Anoche unos amigos me invitaron a cenar a su casa. Allí encontré a un par de matrimonios saudíes, entre otros conocidos de los anfitriones. Cuando ya empezaba a deshacerse la reunión, pedí que me llamaran a un taxi para volver al hotel. Pero el dueño de la casa sugirió que me llevara una de las parejas que salían en ese momento y se me ocurrió bromear que sólo si conducía la mujer. “Por supuesto, yala, vamos”, respondió decidida N. con las llaves en la mano.
Dicho y hecho. Subimos al coche y puso rumbo a la calle Olaya, donde se encuentra mi alojamiento. Este pequeño gesto, que en cualquier otra parte del mundo pasaría desapercibido, constituye una transgresión en este país. Arabia Saudí sigue sin permitir que las mujeres conduzcan, para gran enfado de muchas de sus ciudadanas, que se sienten atrapadas por una medida que consideran carente de fundamento social o religioso.
El año pasado, dos mujeres, Loujain Hathoul y Maysaa Alamoudi, fueron detenidas por intentar cruzar la frontera desde Emiratos Árabes Unidos al volante de un vehículo, y más tarde acusadas de terrorismo (sí no es una errata). Hace unos días, las autoridades emiratíes impidieron la entrada de Hathoul por tener un caso abierto en el país vecino.
“Ni siquiera el ISIS [el autodenominado Estado Islámico] prohíbe conducir a las mujeres”, despotricaba N., una médico altamente especializada que no pertenece al grupo de activistas que con cierta regularidad se graban conduciendo para presionar a las autoridades.
Tal como una de éstas me había explicado con anterioridad, no encontramos ni un solo gesto de sorpresa ni desaprobación cuando salimos al volante. Al resto de los conductores, todos hombres por supuesto, o les parece bien o pasan directamente. Fue un recorrido sin nada destacable, aparte de su normalidad. Por supuesto, N. tiene un carné de conducir que se sacó cuando estudiaba en Estados Unidos, donde también conoció a su marido. Éste, sentado en la parte de atrás del coche, parecía acostumbrado a la experiencia.
“Todo empezó un día que fuimos al hospital con nuestro hijo y en urgencias no había una camilla; así que tenía que entrarlo yo en brazos porque N. estaba embarazada. Había aparcado en la zona de ambulancias y uno de los vigilantes me dijo que no podía dejar el coche allí, que tenía que moverlo de inmediato”, me cuenta D. Fue entonces cuando ella agarró las llaves y le dijo que ya se ocupaba de cambiarlo, que fuera entrando con el niño.
“Fue increíble”, recuerda la mujer. “Varios de los hombres que estaban a la puerta me aplaudieron y uno incluso quitó su coche del parking para que pudiera poner el nuestro”.
Aunque tiene un conductor para ir al trabajo en el hospital y la universidad, a partir de entonces N. ha empezado a conducir cuando necesita algo urgente del supermercado e incluso en trayectos más largos por las autopistas que rodean la ciudad para ir visitar a sus padres. Su experiencia, que coincide con la de otras mujeres, parece contradecir la oposición social y cultural bajo la que se amparan las autoridades. De hecho, una de las activistas con las que he hablado insiste en que nunca que conducen tienen problemas con los civiles, sólo con la policía.
Tal es la única preocupación de D. quien sugiere a su mujer que evite la calle Tahlia, aunque tengamos que dar un rodeo, porque en esa zona de restaurantes y cafeterías que atrae a los jóvenes siempre hay controles. Así lo hacemos, pero a pesar de ello, cuando enfilamos Olaya desde el norte hay una patrulla justo en el cruce con Tahlia, en la esquina del Centria Mall, y el semáforo se pone en rojo.
Nerviosa, guardo silencio. Con indudable sangre fría, N., que además ha olvidado cubrirse la cabeza con el velo, avanza un poco más hasta lograr que su ventanilla quede oculta tras la parte de atrás de un 4x4 que se ha parado a nuestra izquierda. Pero el conductor también ve una posibilidad de adelantarse y volvemos a quedar expuestos.
Tres saudíes que cruzan sorteando los coches pasan justo por delante del nuestro. Aunque van mirando para evitar que les atropellen, no noto el menor signo de sorpresa. Somos dos mujeres, con la cabeza descubierta, en la parte delantera del vehículo, en una céntrica e iluminada avenida de Riad y ¿les parece normal?
Los 60 segundos que tarda en ponerse verde el semáforo se me hacen interminables. La pareja tiene ensayada una explicación en caso de que los paren, pero los tres sabemos que eso significa problemas.
“No sé qué más podemos hacer para conseguirlo. A veces pienso en dirigirme a un príncipe para preguntarle cuál es la fórmula; porque queremos conducir, pero no meternos en líos. Si no me dejan hacerlo y tengo que desplazarme a diario a mi trabajo, que sea el Gobierno el que pague los 2.000 riales [500 euros] mensuales que me cuesta el conductor. No es justo”, se queja N. antes de despedirnos a la puerta del hotel.
Hay 1 Comentarios
Ängeles, "se te ocurrió bromear que aceptabas sólo si la que conducía era una mujer", me parece que es una forma un tanto descarada de hacer un artículo como este, puesto que no lo veo tan necesario haberos expuesto a cualquier acción policial o de las autoridades, estas cosas se pueden hablar tranquilamente en reuniones con amigos y conocidos y ver el alcance que tienen. Por supuesto que son los propios saudíes los que tienen que cambiar esas normas sociales tan estrictas, pero me imagino que habrá formas de hacerlo sin llegar a enfrentamientos; me imagino que las mujeres no tendrán ningún tipo de representación en ese país ni tampoco el derecho de asociarse y reivindicar sus problemas, pero, como tu bien has comentado, los hombres no lo ven mal las actitudes que toman para realizar acciones que sólo pueden hacer ellos, pues bien si ellas no pueden hablar, que sean sus maridos, sus hijos, sus padres, sus amigos, etc.. o sea, que sea el hombre el que tome la iniciativa y las defienda ante las autoridades. Pero en el fondo yo creo que son ellas mismas las que quieren mantenerse en ese status, porque entiendo que en su país vayan tapadas hasta los ojos, pero no lo entiendo cuando van a otros países, siendo, como una vez salió en un artículo, que les gusta muchísimo arreglarse y son presumidas, en el fondo, por lo que no me cabe en la cabeza que una mujer saudí que viva en una ciudad europea, siendo jóven, salga vestida de negro, totalmente tapada y viéndosele sólo los ojos, creo que se necesita vivir allí y que pasen muchos años para llegar a entenderlo.
Publicado por: imán | 14/12/2015 17:56:38