Nada más entrar en el restaurante me sorprende la música disco y el ambiente festivo. Aunque es primero de noviembre no me espero que en Teherán celebren el día de los muertos, pero estamos en el mes de Moharram del calendario islámico, un período de luto entre los chiíes, con un espíritu similar al de la Semana Santa católica. En respeto a los usos y costumbres locales, no he incluido en la maleta ninguna prenda de colores vivos ni el pañuelo rojo con el que intento vencer mi aversión a tener que cubrirme la cabeza.
Aspecto de un restaurante de Teherán, el pasado viernes por la noche. / Á.E.
Debo de ser más papista que el Papa. Las iraníes lucen sin complejos todos los colores del arco iris. Por no hablar de sus brillantes cabelleras negras escapando rebeldes por debajo del fular. La banda sonora prosigue con canciones occidentales de corte romántico e incluso, anatema, alguna de ellas cantada por una voz femenina que no acierto a distinguir entre el jaleo del garito.
“El Moharram ya no es lo que era”, me dice la amiga que me acompaña, con un gesto entre incrédulo y satisfecho.
Tradicionalmente este mes y el siguiente de Safar estaban consagrados al duelo por la muerte del imam Husein, nieto de Mahoma y figura clave del islam chií. Nada de bodas, ni de celebraciones; solo rezos y recogimiento. En las oficinas gubernamentales, los hombres visten camisas negras y las mujeres acentúan más si cabe el austero uniforme islámico que constituye la forma aceptable de presentarse en público. Lo que era una costumbre de los más piadosos se convirtió en política oficial con el advenimiento de la República Islámica tras la revolución de 1979.
El sentimiento luctuoso que transmiten las procesiones de Ashura, los primeros diez días de Muharram, se extendía a toda la sociedad. Como si divertirse y ser feliz fuera pecaminoso. Ya no más. Muchos iraníes atribuyen el actual relajo social al reciente acuerdo nuclear con las grandes potencias. Pero hace tiempo que el cambio generacional (el 60% de la población ha nacido después de la revolución y un 65% es urbana) parece estar dejando atrás ese énfasis en el sufrimiento.
“La música no está prohibida. Es sólo una tradición. Como el que no se celebren bodas durante estos meses. No hay una ley que lo impida”, me explica un iraní conservador que ve con cierta aprensión los cambios.
En el imaginario popular, hay quien considera que da mala suerte casarse o celebrar algo en estos meses de luto. Tal vez por ello a los más inmovilistas no les importe que quienes quieren abrir Irán al mundo festejen por adelantado un éxito que aún tiene que materializarse.
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