La última vez que hablamos de ellas, en marzo de 2014, estaban encerradas en un viejo caserón de un recinto palaciego de Al Murjan, en Yeddah, y acusaban a su padre, el rey Abdalá, de querer matarlas de hambre por haberles prohibido salir a comprar comida. Mantenían sin embargo una línea de comunicación con el mundo a través de un móvil escondido que les permitía conectarse a Internet y recibir llamadas. Desde entonces, la muerte del monarca el pasado enero y el ascenso al trono de su medio hermano Salmán parecen haber cambiado la situación personal de las mujeres.
La princesa Alanoud, con sus cuatro hijas, en una imagen que difundieron en las redes sociales.
Sahar, Maha, Hala y Jawaher, que entonces tenían entre 42 y 38 años, se sentían víctimas de una querella familiar después de que su madre, la princesa Alanoud al Fayez, abandonara a su todopoderoso marido. Aseguraban llevar 13 años en una especie de arresto domiciliario, con su libertad de movimientos restringida al decrépito caserón en el que estaban confinadas, salvo esporádicas salidas a un supermercado cercano para adquirir víveres, siempre bajo vigilancia, y sin poder recibir visitas.
“[El rey] me pidió que volviera con él y me negué. Nunca pensé que castigaría a mis hijas por mi causa”, me relató la princesa Alanoud en una conversación telefónica desde el Reino Unido, donde estaba residiendo desde que se fue de Arabia Saudí en 2001. A partir de ese momento, aseguraba, sus cuatro hijas se habían convertido en rehenes, aunque responsabilizaba de su situación a dos hijos del monarca con otra de sus mujeres. Sólo tras el fracaso de sus gestiones para que las dejaran reunirse con ella, decidió hacer público su caso.
En varios contactos telefónicos y por email, la princesa Sahar, la mayor de las hermanas, me confirmó su situación y me invitó a hacerles una visita a ella y a Jawaher, en su residencia. Ambas vivían juntas con dos perros y un gato en condiciones que describieron como precarias, sin noticias de las otras dos hermanas que al parecer estaban recluidas en otro lugar del recinto. Acepté su propuesta y me dispuse a comprobar por mí misma su situación. Llegué hasta las puertas de palacio, donde los guardias, primero sorprendidos por mi intención y luego molestos con mi insistencia, me conminaron a desistir.
Como resultado de aquella visita, les suspendieron las salidas. “Por supuesto [que tiene que ver con ello], pero no es culpa suya. Teníamos que arriesgarnos. No podemos quedarnos impasibles por más tiempo”, me dijo Sahar en una conversación posterior. Durante algún tiempo intercambiamos algunos correos electrónicos y tanto ella como su hermana y su madre, retuitearon una y otra vez la historia de mi visita fallida. Después, de repente, el silencio.
Muchos lectores me han preguntado a partir de entonces qué había pasado con ellas. Y desde hace unos meses he tratado de averiguarlo sin éxito. Es como si se las hubiera tragado la tierra. Desaparecieron de Twitter. Todas sus cuentas (@Art_Moqawama, @jawaher1776) están desactivadas. Dejaron de contestar al email y al teléfono.
Me percaté de ello el pasado enero cuando a raíz de la muerte de Abdalá, escribí a Sahar interesándome por cómo iba a afectarles el cambio. En contra de lo habitual, no hubo ninguna respuesta, aunque la cuenta de correo parecía seguir funcionando ya que el mensaje pasó sin problema. Probé con el móvil británico que me habían facilitado para coordinar mi frustrada visita. “Está desconectado o fuera de cobertura”, repite una cinta desde entonces. En el de su madre, sale un contestador. He dejado varios mensajes con decreciente esperanza de obtener respuesta.
También he preguntado al opositor saudí que actuó como su encargado de prensa (informal) cuando hicieron público su caso. Su respuesta fue un tanto críptica. “Han desaparecido. No tengo ni idea de lo que ha sucedido. También he intentado contactar con su madre muchas veces”, asegura en un correo electrónico. En su opinión, el padre las protegía de lo peor, según me dijo semanas después de la muerte de Abdalá.
Esperaba que aquí, en Yeddah o en Riad, alguien hubiera oído algo. Nada. Ni diplomáticos ni activistas de derechos humanos han vuelto a tener noticia. Algunas fuentes interpretan que llegaron a un acuerdo para que dejaran de poner en evidencia a la familia real. Libertad a cambio de silencio. Es posible, pero no tengo ninguna prueba de ello.