigo las 99 veces restantes. Y tu mente estimado lector, absorbe y se modela según lo planificado, a pesar tuyo.
La realidad es la siguiente: el gobierno actual de Arabia Saudí es un maná para Occidente. Es una fuente colosal de dinero fácil y una fuente de contratos suculentos.
Los medios juegan con nuestras emociones y nos engañan. Hay que darse cuenta que la oligarquía financiera sionista usurera que nos gobierna no se cortaría en hacer contratos comerciales con satanás, pero nos aturden con sus eslóganes a favor de los derechos humanos y de la democracia.

Gracias por decir que tanto las mujeres como los hombres sufren la dictadura de la uniformidad, porque así queda claro que es un problema de DICTADURA.
Pero encuentro la crítica demasiado blanda, tanto que me hace sospechar que se trata más bien una tapadera. Cuando criticas a un verdugo y te limitas a decir que tiene las uñas sucias, pues está de que vas.
Con Irán, un país mucho más avanzado que Arabia Saudita e todos los sentidos, las críticas son sospechosamente sañudas y maliciosamente rebuscadas, tanto que a veces por no conceder un visado a un periodista, Irán recibe críticas en todos los periódicos de Occidente.
No todo lo que reluce es oro, y no toda queja es una crítica. La desinformación en esta ocasión reside en criticar blandamente al amigo una vez entre cien, y criticar feroz e injustamente al enemigo las 99 veces restantes. Y tu mente estimado lector, absorbe y se modela a pesar tuyo.
La realidad es la siguiente: el gobierno actual de Arabia Saudí es un maná para Occidente. Es una fuente colosal de dinero fácil y una fuente de contratos suculentos.
Los medios juegan con nuestras emociones y nos engañan. Hay que darse cuenta que la oligarquía financiera sionista usurera que nos gobierna no se cortaría en hacer contratos comerciales con satanás, pero nos aturden con sus eslóganes a favor de los derechos humanos y de la democracia.

Alli no voy nunca.

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Sobre la autora

lleva dos décadas informando sobre Oriente Próximo. Al principio desde Beirut y El Cairo, más tarde desde Bagdad y ahora, tras seis años en la orilla persa del Golfo, desde Dubái, el emirato que ha osado desafiar todos los clichés habituales del mundo árabe diversificando su economía y abriendo sus puertas a ciudadanos de todo el mundo con sueños de mejorar (aunque también hay casos de pesadilla). Ha escrito El Reino del Desierto (Aguilar, 2006) sobre Arabia Saudí, y Días de Guerra (Siglo XXI, 2003) sobre la invasión estadounidense de Irak.

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