Ángeles Espinosa

Sobre la autora

lleva dos décadas informando sobre Oriente Próximo. Al principio desde Beirut y El Cairo, más tarde desde Bagdad y ahora, tras seis años en la orilla persa del Golfo, desde Dubái, el emirato que ha osado desafiar todos los clichés habituales del mundo árabe diversificando su economía y abriendo sus puertas a ciudadanos de todo el mundo con sueños de mejorar (aunque también hay casos de pesadilla). Ha escrito El Reino del Desierto (Aguilar, 2006) sobre Arabia Saudí, y Días de Guerra (Siglo XXI, 2003) sobre la invasión estadounidense de Irak.

Eskup

La quiniela iraní

Por: | 28 de febrero de 2016

Al taxista se le abre el cielo cuando descubre que dos de sus pasajeros son españoles. Luis Rivas y yo acabamos de subirnos al coche junto a Ali Falahi en una calle de Teherán, y apenas hemos intercambiado el preceptivo “¡Salam!” (¡Hola!), ya nos está preguntando de fútbol. Extiende una papeleta con un par de columnas en las que hay que adivinar el resultado de los partidos no de la liga iraní, sino de la inglesa y la española. Lo curioso es que el islam, que es la religión oficial de Irán, prohíbe las apuestas.

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Uno de los típicos taxis amarillos de Teherán, en la calle Jordan (rebautizada Africa tras la revolución de 1979).

Menos mal que Rivas demuestra un gran dominio del tema porque Falahi y yo estamos fuera de juego. Así que enseguida resuelve con los preceptivos 1 X 2, el resultado de los partidos entre la Real Sociedad y el Málaga, el Deportivo y el Granada, etc. Desconozco si sus previsiones son acertadas, pero nuestro taxista queda encantado y le propongo que si su boleto resulta ganador, nos invite a cenar.

“Soy un joven de antes de la revolución, así que cumplo con mi palabra”, me responde en una poco velada crítica a los dirigentes que desde 1979 han prometido acabar con la pobreza y la desigualdad en Irán.

Pero ¿es legal esta quiniela?, inquiero sorprendida por la tranquilidad con que exhibe el boleto y el aspecto del mismo que, además de un número de serie, cuenta con una razón legal y un número de teléfono. En un país en el que está prohibido el juego, la existencia de apuestas huele a clandestinidad.

“Debe de serlo porque la organiza el nieto del ayatolá Reyshahri”, responde muy tranquilo el conductor. Mohammad Mohammadi Reyshahri, de 70 años, es un temido miembro de la élite clerical que fue el primer titular del Ministerio encargado de los servicios secretos, entre 1984 y 1989. “Y además se saca un buen pellizco”, añade picarón. Según él, los beneficios alcanzan los 500 millones de riales (unos 15.000 euros) a la semana.

Las posibilidades de los jugadores varían según el número de apuestas y la complejidad de las mismas, pero una quiniela sencilla, con una sola apuesta por partido, cuesta 10.000 riales (0,30 euros). Si se tiene suerte, es suficiente. Él asegura que adivinar el último empate entre el Granada y el Deportivo le permitió embolsarse el equivalente a 500 euros, el sueldo de todo un mes.

Habrá que ver si los iraníes han tenido el mismo grado de acierto con los candidatos que han elegido en las pasadas elecciones.

A vueltas con Irán

Por: | 23 de febrero de 2016

Van a ser las primeras elecciones tras la firma del acuerdo nuclear, lo que las convierte en un referéndum sobre la popularidad de las políticas del presidente Rohaní, en especial tras el acuerdo nuclear. El interés es enorme. Numerosos periodistas de todo el mundo han solicitado acreditarse para cubrirlas y descubrir cómo está cambiando Irán ahora que se reintegra en el mundo. Pero las viejas costumbres están muy arraigadas y se resisten a morir.

La mera idea de mostrar transparencia produce urticaria en el búnker. La posibilidad de decenas de periodistas extranjeros correteando a su libre albedrío por las calles de Teherán (para salir fuera de la capital hace falta otro permiso) pone los pelos de punta a los guardianes de las esencias. La presencia de la prensa extranjera se acepta como un mal menor para que testimonie que el espíritu revolucionario aún sigue vivo, aunque sea a base de cuidados intensivos.

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Vista del norte de Teherán, al pie de los montes Alborz. / Á.E.

En los próximos días, las autoridades anunciarán el elevado número de periodistas extranjeros que han cubierto los comicios y utilizarán el dato como prueba de que el país se abre al mundo. Pero todo es relativo. Los visados, limitados a una semana, se han dado con día de llegada y día de salida preestablecidas. En algunos consulados, como en el de Dubái, incluso se han negado a estamparlos hasta el mismo día del viaje. ¿Porque si no pueden ser utilizados más durante ese estrecho margen temporal?

Nadie da una explicación convincente, pero lo que transmite esa medida es que quienes manejan los hilos del poder se sienten inseguros, tienen miedo de hombres y mujeres armados con bolígrafos, grabadoras y cámaras. Quieren evitar que accedan al Irán real, con su diversidad, sus contrastes y sus contradicciones. Por eso, lo mejor es limitar su presencia a unos pocos días, sin apenas tiempo para captar la complejidad de un país con un gran potencial, pero aún sujeto por los arneses de quienes se resisten a compartir el poder.

Exámenes bajo las bombas

Por: | 03 de febrero de 2016

Hace unos días Mustapha Noman difundió en Twitter una foto de la graduación de su hijo Aziz. Como cualquier otro padre estaba orgulloso de que su chaval hubiera acabado el bachillerato y superado la reválida. Sólo que en su caso tenía mucho más mérito. Aziz, como varios millones de estudiantes yemeníes, ha terminado el curso en medio de la guerra. La foto en la que él y sus compañeros de la Modern School de Saná posaban con las togas y los birretes frente a un edificio oficial bombardeado próximo a su escuela, se hizo viral. Reflejaba la resistencia de una generación que muchos dan por perdida.

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Aziz y sus compañeros de la Promoción del Aguante, el día de su graduación el pasado enero en Saná.

“Han aguantado lo indecible”, respondió Noman a mi felicitación. De hecho, las chicas y chicos de la Modern School lucían sobre sus bandas la inscripción “2015 Promoción del Aguante”. Porque la suya es, con medio año de retraso, la promoción de 2015.

Cuando el 26 de marzo empezaron los ataques aéreos de la coalición que lidera Arabia Saudí, el Ministerio de Educación decidió cerrar escuelas e institutos en Saná y otras ciudades bombardeadas. Antes de que concluyera el curso el pasado junio, la medida ya afectaba a 3.600 centros de enseñanza primaria y secundaria, tres cuartas partes de los que existen en Yemen, y a 1,85 millones de escolares. Sólo cuatro meses después algunos pudieron reanudar las clases.

Además, de acuerdo con cifras del Ministerio de Educación yemení, medio millar de escuelas han resultado destruidas por los bombardeos. Otras muchas se han convertido en refugios para acoger a las familias que se han quedado sin techo. Los daños son especialmente graves en la provincia de Saada, tradicional feudo de los Huthi contra cuya toma del poder intervino la coalición árabe, y la vecina Amran.

Pero incluso allí donde los profesores han logrado mantener las clases, los retos han sido enormes. No sólo las incursiones aéreas interrumpían a menudo las lecciones, sino que roza lo heroico que los chavales pudieran concentrarse tras noches enteras sin pegar ojo y a menudo con una alimentación escasa. La coalición mantiene un bloqueo que ha convertido los productos básicos en artículos de lujo, incluido el material escolar.

“Llevamos nueve meses sin electricidad”, cuenta Khaled, padre de tres hijos, en conversación telefónica desde Saná. En tales circunstancias resulta especialmente admirable que su primogénito haya obtenido un sobresaliente en la reválida. Basam, de 19 años, quiere ser médico y ese brillante resultado le coloca en un buen punto de partida, pero ahora toca preparar el examen de acceso a la facultad.

Es complicado concentrarse cuando el mundo se derrumba a tu alrededor. Basam ha perdido a varios amigos en la guerra, no en los bombardeos sino luchando. Sólo en su escuela, el Centro Público Al Hasan, han enterrado a 17 estudiantes, algunos de ellos de apenas 16 años, que se unieron a uno o a otro bando. “La mayoría se une a los Huthis, pero también hay quien va con la coalición”, explica.

Los contendientes abren campamentos y animan a los muchachos a alistarse. A algunos les mueve la fe, pero muchos lo hacen por pura necesidad económica. La coalición ofrece una paga de 180.000 riales yemeníes (unos 280 euros), un buen sueldo para un país en el que el 80% de la población necesita ayuda para sobrevivir, según la ONU. Los Huthis no llegan a tanto. La mayor preocupación de Khaled es evitar que su hijo sea reclutado.

“La situación está afectando mucho a los niños, no sólo en los estudios también psicológicamente. Los bombardeos son tan fuertes que tiembla toda la casa y, sobre todo la pequeña, ahora se despierta al menor ruido”, confía preocupado. De momento, él intenta mantener una cierta normalidad, sentándose cada día con sus hijos a hacer los deberes del cole. Eso sí, siempre que no se hayan cancelado las clases por los bombardeos.

El País

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