Con la que está cayendo, una no imaginaría que fuera difícil conseguir plaza en un vuelo a Bagdad. Pero una vez más, todo depende de la perspectiva, de desde dónde se quiera viajar.
Los vuelos que salen de la capital iraquí, hacia Estambul, Dubái o Doha, van comprensiblemente llenos. No sólo los extranjeros, sino también los iraquíes con medios intentan poner pies en polvorosa antes de que lleguen los milicianos del Ejército Islámico en Irak y el Levante. Incluso si como es lo más posible se quedan a las puertas, el aumento de la tensión y los atentados hacen todavía menos apetecible una ciudad ya de por sí difícil, con continuos cortes de electricidad, enormes atascos y bajo toque de queda psicológico.
La oficina de Iraqi Airways en Erbil, el lunes. / Á. E.
Sorprenden sin embargo las colas ante la oficina en Erbil de Iraqi Airways, la compañía nacional. Erbil es la capital de la región autónoma del Kurdistán iraquí, un enclave virtualmente separado del resto de Irak desde la guerra de 1991. La seguridad que han garantizado sus Peshmerga (las tropas kurdas) ha actuado como un imán para muchos iraquíes. Numerosos árabes suníes y cristianos, sobre todo, han encontrado refugio aquí en la última década. ¿Por qué habría alguien de querer volver a un Bagdad casi en pie de guerra?
“Las carreteras están cerradas. Todo el mundo necesita volar. Hemos aumentado a ocho nuestros dos vuelos diarios”, me explica el encargado de la oficina cuando le pregunto por la multitud que se agolpa a sus puertas. Aún así, el rumor es que todos los vuelos están llenos hasta el 5 de julio. El empleado hace un gesto de impotencia.
He llegado a las ocho y media de la mañana, media hora antes de la hora oficial de apertura, porque había oído que había colas. Y en efecto, varias decenas de hombres y un puñado de mujeres esperan para entrar. Dos guardias de seguridad (una mujer y un hombre) les enseñan sendas porras para intentar que mantengan la fila y guarden su turno, un empeño condenado al fracaso en cualquier lugar de Oriente Próximo.
Me aprovecho de mi condición femenina y me apunto a la cola de mujeres, como siempre, más corta. Los empleados están trabajando desde las ocho, pero no dan abasto. Uno de ellos sale con una lista. Al parecer, algunos aspirantes a viajeros están apuntados desde anoche.
Aprovecho la espera para conversar con mis vecinas. Dos señoras cuarentonas y tres chicas jóvenes, todas entradas en carnes y con la ropa muy ajustada. “Estábamos aquí de vacaciones, visitando a unos parientes, pero tenemos que volver a casa”, explican. Vinieron en un GMC, los grandes vehículos todo terreno que hacen los viajes largos por carretera en Irak, pero ahora, con todas las rutas al sur cortadas por la ofensiva yihadista no tienen forma de regresar. Salvo el avión.
Anisa, una señora de unos cincuenta y tantos años, pañuelo claro y guardapolvo azul marino hasta los pies, me cuenta que tiene su empresa tiene una oficina en Bagdad y que ella va todos los meses. Aunque es árabe lleva años viviendo en Erbil. “Los kurdos tienen muy buena seguridad, pero ya sabe cómo nos tratan aquí a los árabes…”, apunta justo cuando se entreabre la puerta.
Las colas mantenidas a duras penas con la exhibición de las porras, se deshacen sin remedio y todos intentamos colarnos. El termómetro ya supera los 30ºC y el sol da de lleno sobre la fachada de la línea aérea. No hay suerte. Sólo pasan los afortunados cuyos nombres pronuncia el empleado. La operación se repetirá tres veces más antes de que finalmente, pasadas las nueve y media, mi nombre se encuentra entre los elegidos a pasar al aire acondicionado. Otro empleado da un número e indica una hilera de asientos.
Antes de venir a la oficina, he oído que también están volando a Bagdad los soldados que han logrado escaparse de los yihadistas y que van a reintegrarse al Ejército. Miro a mi alrededor, pero entre quienes me rodean veo poco espíritu marcial. Pego la hebra con un joven que podría ser militar o policía. No hay suerte. Es un kurdo que ha ido a comprar dos billetes para unos conocidos de su familia que regresan a Najef.
La mayoría de quienes esperan son miembros de la clase media que pueden pagarse los casi cien euros que cuesta el pasaje a cualquier otra ciudad de Irak. Los demás, quienes normalmente viajan por carretera (más barato), no tienen más remedio que esperar a que algún día se abran las rutas terrestres.
Dos horas después, me llega el turno. Gracias a un amigo en Bagdad, tengo un código de reserva, pero hasta que no veo el billete en mi mano no termino de creérmelo. De hecho, la primera reacción de la empleada es decirme que no hay nada. Insisto. “Ah sí, aquí está”, admite. Pago, recojo el trozo de papel que me da como ticket. Y salgo. Fuera la cola ha aumentado y la tensión también.
Hay 1 Comentarios
Ah! Una fila de mujeres? Y para eso no nos importa que sean tan retrógados no?
Eso es lo que pasa, que falta mucha cola como dices en el post...
Publicado por: Yo | 18/06/2014 7:15:29