Donde los roles de género están claros, donde los hombres entran y se sientan en una parte de la sala todos juntos, tal como impone el orden socialmente establecido; donde las mujeres sin voz se sientan en la otra parte de esa misma sala y se limitan solamente a escuchar y a esperar. “Lo quieren así”, me dicen, y por tanto tengo que ponerme en el lugar de la sala destinado a las mujeres por respeto a la cultura, un hecho del que una tiene que ser muy consciente cuando vive y trabaja en una comunidad. Entre las mujeres hay comadronas, médicos y personal de Médicos Sin Fronteras, que han ayudado a forjar e impulsar un proyecto en la zona desde hace dos años.
Bienvenidos a Ijara, una zona propensa a sequías crónicas recurrentes y desnutrición crónica, con una elevada mortalidad materna y una alta incidencia de tuberculosis. Un distrito de unos 87.771 habitantes, donde MSF ha estado trabajando desde 2010 a 2012 promoviendo la salud sexual y reproductiva. Hoy estamos en el taller de traspaso organizado por MSF y otros actores.
Cada día mueren unas 800 mujeres por causas prevenibles relacionadas con el embarazo y el parto. El centro de Kabezi (Burundi) ofrece servicios médicos a mujeres con embarazos o partos complicados. Fotografía de Francois Dumont / MSF.
Los niveles de analfabetismo (en términos de educación reglada y capacidad de leer y escribir) son bastante altos y esto afecta a la forma como la población elige acudir en busca de asistencia médica. Y digo ‘elige’ porque, por ejemplo, la decisión de una mujer de ir al hospital a dar a luz no necesariamente depende de ella sino de su esposo o compañero. Por consiguiente, si el marido no está convencido de la importancia de los partos institucionales, la mujer no tendrá permiso para ir al hospital y, por lo tanto, correrá riesgo de muerte en caso de complicaciones en el parto.
Además, hay creencias tradicionales enraizadas en la comunidad que acechan la seguridad de la maternidad: por ejemplo, durante mucho tiempo, las mujeres en Ijara han perdido a sus bebés debido a hemorragias durante y después del parto. La falta de conocimiento hace que la causa de su muerte se aduzca a un mal presagio o a otras supersticiones tradicionales.
Phanice, matrona en la sala materno-infantil de Ijara. Fotografía de Paul Ekeya / MSF
Ver ahora a una mujer hablar con toda tranquilidad de salud reproductiva y referirse a la hemorragia posparto utilizando sus siglas impresiona a cualquier médico, profesional sanitario o persona común y corriente. Ha sido un camino arduo y largo el que MSF tuvo que emprender para llegar hasta aquí.
Tras cambiarme de asiento a regañadientes y ubicarme en el lado reservado a las mujeres, me siento en cierto modo relajada, observando, esperando a ver como se desarrollan las cosas a medida que se va llenando la sala. La parte de los hombres se va completando con lentitud y ya hay más hombres que mujeres en la sala; los hombres siguen llegando así como algunas mujeres. De vez en cuando, giro la cabeza para mirar hacia atrás. Mientras las filas de los hombres se van llenando, me doy cuenta de la presencia de una mujer que ocupa dos asientos.
Así llegamos al momento en el que un hombre entra y toma asiento en el lado reservado a las mujeres. Pienso que debe ser forastero y espero para hablar con él durante la pausa sólo para confirmar mi deducción ¡pero resulta ser un miembro de la comunidad! Le pregunto si se había dado cuenta de que existía un patrón a la hora de sentarse en la sala pero mi comentario no le hace ninguna gracia. Me responde: “Sí, me he dado cuenta, pero creo que hubiera sido peor si una mujer se hubiese sentado en la parte de los hombres”. Eso basta para hacerme comprender el lugar que ocupan las mujeres en la comunidad.
La fila de las mujeres, al otro lado se situaban los asientos reservados para los hombres. Faith Schwieker-Miyandazi / MSF
Contrariamente a lo que temía, la participación de las mujeres durante la reunión es buena, especialmente considerando su reducido número. Se debe, quizás, a que se sienten libres de sentarse entre ellas, de compartir y airear sus opiniones sintiéndose seguras en su lado de la sala. Así lo comprendí.
Mirando hacia atrás, llego a comprender la situación. Quiero decir que no tiene por qué coincidir con mis esquemas o con una forma particular de hacer las cosas para que algo se perciba como correcto, normal o funcional.
Sin duda, llego a aceptar que esta comunidad tiene una forma de hacer las cosas, de sentarse en foros públicos, de airear sus opiniones en estos foros y de hacer sus cosas. La situación pudo haberme parecido inusual pero era aparentemente normal para otros. Así que, tanto si lo entiendo como si no, funciona y funciona para ellos. Sin embargo, todavía no he perdido la esperanza de que más hombres ocupen asientos en la parte de las mujeres o que las mujeres se sienten en la de los hombres la próxima vez. Con el tiempo, si esto ocurre, espero que ambos sexos puedan sentarse en cualquier lado y, aún así, sean capaces de expresar sus puntos de vista en la misma medida o tal vez no, ¡tal vez nunca!
Ahora sé que lo normal para una persona puede no serlo para otra, es así como las costumbres pueden entrar en conflicto. Sin embargo, si una norma que funciona para un pueblo y no crea problemas ni pone en peligro a una parte de la comunidad ni pisa los derechos de la población, ¿no se trata entonces de una norma ‘positiva’?
Con estos pensamientos me voy de Ijara sabiendo que el cambio es inevitable. Llevará algún tiempo, quizá poco o quizá mucho, pero sin lugar a dudas el cambio llegará y se sentirá. Sólo espero que cuando se produzca, independientemente de cómo tenga lugar, no altere los pasos ya dados por la comunidad en cuestiones de salud.
Hay 0 Comentarios