A mediados de los ochenta el África austral era un polvorín, un escenario más de las tensiones de la guerra fría que aún soportaba los coletazos violentos de guerras post coloniales. La Sudáfrica del apartheid mantenía bajo el yugo a los no-blancos y desestabilizaba la región financiando a las guerrillas en contra de los gobiernos socialistas de Angola y Mozambique.
El conflicto entre Angola y Sudáfrica duró dos décadas y se convirtió en uno de los más largos en el que los bloques de Estados Unidos y la extinta URSS, junto a Cuba, jugaron su particular partida.
En Angola, el Gobierno marxista recibía ayuda de la Cuba de Fidel Castro para repeler a los grupos paramilitares, apoyados por Estados Unidos y Sudáfrica, y mantenía una guerra abierta con su vecina en el territorio de lo que hoy es Namibia y, que hasta 1990, fue una provincia sudafricana más.
Y en esto apareció en escena un tal Jean-Yves Ollivier, francés nacido en Argelia en 1944, con tarjeta de hombre de negocios que, dice, se propuso liberar a Nelson Mandela, que cumplía cadena perpetua de alta traición en la prisión Victor Verster y gozaba ya de una gran popularidad y apoyo internacional.
El empresario francés Olliver, en una imagen promocional
Sin embargo, los conflictos y rencillas vecinales dificultaban la jugada, así que, Ollivier asegura, tuvo claro que el primer e indispensable paso era solucionar los problemas vecinales. Esa paz suponía el intercambio de otros presos de guerra no tan conocidos pero que se erigieron como estratégicos para lograr el objetivo.
Las credenciales de Ollivier fueron básicamente los contactos tejidos en sus negocios, que le abrieron puertas en las cancillerías de los países implicados o potenciales mediadores y su capacidad de infundir confianza en sus interlocutores, aunque alguno temió que se tratara de un doble agente.
Este es el arranque de Complot para la paz, el documental que cuenta la cocina de cómo se coció que el régimen del apartheid accediera a negociar y, en febrero de 1990 a excarcelar al que consideraba su enemigo número 1. En total, año y medio de la historia de esta estratégica región que desde entonces ha silenciado el ruido de sables.
El documental, dirigido por el español Carlos Agulló y la sudafricana Mandy Jacobson a manera de thriller, se estrena en los cines el 5 de diciembre, y cuenta por primera vez la historia de este francés, el único que puede presumir de haber sido galardonado por la Sudáfrica racista del apartheid y la democrática y multirracial de Mandela. Los premios reconocen dos resultados diferentes pero en el fondo se trata de la misma jugada, del mismo complot para la paz del título.
Mandela y Ollivier, de perfil, en una imagen después de la liberación del primero
La historia, decíamos, arranca con una región enfrentada y un hombre de negocios, primero en el sector de cereales y después en petróleo y carbón, acostumbrado a bregarse “siempre en países difíciles”, confiesa. En principio el apartheid le frenó para mercadear en Sudáfrica pero más tarde reconoce que desobedeció el boicot internacional porque creía que las “sanciones eran contraproducentes” para lograr la paz, ya que dejaban aislado al país e impedían el diálogo.
Ollivier asegura que su objetivo no era terminar con el apartheid, un régimen que a principios de los 80 ya estaba condenado a extinguirse por sí mismo sino “contribuir a su destrucción” sin que ello supusiera la muerte o el exilio de los blancos.
En este aspecto le influyó su propia biografía de hijo de la diáspora francesa que durante la guerra por la independencia en los 60 tuvo que salir de Argelia, en el éxodo iniciado por un millón de compatriotas.
Fueron seis los países que se conjuraron para lograr la paz. Por el lado africano, la Sudáfrica del apartheid, capitaneada en este caso por el ministro de Asuntos Exteriores Pik Botha; la Angola marxista enfrentada con los sudafricanos por cuestiones territoriales y sumida en un conflicto interno post colonial; y Mozambique, a quien años antes los servicios secretos del apartheid presuntamente habían asesinado a su presidente Samoa Machel y tenía buenas relaciones con los angoleños.
Además, Congo-Brazzaville accedió a convertirse en interlocutor de sudafricanos y angoleños después de que un problema de última hora impidiera al francés Jacques Chirac aparecer como el gran pacificador. Otros implicados fueron Estados Unidos que, como los sudafricanos, apoyaba a los rebeldes angoleños de Jonas Savimbi, y Cuba, valedor de Angola que no dudó en enviar 50.000 soldados para defender el socialismo en la región.
Ollivier brinda por el premio que le otorgó el apartheid
Ollivier actuó de correo entre las delegaciones de estos países. El primer objetivo era que Sudáfrica liberara al comandante Wynand du Toit, capturado en un intento de dinamitar unas instalaciones petroleras en Angola, y de gran valor simbólico para el régimen. A cambio, Olliver pidió a la guerrilla de Savimbi que dejara ir a 133 militares angoleños secuestrados en la selva. Sin nada a cambio.
El comandante Du Toit, derecha, charla con Botha en el avión que le condujo a Sudáfrica en
septiembre de 1987, después de dos años detenido en Angola. John Hamman
Esta es la jugada de Ollivier, el intercambio de estos prisioneros, efectivo el 7 de septiembre de 1987 en Mozambique, Siete meses duraron las negociaciones, periodo en el cual dirigentes de todos los países se fueron encontrando, incluso en un safari en Sudáfrica. A partir de ahí, el dialogo posibilitó la firma del llamado Protocolo de Brazzaville, en diciembre de 1988.
La asunción de este acuerdo trae dos consecuencias directas y una indirecta. Por un lado la independencia de Namibia y, por otro, la retirada de las tropas cubanas de Angola. El colofón fue el 11 de febrero de 1990, cuando Nelson Mandela sale de la mano de Winnie de la prisión tras 27 años encarcelado. Desde la prisión ya ha empezado las negociaciones por la democratización, primero con Pieter Botha, que dimite tras sentirse desautorizado por la jugada del intercambio de prisioneros, y después con Frederic W. de Klerk. En 1993, De Klerk y Mandela recibirán juntos el Premio Nobel de la Paz.
La cinta cuenta con declaraciones de testigos que vieron en primera persona cómo se movía Ollivier entre las bambalinas del poder: presidentes de Mozambique, Congo y Sudáfrica democrática; el ministro de Exteriores del apartheid, delegados de los Gobiernos estadounidense y cubano en las negociaciones, testimonios todos ellos que junto al del propio Olllivier o Winnie Mandela e imágenes de archivo dan al espectador menos puesto en la materia una pincelada fina sobre qué estaba en juego.
Pocos, muy pocos, sabían entonces y saben ahora qué papel desarrolló este francés. La entonces mujer de Mandela, Winnie, explica en el documental que tardó en estar al caso de quién era aquel hombre ni tampoco presumió “de su contribución”. El propio Mandela permanecía ajeno a este complot internacional hasta meses después de su liberación.
Winnie Mandela, que es una de las entrevistads, y Ollivier sonríen en una fotografía reciente
Coinciden los entrevistados en el documental que el empresario que nunca pidió dinero ni contrapartidas. Es más, pagó de su bolsillo los numerosos viajes que hizo por el continente africano y Europa a la búsqueda de esas complicidades que permitieran terminar con los conflictos de una manera pacífica y dialogada. Hay quien apunta que sólo le movió dejar un mundo mejor.
Hay 2 Comentarios
Marta, excelente artículo y muy bien documentado. Saludos.
Publicado por: Sofía | 10/12/2013 22:05:26
Gracias por estos fantásticos artículos y por acercarnos otra cultura http://xurl.es/9ik46
Publicado por: Paco | 05/12/2013 11:17:12