Ángeles Espinosa

Huir a... Yemen

Por: | 20 de enero de 2016

Con una guerra que desde el pasado marzo ha causado cerca de 9.000 muertos, 280.000 desplazados internos y 168.000 refugiados fuera del país, Yemen no parece un lugar nada atractivo al que inmigrar. Sin embargo, en 2015, al menos 92.500 personas llegaron por mar, dos tercios de ellas desde el inicio del conflicto, ha informado el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Se trata, según esa agencia de “una de las cifras totales anuales más altas de la última década”.

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Alambradas en la costa de Bab el Mandeb, el estrecho que separa la península Arábiga de África. / J.Zocheman (ACNUR)

Sí, a pesar de estar entre los países más pobres del mundo, Yemen lleva años sirviendo de vía de escape para decenas de miles de habitantes del Cuerno de África. Son sobre todo ciudadanos etíopes y somalíes que ven en el antiguo reino de Saba una vía de acceso a Arabia Saudí, donde están dispuestos a hacer los trabajos más duros y menos valorados por un bocado que llevarse a la boca. Casi el 90% de las llegadas registradas por el ACNUR el año pasado procedían de Etiopía y eso a pesar de las deportaciones masivas de 2013.

¿Qué pasa en Etiopía para que haya tanta desesperación? No he estado nunca allí, pero al parecer en el segundo país más poblado de África con 100 millones de habitantes, la democracia formal alcanzada en 1994 no está funcionando como debiera. Tras las últimas elecciones hace un año desapareció del Parlamento la oposición perdió a su último representante. El despegue económico impulsado por el presidente Hailemariam Desalegn no ha alcanzado a todos debido a los favoritismos y la corrupción; además los derechos humanos dejan mucho que desear.

En cualquier caso, la situación resulta tan desesperada como para que un número significativo de sus jóvenes (y de los somalíes, cuyo país está aún peor) arriesguen sus vidas cruzando el mar Rojo. Y ahora, ante la extensión de los combates a esa costa yemení, navegando en embarcaciones precarias hasta el mar Arábigo, más al sur. Desde que ACNUR empezó a registrar las llegadas a Yemen 2006, sólo en 2011 y en 2012 el número de migrantes había sido mayor, con 103.154 y 104.532, respectivamente.

A muchos les sorprenderán estos datos, pero el fotógrafo Samuel Aranda ya retrató ese problema durante el verano de 2012 en un trabajo para ACNUR. A las difíciles condiciones del viaje y la falta de medios para atenderles a su llegada se sumaba más tarde el maltrato en la frontera con Arabia Saudí, donde a menudo los migrantes son recibidos a tiros para evitar que crucen (ilegalmente). Ni siquiera la guerra les frena en su aspiración a una vida mejor. Tampoco los muertos en el camino.

“Siguen llegando personas a pesar de la escalada sin precedentes del conflicto interno en Yemen”, señaló Adrian Edwards, portavoz del ACNUR, al presentar el informe en Ginebra. Esta agencia de la ONU ha registrado 95 muertos en 2015, el segundo año con más víctimas. Y 2016 ha empezado con la pérdida de otras 36 vidas en un hundimiento acaecido el 8 de enero. A los que hay que sumar quienes, una vez en tierra, se ven atrapados por la guerra yemení. “Algunos de ellos podrían terminar asesinados”, advierte la organización. De momento, la desesperación parece mayor que el riesgo.

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Sobre la autora

lleva dos décadas informando sobre Oriente Próximo. Al principio desde Beirut y El Cairo, más tarde desde Bagdad y ahora, tras seis años en la orilla persa del Golfo, desde Dubái, el emirato que ha osado desafiar todos los clichés habituales del mundo árabe diversificando su economía y abriendo sus puertas a ciudadanos de todo el mundo con sueños de mejorar (aunque también hay casos de pesadilla). Ha escrito El Reino del Desierto (Aguilar, 2006) sobre Arabia Saudí, y Días de Guerra (Siglo XXI, 2003) sobre la invasión estadounidense de Irak.

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