Autor invitado: Ginés Casanova Baixauli (*)
Otras entradas de esta serie: Lumley Beach, No tan lejos
El tiempo en Bamako pasó volando. Me queda el recuerdo del ventilador encendido en casa de Manu Mora, ondeando mi mosquitera. La puerta y las contraventanas entornadas, haciendo una penumbra de verano a primera hora de la mañana. Mi ropa en remojo y el bote de doxiciclina sobre la mesa.
Después de un mes adentrado en zonas rurales de Sierra Leona y Guinea Conakry, Bamako tenía, ante todo, lo que me prometieron en Freetown: “a lot of electricity” (mucha electricidad). Y no solo electricidad: grandes avenidas, farolas, tiendas, mercados y supermercados, hoteles, puestos en la calle, mendigos, guías, vecinos. Y la casa de mi amigo.
Vista de Bamako con el Níger al fondo. Foto Tripadvisor.
Fueron días de comer tres o cuatro veces, de cocinar en casa, de charlar de cualquier cosa, hasta de África, con alguien cercano y días, sobre todo, de reír a gusto. Buscaba pequeñas ocupaciones que dejaba siempre para después, con idea de tener alguna excusa para moverme cuando me apetecía estar más activo: hacer la comida, fregar, ordenar el cuarto, lavar la ropa, ir al mercado…, la mayor parte del tiempo se me pasaba en asuntos domésticos; una forma más de aterrizar y darle tregua a la mochila.
Después de las 8, con las calles casi vacías, salíamos a pasear. Estas horas, las mejores del África oeste, están siempre presentes en las advertencias estándar para viajeros y turistas. En estos recetarios, la noche queda siempre en mal lugar. Con las calles prácticamente vacías, solo se ve a los que siempre están ahí: aquellos que duermen, comen, trabajan y diría que incluso se han criado en la misma esquina, sin moverse apenas a lo largo de una semana entera. También dan alguna vuelta más a esas horas los que buscan conversación frente a la última cerveza e incluso puede verse a algún blanco que, por descuido o atrevimiento, contraviene la consigna y se deja mecer por la quietud de las avenidas. Esa hora es el tiempo, en resumen, de vecinos, parroquianos y familias enteras que se apostan a la puerta de sus casas agradeciendo que por fin el aire corra fresco. Creo que ni las tensiones que vive hoy la capital maliense pueden evitar por mucho tiempo esta necesidad de un clima templado. De alguna forma, me pareció que compartía con ellos, en aquel noviembre, algo que he sentido siempre a la caída del sol de agosto en Andalucía, una especie de esperanza que deja la mínima amabilidad de cualquier verano.
El Níger a su paso por Siguiri. Foto vol-resa.
Pronto me despedí de Manu y de Bamako. A la salida de la gran ciudad, la sabana se impone. Quizás es porque llegué a Malí cuando caía la noche, pero durante todo el día tuve la impresión de haber dado un salto a otro lugar; como si entre la entrada y la salida de Bamako mediara una discontinuidad con lo que dejaba atrás. Los árboles, que ya enmudecían pasada Siguiri, se iban ausentando de manera más evidente conforme me adentraba en la zona central de Malí. La hierba subía, tomando el relevo, hasta el pecho o la cabeza, y el verde reseco que encontré a la salida de los bosques tropicales cedió por fin los honores al color amarillo del Sahel. Casi por sorpresa, vi un chorro de madera que salía a presión del suelo seco en los maizales. Si el agua en aquella región era un monopolio del Níger, los pozos de la sabana solo podían contener nudos y rizomas y troncos que se propulsaban hacia arriba y salpicaban gotas verdes en su parte más alta. Pequeñas hojas que brotan como la cabeza de un ratón en el cuello de un elefante. “¿Es eso un baobab?” Estaba realmente impresionado, quería saber más, pero no tenía a quien preguntar: me hacía figuraciones etnológicas sobre un posible culto a su ancianidad, o algún temor ancestral que impedía a las gentes bambara construir en sus inmediaciones. Sin conocer de este pueblo apenas sus largos y efusivos saludos, me ocupé en inventarme una antropología del gigante medio árbol, medio roca. Estaba seguro de que todos los pueblos entre Bamako y Ségou tenían una historia de terror y otra de piedad para él. Inventé algunas, todas improbables, hasta que llegué a mi destino.
El Níger a su pasao por Ségou. Foto Fotopedia.
Primera parada en Ségou, la orilla del río. El aire me llevaba al mar, pero la visión de la otra orilla me retenía en el Níger. Llegaban algunas piraguas con su carga y las pértigas ponían al límite la flexibilidad de los cuerpos a una hora extraña en la que la ciudad recoge sus negocios. Pasé la tarde vagando por la ciudad, intentando esconder mi cabeza del sol y esperando de nuevo la noche.
Mientras cenaba algo, estuve tomando las notas del día. Me fije por un momento en las bombillas que me permitían escribir. Iluminaban, no solo el papel, sino también un par de arriates del restaurante, mi bebida, la piel blanca de los visitantes que parecían empezar a acumularse en el camino hacia Tombuctú. También el tronco de un par de árboles que crujían empujados por el viento. ¿Qué dirían a esa hora los baobabs de la sabana? ¿Harían algún ruido las hojas-ratón al agitarse con el aire? Me imaginé que, en ese momento de total oscuridad, los troncos propulsados por la tierra trazaban una parábola líquida hasta el suelo y se convertía en un charco de madera.
En esa oscuridad impenetrable, cualquier cosa podría pasar sin que nadie lo supiera. En Europa, la oscuridad es la noticia, mientras que las bombillas encendidas son un objeto irrelevante. Solo existen cuando no funcionan. En la normalidad del día a día, lo que encendemos no son bombillas, sino interruptores.
Alejado de nuevo de Bamako -y más aún de casa-, me parecía que era la luz eléctrica la que era noticia. La bombilla, vanidosa, señalaba a las sombras. De lo que hay en África, cada unidad se señala a sí misma en su ausencia vecina. Lo que existe allí es real, sobre todo, porque se ausenta justo al lado. También la bombilla del arriate, de mi comida, de mi piel, existía gracias al baobab, a la choza, a los perros de un África a oscuras.
(*) Ginés Casanova Baixauli (Sevilla, 1981) viajó en 2007 por varios países de África occidental, después de tener un intenso contacto con la comunidad africana de Sevilla en los años anteriores. La travesía, algo más de 7000 kilómetros, pasaba por Sierra Leona, Guinea Conakry, Malí, Níger y Nigeria, y encontró su mejor argumento en las peripecias de los exploradores y geógrafos que en el siglo XIX arriesgaron (y perdieron) sus vidas en curso del río Níger.
Hay 4 Comentarios
Papa Wemba - Fula Ngenge
http://www.youtube.com/watch?v=MTYGA8ycMLY&feature=relmfu
Publicado por: AFRICA, Congo | 23/05/2012 19:23:55
KOFFI OLOMIDE & PAPA WEMBA SYNZA / DEBABA CELIO DECLARANT / Djomegabp
http://www.youtube.com/watch?v=7Yv4785CSUI
Publicado por: AFRICA, Congo | 23/05/2012 19:12:23
Mpongo Love - Femme commerçante
http://www.youtube.com/watch?v=0irg8fRS59E&feature=related
...chante une belle étoile...
Publicado por: l'AFRIQUE noire du Congo | 23/05/2012 16:36:56
Creo que como los medios de comunicación han adulterado la veracidad de África(continente) dando a entender que es algo perdido para el "resto del mundo", se esta perdiendo uno de los mayores recursos del planeta, donde toda la contaminación que producimos "aún no ha llegado"
Publicado por: hostal tarifa | 18/05/2012 12:40:42