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Lola Huete Machado

Un viaje

Por: | 29 de mayo de 2012

Autor invitado: Nuno Cobre (*)

¿PUEDO DECIR UNA COSA? Imagínate un aeropuerto. ¿Puedes pensar en un aeropuerto y sentir lo que es? Es un aeropuerto (estornudo ahora) un espacio caleidoscópico, una multiplicación mental, un trampolín neurológico. Y mientras, la escucho. Y mientras facturo, la veo. Veo a Gonvina moviéndose rítmicamente, al son de un deseo. Un deseo que viene del fondo de una jungla quizás, la que se ve tras los cristales, o que viene de un corazón, no sé. Porque hace tiempo que ya no entiendo nada. Una vez más.

El aeropuerto. Cuando yo era pequeño y llegaba el verano solía ir con frecuencia al aeropuerto. Allí me bajaba del Fiat Panda con mis padres y nos dirigíamos a la sala de llegadas para recibir a amigos que llegaban de todos lados de España dispuestos a disfrutar de las vacaciones. Siempre en la sala de llegadas. Luego se acababa el verano (el verano se acababa) venía Septiembre (venía Septiembre) y las nubes y volvía a subirme al Fiat Panda para acompañar a mis padres y despedir a los mismos amigos o a los mismos familiares que se lo habían pasado bomba en la playa y bajo el sol. Siempre en la sala de llegadas.Escúchame ahora de nuevo: yo, nosotros, no cogíamos tantos aviones.

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Los aviones eran para otros, y la mayoría de las visitas al aeropuerto eran para recibir o despedir a alguien que no era yo. Que no era yo. De modo que cuando volvíamos a casa, me inundaba una cierta desazón mezclada con dos cucharadas de azúcar y una frustración que metía tres dedos en tu estómago. Dentro del Fiat Panda, mirando a través de los cristales el mismo paisaje montañoso, mi cabeza (siempre ella) abría un telón para presentarme lugares mágicos, misteriosos y desconocidos a los que se dirigían otros. Otros. Pensaba a la noche junto al póster de Cocoon que colgaba en mi habitación y deseaba con todas mis ganas poder sumergirme dentro de ese póster y tener una vida para poder contarla. Sabes tío, todo eso me pasaba. Todas esas cosas quería hacer.

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Desde Cocoon al aeropuerto. El inalcanzable aeropuerto era el lugar de partida, el origen de un código que había que descifrar. No me importaba esperar en el aeropuerto. Me encantaba tomar algo en el aeropuerto. Quería estar en el aeropuerto. Quería estar todo el día en el aeropuerto. Por eso supongo (porque vuelvo a no entender nada) que empecé a decirme a mi mismo, que algún día sería yo el que me dirigiese con asiduidad al aeropuerto y cogería ese avión. Me entiendes, esta vez sería yo el que me marchase a recorrer el mundo y visitar todos los lugares y espacios recónditos que mi mente imaginase. Algún día sería yo el que se marchase y cogería el avión y nadie me lo impediría.

En un aeropuerto de África de cuyo nombre quiero acordarme, Gonvina una mujer africana y encargada de protocolo está diciendo algo con ritmo y con swing, I tell you, man, that girl is on fire. Gonvina, mujer africana que va todos los días al aeropuerto a recibir o a despedir a diplomáticos o personal de las organizaciones internacionales, habla rítmicamente, moviéndose bajo unos ojos entre iluminados y cercenados, posiblemente algo llorosos, un brillo que no acaba de brillar. Y repite, “algún día seré yo la que suba a ese avión y me vaya a Europa, Francia, Finlandia, Bali o donde sea. Veré las pirámides, las Torre Eiffel, New York”.

A mi me acaban de poner el billete en la mano, y mi hombro derecho que ha observado a Gonvina un tanto, ¿un tanto qué? ¿apenado? ¿fríamente? ¿falsamente? provoca a mi cerebro y luego a mi boca a decir el, “puedes venirte a España cuando quieras, ya lo sabes”, le digo sin mucho convencimiento, rezumando tópicos y frases hechas, promesas un tanto gaseosas y borrosas. Porque no sé yo si. Ella vendría. Pero en el fondo, ya lo sabes, lo creo. Porque hace tiempo que entiendo pocas cosas. Y por eso lo creo.

Los deseos venían de antes, de mucho antes. En Navidades (verano aquí) ya había sentido (sentir) como Gonvina miraba dilatadamente el gesto que consistía en ponerme una chaqueta de cuero negro y una bufanda, como una vestimenta e indumentaria de otro mundo que ella no podía ver, que aún no podía ver, el Fiat Panda, pero que se le insinuaba a diario, que le provocaba todos los días como un caramelo amargo que aparecía y volvía a desaparecer delante de sus ojos. Ya sabes lo que pasaba todos los días. Gonvina se bajaba del Nissan Pathfinder con nosotros, Gonvina arrastraba alguna maleta como nosotros, Gonvina facturaba con nosotros, Gonvina entregaba al personal de la compañía aérea nuestros pasaportes por nosotros, Gonvina contestaba a las preguntas burocráticas por nosotros, Gonvina bromeaba por nosotros y Gonvina volvía a sonreír por nosotros.

A continuación nos ayudaba a rellenar los cuestionarios de inmigración y luego seguía caminando rápido, rápido y luego despacio, cada vez más lentamente, hasta que en un momento dado se paraba. Aquí se paraba el mundo. El sueño que duda. Gonvina no podía seguir avanzando. Un policía con placa. Era el momento de la cinta transportadora, de las maletas que circulaban lentamente y con ellas nosotros que escoltábamos los bártulos, quitándonos el reloj, el portátil, el cinturón. Entonces miraba para atrás y veía a Gonvina que saludaba tímidamente con la mano, sonriendo entre límites. Sabes, era una sonrisa buena, amable pero inevitablemente comparativa, porque todos nos comparamos a diario y Gonvina sabía que en el avión nos iríamos todos menos ella que volvería a casa en el Nissan Pathfinder, el Fiat Panda. Y así, todos los días.

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Lo sorprendente era que el rostro de Gonvina no transmitiese ni una chispa de frustración, ni una gota de envidia, ni una mota de rabia, sino todo lo contrario. Gonvina, la encargada de protocolo nos despedía con el rostro con el que una madre despide a sus hijos. Y eso era sencillamente grande, inalcanzable para tantos. Y luego nosotros despegábamos, nosotros volábamos. Y a mi derecha, en pleno vuelo, no veía a Gonvina, pero la imaginaba sentada en los sillones de cuero de la compañía, apretando con curiosidad y un cierto asombro todos los botones del asiento delantero en busca de una película, una canción o lo que le apareciese por ahí. Y luego aterrizaríamos en Europa y Gonvina bajaría a tierra, como bajamos todos nosotros. Y luego vería el sol, como lo vemos todos nosotros. 

(*) Nuno Cobre vive, escribe y publica su blog Las palmeras mienten desde algún lugar de África que prefiere no desvelar. Otra manera de ver el continente, con el cuerpo fisicamente allí, pero con los recuerdos y la mirada de un mundo más occidental, que irremediablemente van y vienen. Otras entradas: En qué quedamos tiempo,  De Rosa Cebra y otros colores o Enfadados.

Hay 4 Comentarios

Good

Lindo...lindo.
Me encantan los aeropuertos...esos espacios suspendidos en el tiempo y los destinos, como un limbo donde todo parece suceder en una de dos velocidades...rápida o lentamente. Pienso que son el lugar perfecto para reflexionar.


SALIOU FALL & EBONY BAND "DOME SENEGAL".


http://www.youtube.com/watch?v=RaDxXC2gKdA

Precioso relato. Me hace pensar que muchas veces queremos estar en el lugar del otro y no valoramos lo que tenemos. Y cuando llega ese día en que no paras de volar, ya ni recuerdas las ansias con las que lo deseabas y las ganas locas de viajar que tenías, porque se ha convertido en una rutina y ya no lo valoras.

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Sobre los autores

Lola Huete Machado. Redactora de El País y El País Semanal desde 1993, ha publicado reportajes sobre los cinco continentes. Psicóloga y viajera empedernida, aterrizó en Alemania al caer el muro de Berlín y aún así, fue capaz de regresar a España y contarlo. Compartiendo aquello se hizo periodista. Veinte años lleva. Un buen día miró hacia África, y descubrió que lo ignoraba todo. Por la necesidad de saber fundó este blog. Ahora coordina la sección Planeta Futuro.

Chema Caballero Chema Caballero. Llegó a África en 1992 y desde entonces su vida giró en torno a sus gentes, su color y olor, sus alegrías y angustias, sus esperanzas y ganas de vivir. Fue misionero javeriano y llevó a cabo programas de educación y recuperación de niñ@s soldado en Sierra Leona durante dos décadas, que fueron modelo.

José NaranjoJosé Naranjo. Freelance residente en Dakar desde 2011. Viajó al continente para profundizar en el fenómeno de las migraciones, del que ha escrito dos libros, 'Cayucos' (2006) y 'Los Invisibles de Kolda' (2009), que le llevaron a Marruecos, Malí, Mauritania, Argelia, Gambia, Cabo Verde y Senegal, donde aterrizó finalmente. Le apasiona la energía que desprende África.

Ángeles JuradoÁngeles Jurado. Periodista y escritora. Trabaja en el equipo de comunicación de Casa África desde 2007. Le interesa la cultura, la cooperación, la geopolítica o la mirada femenina del mundo. De África prefiere su literatura, los medios, Internet y los movimientos sociales, pero ante todo ama a Ben Okri, Véronique Tadjo y Boubacar Boris Diop, por citar solo tres plumas imprescindibles.

Chido OnumahChido Onumah. Reputado escritor y periodista nigeriano. Trabaja como tal en su país y en Ghana, Canadá e India. Está involucrado desde hace una década en formar a periodistas en África. Es coordinador del centro panafricano AFRICMIl (en Abuja), enfocado en la educación mediática de los jóvenes. Prepara su doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona. Su último libro se titula 'Time to Reclaim Nigeria'.

Akua DjanieAkua Djanie. Así se hace llamar como escritora. Pero en televisión o en radio es Blakofe. Con más de tres lustros de carrera profesional, Akua es uno de los nombres sonados en los medios de su país. Residente en Reino Unido, fue en 1995, en uno de sus viajes a Ghana, cuando llegó su triunfo televisivo. Hoy vive y trabaja entre ambos países. La puedes encontrar en su página, Blakofe; en la revista New African, en Youtube aquí o aquí...

Beatriz Leal Riesco Beatriz Leal Riesco. Investigadora, docente, crítica y comisaria independiente. Nómada convencida de sus virtudes terapéuticas, desde 2011 es programadora del African Film Festival de NYC. Sissako, Mbembe, Baldwin y Simone la cautivaron, lanzándose a descubrir el arte africano y afroamericano. Su pasión aumenta con los años.

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