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Lola Huete Machado

Siguiendo el Níger (III): Bamako, la ciudad eléctrica

Por: | 18 de mayo de 2012

Autor invitado: Ginés Casanova Baixauli (*)

Otras entradas de esta serie: Lumley BeachNo tan lejos

El tiempo en Bamako pasó volando. Me queda el recuerdo del ventilador encendido en casa de Manu Mora, ondeando mi mosquitera. La puerta y las contraventanas entornadas, haciendo una penumbra de verano a primera hora de la mañana. Mi ropa en remojo y el bote de doxiciclina sobre la mesa.

Después de un mes adentrado en zonas rurales de Sierra Leona y Guinea Conakry, Bamako tenía, ante todo, lo que me prometieron en Freetown: “a lot of electricity” (mucha electricidad). Y no solo electricidad: grandes avenidas, farolas, tiendas, mercados y supermercados, hoteles, puestos en la calle, mendigos, guías, vecinos. Y la casa de mi amigo.

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Vista de Bamako con el Níger al fondo. Foto Tripadvisor.

Fueron días de comer tres o cuatro veces, de cocinar en casa, de charlar de cualquier cosa, hasta de África, con alguien cercano y días, sobre todo, de reír a gusto. Buscaba pequeñas ocupaciones que dejaba siempre para después, con idea de tener alguna excusa para moverme cuando me apetecía estar más activo: hacer la comida, fregar, ordenar el cuarto, lavar la ropa, ir al mercado…, la mayor parte del tiempo se me pasaba en asuntos domésticos; una forma más de aterrizar y darle tregua a la mochila.

Después de las 8, con las calles casi vacías, salíamos a pasear. Estas horas, las mejores del África oeste, están siempre presentes en las advertencias estándar para viajeros y turistas. En estos recetarios, la noche queda siempre en mal lugar. Con las calles prácticamente vacías, solo se ve a los que siempre están ahí: aquellos que duermen, comen, trabajan y diría que incluso se han criado en la misma esquina, sin moverse apenas a lo largo de una semana entera. También dan alguna vuelta más a esas horas los que buscan conversación frente a la última cerveza e incluso puede verse a algún blanco que, por descuido o atrevimiento, contraviene la consigna y se deja mecer por la quietud de las avenidas. Esa hora es el tiempo, en resumen, de vecinos, parroquianos y familias enteras que se apostan a la puerta de sus casas agradeciendo que por fin el aire corra fresco. Creo que ni las tensiones que vive hoy la capital maliense pueden evitar por mucho tiempo esta necesidad de un clima templado. De alguna forma, me pareció que compartía con ellos, en aquel noviembre, algo que he sentido siempre a la caída del sol de agosto en Andalucía, una especie de esperanza que deja la mínima amabilidad de cualquier verano.

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El Níger a su paso por Siguiri. Foto vol-resa.


Pronto me despedí de Manu y de Bamako. A la salida de la gran ciudad, la sabana se impone. Quizás es porque llegué a Malí cuando caía la noche, pero durante todo el día tuve la impresión de haber dado un salto a otro lugar; como si entre la entrada y la salida de Bamako mediara una discontinuidad con lo que dejaba atrás. Los árboles, que ya enmudecían pasada Siguiri, se iban ausentando de manera más evidente conforme me adentraba en la zona central de Malí. La hierba subía, tomando el relevo, hasta el pecho o la cabeza, y el verde reseco que encontré a la salida de los bosques tropicales cedió por fin los honores al color amarillo del Sahel. Casi por sorpresa, vi un chorro de madera que salía a presión del suelo seco en los maizales. Si el agua en aquella región era un monopolio del Níger, los pozos de la sabana solo podían contener nudos y rizomas y troncos que se propulsaban hacia arriba y salpicaban gotas verdes en su parte más alta. Pequeñas hojas que brotan como la cabeza de un ratón en el cuello de un elefante. “¿Es eso un baobab?” Estaba realmente impresionado, quería saber más, pero no tenía a quien preguntar: me hacía figuraciones etnológicas sobre un posible culto a su ancianidad, o algún temor ancestral que impedía a las gentes bambara construir en sus inmediaciones. Sin conocer de este pueblo apenas sus largos y efusivos saludos, me ocupé en inventarme una antropología del gigante medio árbol, medio roca. Estaba seguro de que todos los pueblos entre Bamako y Ségou tenían una historia de terror y otra de piedad para él. Inventé algunas, todas improbables, hasta que llegué a mi destino.

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El Níger a su pasao por Ségou. Foto Fotopedia.

Primera parada en Ségou, la orilla del río. El aire me llevaba al mar, pero la visión de la otra orilla me retenía en el Níger. Llegaban algunas piraguas con su carga y las pértigas ponían al límite la flexibilidad de los cuerpos a una hora extraña en la que la ciudad recoge sus negocios. Pasé la tarde vagando por la ciudad, intentando esconder mi cabeza del sol y esperando de nuevo la noche.

Mientras cenaba algo, estuve tomando las notas del díaMe fije por un momento en las bombillas que me permitían escribir. Iluminaban, no solo el papel, sino también un par de arriates del restaurante, mi bebida, la piel blanca de los visitantes que parecían empezar a acumularse en el camino hacia Tombuctú. También el tronco de un par de árboles que crujían empujados por el viento. ¿Qué dirían a esa hora los baobabs de la sabana? ¿Harían algún ruido las hojas-ratón al agitarse con el aire? Me imaginé que, en ese momento de total oscuridad, los troncos propulsados por la tierra trazaban una parábola líquida hasta el suelo y se convertía en un charco de madera.

En esa oscuridad impenetrable, cualquier cosa podría pasar sin que nadie lo supiera. En Europa, la oscuridad es la noticia, mientras que las bombillas encendidas son un objeto irrelevante. Solo existen cuando no funcionan. En la normalidad del día a día, lo que encendemos no son bombillas, sino interruptores.

Alejado de nuevo de Bamako -y más aún de casa-, me parecía que era la luz eléctrica la que era noticia. La bombilla, vanidosa, señalaba a las sombras. De lo que hay en África, cada unidad se señala a sí misma en su ausencia vecina. Lo que existe allí es real, sobre todo, porque se ausenta justo al lado. También la bombilla del arriate, de mi comida, de mi piel, existía gracias al baobab, a la choza, a los perros de un África a oscuras.

(*) Ginés Casanova Baixauli (Sevilla, 1981) viajó en 2007 por varios países de África occidental, después de tener un intenso contacto con la comunidad africana de Sevilla en los años anteriores. La travesía, algo más de 7000 kilómetros, pasaba por Sierra Leona, Guinea Conakry, Malí, Níger y Nigeria, y encontró su mejor argumento en las peripecias de los exploradores y geógrafos que en el siglo XIX arriesgaron (y perdieron) sus vidas en curso del río Níger.

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KOFFI OLOMIDE & PAPA WEMBA SYNZA / DEBABA CELIO DECLARANT / Djomegabp


http://www.youtube.com/watch?v=7Yv4785CSUI


Mpongo Love - Femme commerçante


http://www.youtube.com/watch?v=0irg8fRS59E&feature=related


...chante une belle étoile...


Creo que como los medios de comunicación han adulterado la veracidad de África(continente) dando a entender que es algo perdido para el "resto del mundo", se esta perdiendo uno de los mayores recursos del planeta, donde toda la contaminación que producimos "aún no ha llegado"

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Sobre los autores

Lola Huete Machado. Redactora de El País y El País Semanal desde 1993, ha publicado reportajes sobre los cinco continentes. Psicóloga y viajera empedernida, aterrizó en Alemania al caer el muro de Berlín y aún así, fue capaz de regresar a España y contarlo. Compartiendo aquello se hizo periodista. Veinte años lleva. Un buen día miró hacia África, y descubrió que lo ignoraba todo. Por la necesidad de saber fundó este blog. Ahora coordina la sección Planeta Futuro.

Chema Caballero Chema Caballero. Llegó a África en 1992 y desde entonces su vida giró en torno a sus gentes, su color y olor, sus alegrías y angustias, sus esperanzas y ganas de vivir. Fue misionero javeriano y llevó a cabo programas de educación y recuperación de niñ@s soldado en Sierra Leona durante dos décadas, que fueron modelo.

José NaranjoJosé Naranjo. Freelance residente en Dakar desde 2011. Viajó al continente para profundizar en el fenómeno de las migraciones, del que ha escrito dos libros, 'Cayucos' (2006) y 'Los Invisibles de Kolda' (2009), que le llevaron a Marruecos, Malí, Mauritania, Argelia, Gambia, Cabo Verde y Senegal, donde aterrizó finalmente. Le apasiona la energía que desprende África.

Ángeles JuradoÁngeles Jurado. Periodista y escritora. Trabaja en el equipo de comunicación de Casa África desde 2007. Le interesa la cultura, la cooperación, la geopolítica o la mirada femenina del mundo. De África prefiere su literatura, los medios, Internet y los movimientos sociales, pero ante todo ama a Ben Okri, Véronique Tadjo y Boubacar Boris Diop, por citar solo tres plumas imprescindibles.

Chido OnumahChido Onumah. Reputado escritor y periodista nigeriano. Trabaja como tal en su país y en Ghana, Canadá e India. Está involucrado desde hace una década en formar a periodistas en África. Es coordinador del centro panafricano AFRICMIl (en Abuja), enfocado en la educación mediática de los jóvenes. Prepara su doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona. Su último libro se titula 'Time to Reclaim Nigeria'.

Akua DjanieAkua Djanie. Así se hace llamar como escritora. Pero en televisión o en radio es Blakofe. Con más de tres lustros de carrera profesional, Akua es uno de los nombres sonados en los medios de su país. Residente en Reino Unido, fue en 1995, en uno de sus viajes a Ghana, cuando llegó su triunfo televisivo. Hoy vive y trabaja entre ambos países. La puedes encontrar en su página, Blakofe; en la revista New African, en Youtube aquí o aquí...

Beatriz Leal Riesco Beatriz Leal Riesco. Investigadora, docente, crítica y comisaria independiente. Nómada convencida de sus virtudes terapéuticas, desde 2011 es programadora del African Film Festival de NYC. Sissako, Mbembe, Baldwin y Simone la cautivaron, lanzándose a descubrir el arte africano y afroamericano. Su pasión aumenta con los años.

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