Ángeles Espinosa

Sobre la autora

lleva dos décadas informando sobre Oriente Próximo. Al principio desde Beirut y El Cairo, más tarde desde Bagdad y ahora, tras seis años en la orilla persa del Golfo, desde Dubái, el emirato que ha osado desafiar todos los clichés habituales del mundo árabe diversificando su economía y abriendo sus puertas a ciudadanos de todo el mundo con sueños de mejorar (aunque también hay casos de pesadilla). Ha escrito El Reino del Desierto (Aguilar, 2006) sobre Arabia Saudí, y Días de Guerra (Siglo XXI, 2003) sobre la invasión estadounidense de Irak.

Eskup

Cervezas a pares

Por: | 11 de mayo de 2015

Hace unos días viajé por carretera hasta Nizwa, la antigua capital de Omán, para hacer un reportaje. Una hora después de cruzar la frontera, paré a comer a las afueras de una localidad llamada Ibri. Era viernes y aunque se había hecho un poco tarde para el almuerzo, el restaurante del pequeño hotel de carretera estaba de lo más concurrido.

Ibri Hotel

Esquina del bar del hotel de Ibri.

Me dirigí a una mesa libre junto a la ventana, me senté y eché un vistazo buscando la atención del camarero. No había ni una sola mujer en la sala. Hasta ahí nada extraordinario en una pequeña población del interior omaní. Lo llamativo es que nadie estaba comiendo. Lo único que había sobre los manteles eran latas de cerveza maxi, de las de medio litro, cuidadosamente alineadas de dos en dos, de tres en tres… y hasta de cuatro en cuatro, junto al vaso de sus consumidores.

¿Un concurso a ver quién bebía más antes de la siguiente llamada del almuédano? No, exactamente. Los camareros se apresuraban a retirar las latas vacías. Las filas sobre la mesa eran el pedido de cada parroquiano. Me di cuenta cuando entró el siguiente y, antes incluso de sentarse, se acercó a la barra y, señalando su marca preferida, indicó dos con los dedos.

Las dos neveras con puertas de cristal ofrecían 14 marcas distintas de cerveza. Había fermentos alemanes, holandeses, australianos e incluso Coronitas mejicanas, las únicas en botellín. Nunca he bebido cerveza. No me gusta su sabor amargo. Pero tenía entendido que debe tomarse bien fría. Al pedirlas a pares, la segunda difícilmente estará fresca.

Aún no había visto nada. Llegó un joven alto y  pidió “ashera” (diez) y deduje por sus gestos que venía con amigos. El maître debió de ver mi cara de asombro mientras el camarero les servía las 10 latas a él y a su único acompañante. Cinco para cada uno. Perfectamente alineadas junto a sus respectivos vasos.

“Tengo clientes fijos que se toman hasta 10 y 15 cervezas al día; aquí no hay nada que hacer no hay agricultura, no trabajan… es su único pasatiempo”, me explicó entre pícaro y comprensivo. Según sus cálculos, algunos se beben hasta el 80% de su sueldo.

Mi incredulidad inicial dio paso a una enorme pena. En la cultura de la que yo vengo, la gente bebe como parte de la relación social, con la comida o para acompañar la charla. El objetivo no es emborracharse a la mayor velocidad posible. Hay un factor de disfrute. Los omaníes que me rodeaban en Ibri apenas hablaban entre ellos. Pedían, pagaban (les exigen que lo hagan al recibir la consumición) y bebían un vaso detrás de otro como si tuvieran prisa o el mundo fuera a acabarse antes que sus latas.

Más grave aún. Al terminar la ronda, cogían sus coches para regresar a casa, un peligro que trae de cabeza a la policía de tráfico omaní. Algunos diputados lo utilizaron como argumento el año pasado para apoyar una propuesta de ilegalizar el alcohol. Los más conservadores se agarran a que el islam prohíbe su consumo. Pero como puede comprobarse en los vecinos Irán, Arabia Saudí y Kuwait, donde impera la ley seca, eso no sólo no disuade a los bebedores sino que alienta el mercado clandestino. Además, Omán ha hecho una apuesta por el turismo y sus responsables saben que si los hoteles no sirvieran copas, no sólo ganarían menos sino que desalentarían a muchos visitantes.

Si el asunto no fuera tan triste, hubiera titulado este post Ebrios en Ibri.

 

Nizwa, capital árabe de la Cultura Islámica

Por: | 06 de mayo de 2015

Nizwa, en el sultanato de Omán, vive sin fanfarria su año como capital árabe de la Cultura Islámica. Un discreto cartel en los escaparates de los comercios anuncia este título honorífico que celebra la contribución de la ciudad a la cultura, la literatura, las artes y la ciencia desde la perspectiva islámica. En un momento en que lo islámico se asocia con el fanatismo y la violencia de los yihadistas, la elección de esta histórica ciudad omaní resulta especialmente significativa. Nizwa, como el resto del país, se ha convertido en un ejemplo de tolerancia en la región.

Consulta aquí el reportaje íntegro en El Viajero

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Nizwa desde el torreón del fuerte, con el alminar y la cúpula de su Gran Mezquita en primer plano. / Á.E.

 

El País

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