Ángeles Espinosa

Sobre la autora

lleva dos décadas informando sobre Oriente Próximo. Al principio desde Beirut y El Cairo, más tarde desde Bagdad y ahora, tras seis años en la orilla persa del Golfo, desde Dubái, el emirato que ha osado desafiar todos los clichés habituales del mundo árabe diversificando su economía y abriendo sus puertas a ciudadanos de todo el mundo con sueños de mejorar (aunque también hay casos de pesadilla). Ha escrito El Reino del Desierto (Aguilar, 2006) sobre Arabia Saudí, y Días de Guerra (Siglo XXI, 2003) sobre la invasión estadounidense de Irak.

Eskup

¿Qué pasó con las princesas saudíes prisioneras?

Por: | 17 de diciembre de 2015

La última vez que hablamos de ellas, en marzo de 2014, estaban encerradas en un viejo caserón de un recinto palaciego de Al Murjan, en Yeddah, y acusaban a su padre, el rey Abdalá, de querer matarlas de hambre por haberles prohibido salir a comprar comida. Mantenían sin embargo una línea de comunicación con el mundo a través de un móvil escondido que les permitía conectarse a Internet y recibir llamadas. Desde entonces, la muerte del monarca el pasado enero y el ascenso al trono de su medio hermano Salmán parecen haber cambiado la situación personal de las mujeres.

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La princesa Alanoud, con sus cuatro hijas, en una imagen que difundieron en las redes sociales.

Sahar, Maha, Hala y Jawaher, que entonces tenían entre 42 y 38 años, se sentían víctimas de una querella familiar después de que su madre, la princesa Alanoud al Fayez, abandonara a su todopoderoso marido. Aseguraban llevar 13 años en una especie de arresto domiciliario, con su libertad de movimientos restringida al decrépito caserón en el que estaban confinadas, salvo esporádicas salidas a un supermercado cercano para adquirir víveres, siempre bajo vigilancia, y sin poder recibir visitas.

“[El rey] me pidió que volviera con él y me negué. Nunca pensé que castigaría a mis hijas por mi causa”, me relató la princesa Alanoud en una conversación telefónica desde el Reino Unido, donde estaba residiendo desde que se fue de Arabia Saudí en 2001. A partir de ese momento, aseguraba, sus cuatro hijas se habían convertido en rehenes, aunque responsabilizaba de su situación a dos hijos del monarca con otra de sus mujeres. Sólo tras el fracaso de sus gestiones para que las dejaran reunirse con ella, decidió hacer público su caso.

En varios contactos telefónicos y por email, la princesa Sahar, la mayor de las hermanas, me confirmó su situación y me invitó a hacerles una visita a ella y a Jawaher, en su residencia. Ambas vivían juntas con dos perros y un gato en condiciones que describieron como precarias, sin noticias de las otras dos hermanas que al parecer estaban recluidas en otro lugar del recinto. Acepté su propuesta y me dispuse a comprobar por mí misma su situación. Llegué hasta las puertas de palacio, donde los guardias, primero sorprendidos por mi intención y luego molestos con mi insistencia, me conminaron a desistir.

Como resultado de aquella visita, les suspendieron las salidas. “Por supuesto [que tiene que ver con ello], pero no es culpa suya. Teníamos que arriesgarnos. No podemos quedarnos impasibles por más tiempo”, me dijo Sahar en una conversación posterior. Durante algún tiempo intercambiamos algunos correos electrónicos y tanto ella como su hermana y su madre, retuitearon una y otra vez la historia de mi visita fallida. Después, de repente, el silencio.

Muchos lectores me han preguntado a partir de entonces qué había pasado con ellas. Y desde hace unos meses he tratado de averiguarlo sin éxito. Es como si se las hubiera tragado la tierra. Desaparecieron de Twitter. Todas sus cuentas (@Art_Moqawama, @jawaher1776) están desactivadas. Dejaron de contestar al email y al teléfono.

Me percaté de ello el pasado enero cuando a raíz de la muerte de Abdalá, escribí a Sahar interesándome por cómo iba a afectarles el cambio. En contra de lo habitual, no hubo ninguna respuesta, aunque la cuenta de correo parecía seguir funcionando ya que el mensaje pasó sin problema. Probé con el móvil británico que me habían facilitado para coordinar mi frustrada visita. “Está desconectado o fuera de cobertura”, repite una cinta desde entonces. En el de su madre, sale un contestador. He dejado varios mensajes con decreciente esperanza de obtener respuesta.

También he preguntado al opositor saudí que actuó como su encargado de prensa (informal) cuando hicieron público su caso. Su respuesta fue un tanto críptica. “Han desaparecido. No tengo ni idea de lo que ha sucedido. También he intentado contactar con su madre muchas veces”, asegura en un correo electrónico. En su opinión, el padre las protegía de lo peor, según me dijo semanas después de la muerte de Abdalá.

Esperaba que aquí, en Yeddah o en Riad, alguien hubiera oído algo. Nada. Ni diplomáticos ni activistas de derechos humanos han vuelto a tener noticia. Algunas fuentes interpretan que llegaron a un acuerdo para que dejaran de poner en evidencia a la familia real. Libertad a cambio de silencio. Es posible, pero no tengo ninguna prueba de ello.

Con una saudí al volante por las calles de Riad

Por: | 14 de diciembre de 2015

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Una mujer conduciendo en Arabia Saudí. (REUTERS)

Anoche unos amigos me invitaron a cenar a su casa. Allí encontré a un par de matrimonios saudíes, entre otros conocidos de los anfitriones. Cuando ya empezaba a deshacerse la reunión, pedí que me llamaran a un taxi para volver al hotel. Pero el dueño de la casa sugirió que me llevara una de las parejas que salían en ese momento y se me ocurrió bromear que sólo si conducía la mujer. “Por supuesto, yala, vamos”, respondió decidida N. con las llaves en la mano.

Dicho y hecho. Subimos al coche y puso rumbo a la calle Olaya, donde se encuentra mi alojamiento. Este pequeño gesto, que en cualquier otra parte del mundo pasaría desapercibido, constituye una transgresión en este país. Arabia Saudí sigue sin permitir que las mujeres conduzcan, para gran enfado de muchas de sus ciudadanas, que se sienten atrapadas por una medida que consideran carente de fundamento social o religioso.

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Una mujer en el Consulado (saudí)

Por: | 08 de diciembre de 2015

Acabo de llegar a Yeddah, la segunda ciudad saudí con cuatro millones de habitantes y situada en la costa oriental del mar Rojo. He venido para cubrir las peculiares elecciones municipales de Arabia Saudí, en las que por primera vez se permite la participación de las mujeres, tanto votantes como candidatas. Muchos observadores, entre ellos mi amigo M. O. que vivió aquí durante varios años, se muestran convencidos de que este país, con fama de misógino y leyes del Medievo, no va a cambiar mientras no cambie la situación de sus mujeres. Así que busco signos. De cambio, o de lo contrario.

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El Paseo Marítimo de Yeddah, la Corniche, al atardecer. / Á.E.

La semana pasada, antes de emprender mi viaje, me llevé una sorpresa. Cuando acudí al Consulado saudí en Dubái para recoger el visado, me encontré al otro lado de la mampara a una mujer sentada junto al Sr. Husein, que es quien se ocupaba de mi pasaporte. ¿Y qué?, me dirán. Bueno, era la primera vez que veía a una saudí trabajando frente al público en una legación diplomática, a cara descubierta y mezclada con compañeros hombres, algo que aún resulta tabú para el ultraconservador (y muy influyente) estamento clerical de este país. Así que no pude por menos que preguntarle.

--¿Es usted saudí?

--Sí, ¿por qué?

--Bueno, no es habitual encontrar a una saudí atendiendo a los solicitantes de visados…

--Soy la primera en el Consulado, pero hay más mujeres que trabajan detrás, me dijo señalando unas particiones que delimitaban la zona de oficina y mientras se recolocaba el velo, ribeteado como su abaya por un reborde azulón.

--¿Y qué tal la tratan sus compañeros?

--Muy bien, me están ayudando mucho.

--Ya sólo falta que su país nombre a una embajadora…

--¿Por qué no? Tal vez yo logre ser la primera, me respondió como si fuera lo más razonable del mundo. Y sin embargo Arabia Saudí es el único país del mundo que no permite conducir a las mujeres y además las somete a un sistema de guardia y custodia que hace que necesiten el permiso del padre o marido para estudiar, recibir tratamiento médico o viajar al extranjero.

¿Por qué no? Es una de las cosas que voy a tratar de averiguar en los próximos días. ¿Está avanzando Arabia hacia la igualdad de sus mujeres o sólo se han dado pasos cosméticos para mantener el statu quo?

El País

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