Van a ser las primeras elecciones tras la firma del acuerdo nuclear, lo que las convierte en un referéndum sobre la popularidad de las políticas del presidente Rohaní, en especial tras el acuerdo nuclear. El interés es enorme. Numerosos periodistas de todo el mundo han solicitado acreditarse para cubrirlas y descubrir cómo está cambiando Irán ahora que se reintegra en el mundo. Pero las viejas costumbres están muy arraigadas y se resisten a morir.
La mera idea de mostrar transparencia produce urticaria en el búnker. La posibilidad de decenas de periodistas extranjeros correteando a su libre albedrío por las calles de Teherán (para salir fuera de la capital hace falta otro permiso) pone los pelos de punta a los guardianes de las esencias. La presencia de la prensa extranjera se acepta como un mal menor para que testimonie que el espíritu revolucionario aún sigue vivo, aunque sea a base de cuidados intensivos.
Vista del norte de Teherán, al pie de los montes Alborz. / Á.E.
En los próximos días, las autoridades anunciarán el elevado número de periodistas extranjeros que han cubierto los comicios y utilizarán el dato como prueba de que el país se abre al mundo. Pero todo es relativo. Los visados, limitados a una semana, se han dado con día de llegada y día de salida preestablecidas. En algunos consulados, como en el de Dubái, incluso se han negado a estamparlos hasta el mismo día del viaje. ¿Porque si no pueden ser utilizados más durante ese estrecho margen temporal?
Nadie da una explicación convincente, pero lo que transmite esa medida es que quienes manejan los hilos del poder se sienten inseguros, tienen miedo de hombres y mujeres armados con bolígrafos, grabadoras y cámaras. Quieren evitar que accedan al Irán real, con su diversidad, sus contrastes y sus contradicciones. Por eso, lo mejor es limitar su presencia a unos pocos días, sin apenas tiempo para captar la complejidad de un país con un gran potencial, pero aún sujeto por los arneses de quienes se resisten a compartir el poder.
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