20 mayo, 2007 - 13:55 - EL PAÍS
El regreso
Mientras Francisco Camps se apresuraba a dar su apoyo público en Castellón a Carlos Fabra, un señor que cuadruplicó su patrimonio y cobró más de 841.000 euros por asesorar (no está claro sobre qué) a diversas empresas siendo presidente de la Diputación entre 2000 y 2004, periodo en el que es investigado judicialmente por supuesto tráfico de influencias y delito fiscal, Eduardo Zaplana reaparecía en Altea.
Fue el regreso más esperado por el millar de seguidores que acudieron a la cita y el ex presidente de la Generalitat, desde luego, no los defraudó. Les piropeó, exaltó los ánimos y les emplazó a mantenerse unidos alrededor del presidente de la Diputación de Alicante, José Joaquín Ripoll. Ante Gerardo Camps, el cabeza de lista alicantino impuesto desde Valencia, que ejercía de convidado de piedra, no hizo Zaplana en la ceremonia referencia alguna al inquilino del Palau de la Generalitat, su sucesor en el liderazgo autonómico del partido y aspirante a revalidar el cargo al frente del Consell.
Pese a que los ataques al Gobierno de Zapatero estuvieron dentro de la retórica oficial del PP y desprendieron el aroma catastrofista de costumbre, el mitin de Altea, donde es alcalde el zaplanista Miguel Ortiz, reunió a los todavía consellers Miguel Peralta y Gema Amor y al presidente de las Cortes, Julio de España (por cierto, ¿donde estaba Alicia de Miguel?) en su papel de sacerdotes de la causa común para conjurar ciertos fantasmas en torno a su líder. Podríamos decir que se usó el ritual de la ortodoxia con otro fin: lanzar la señal de que al sur, aunque herida en algo más que el amor propio por su marginación de las candidaturas, una tribu todavía permanece en pie.
Es sabido que divisiones internas como las que sufre el PP valenciano, y que han jalonado toda la legislatura, no se curan sin más. En todo caso, aplazan sus efectos a la espera de una ocasión propicia. Por eso, aunque Camps aludió ante Fabra en Castellón a los socialistas como "hijos de la desesperación" y dijo que "se han pintado la cara con pinturas de guerra", donde había rabia acumulada de verdad, con el ardor guerrero a flor de piel, era en Altea. Si al PP valenciano (¡vaya usted a saber!) se le tuercen las cosas el 27 de mayo, los zaplanistas, a quienes vino a decir su jefe que tengan paciencia, se lanzarán al combate, tanto a la orilla del mar como en los despachos de Madrid donde habita Rajoy.