"Salvo por el nombre geográfico, África no existe", decía Ryszard Kapucinski. Y sí, desde Europa, acostumbramos a simplificar su realidad hasta hacerla una y pobre, catastrófica y dependiente. Pero África es un continente: 55 países, mil millones de personas, multiplicidad de mundos, etnias, voces, culturas... África heterogénea y rica contada desde allí y desde aquí. Un blog coral creado y coordinado por Lola Huete Machado.
Ya hay una generación de migrantes magrebíes que no vienen a Europa a trabajar en tareas manuales del campo o de la industria. Ellos hacen cine, teatro, música... escriben, viven alternativamente en África o en Europa, porque el "el mar Mediterráneo es, ante todo, movilidad", como dice la autora de este estudio sobre las migraciones árabes y magrebíes hacia Europa.
Algunos son hijos de los trabajadores que ayudaron a levantar los países europeos del norte tras la devastación de la Gran Guerra, en los sesenta; otros han venido por su propia sed de vida e inspiración; o vinieron a trabajar de obreros y terminaron siendo cineastas.
Fotograma de 'Solei-man', una película de Mohamed El Badaoui.
Mohamed El Badaoui es uno de estos migrantes: un cineasta que ya no importa a qué subgrupo pertenece. Solo habrá que decir que nació en 1979, en Alhucemas, en el Rif marroquí, y que ha vivido desde niño entre Holanda y España. Su idioma más íntimo es el amazigh rifeño, pero su lenguaje fílmico está hecho de la larga mirada del niño en las montañas donde choca el Mediterráneo y de años de silenciosa contemplación a la luz blanquecina del norte, en La Haya. De este lado del mar, a Mohamed le dicen Elías y hay quien lo nombra con el nombre del protagonista de su primera película: Soleiman.
Mi tío se mostraba muy receloso cuando explicaba la Biblia. No soportaba que no se le prestase la suficiente atención. Claro que, esperar que unos baoulé analfabetos estuviesen muy atentos mientras otro, medio iletrado, intentaba explicarles el misterio de la Trinidad o las sutilezas del Evangelio según San Juan, era mucho esperar. Es más, esperar que campesinos baoulé polígamos, que pasaban la mayor parte del tiempo poniéndose los cuernos los unos a los otros, hasta el punto de preferir transmitir su herencia a sus sobrinos, los hijos de sus hermanas de madre, para asegurarse de que se trataba de la misma sangre; esperar pues, que esos mismos campesinos creyesen, sin partirse de risa, que una mujer a la que su marido nunca había tocado pudiese quedarse embarazada siendo todavía virgen y sin haber sido infiel, era una auténtica utopía.
Lo que acaba de leer es un extracto de El entierro de mi tío, una pequeña y deliciosa obra cargada de irreverencia y humor y firmada por el autor marfileño Venance Konan. Se trata de uno de los dos cuentos breves de este periodista y escritor traducidos al español. Ambos están publicados en formato e-book y por la misma editorial, 2709 books. Ambos son parte de una apuesta personalísima por dar a conocer la literatura contemporánea que se hace en Costa de Marfil y, de paso, regalarnos una divertida y poética inmersión en su realidad. 2709 books declara su vocación de "difundir, mediante la literatura, otras formas de pensar y de vivir". No en vano, su web cita a la escritora nigeriana Chimamanda Adichie para resumir su inspiración y objetivos en tres breves frases: "La historia única crea estereotipos. Y el problema con los estereotipos no es que sean falsos sino que son incompletos. Hacen de una sola historia la única historia".
Dos años cumple ya el canal CCTV-Africa, la televisión china en el continente. Una visita a su redacción
Tras pasar el control en las oficinas centrales de la televisión china en Nairobi (Kenia), el ascensor se detiene en la planta tercera. Un logotipo ocupa la pared con las siglas CCTV-Africa y el guarda de seguridad nos abre la puerta tras una sonrisa y un amable “karibu” (que en kisuajili, significa bienvenido). Estamos en la recepción, decorada con una mezla de arte asiático y masai que convierte la espera en más acogedora. Sobre la mesa, con algunos días de retraso, los dos diarios de más tirada en el país: Daily Nation y The Standard. En la pared, cuatro pantallas de plasma recogen segundo a segundo la actualidad: dos canales chinos, uno con AlJazeera y otro con la BBC. Minutos después aparece nuestro anfitrión, Ondeko Aura, un keniano con una larga trayectoria en medios nacionales e internacionales, como Radio France International (RFI), y ahora, responsable de planificar el contenido de CCTV-Africa.
“Soy persona con albinismo, no albina”. Es la frase con la que casi da la bienvenida Thando Hopa, una negra de 24 años con una evidente carencia de melanina. Esta joven es fiscal en los juzgados de Johannesburgo entre semana pero cuando llega el fin de semana se sube a unos tacones para desfilar por pasarelas y dejarse fotografiar en largas sesiones.
La suya es una historia con un guión archiconocido, similar al de tantas otras modelos descubiertas por casualidad, por un ojeador en busca de nuevas caras. En su caso, resultó ser Gert Johan Coetzee, un diseñador que, como la propia Thando, desmintió a su destino al salir pitando de la granja familiar donde nació y se crió.
La joven Thando Hopa en una sesión fotográfica que se ha exhibido en la reciente Semana de la Moda de Johannesburgo Justin Dingwall
En octubre de 2012, Thando iba con una amiga por un centro comercial de Johannesburgo cuando ese extravagante joven se le acercó preguntándole si estaba interesada en hacer una sesión fotográfica. “Le respondí que no porque entonces estudiaba y esa era mi máxima prioridad”, recuerda ahora. Sin embargo, unos días después le telefoneó y empezaron a trabajar juntos. La casualidad y la suerte juntaron, digamos, a estas dos personas no destinadas a ser lo que han llegado a ser.
Lo que convenció a la joven Thando era la propuesta de Coetzee en participar en una campaña para “cambiar la percepción” popular del albinismo. “Nunca vi a nadie como yo en la tele o en las revistas cuando era una niña y pensé que lanzar un mensaje en positivo era fantástico”, explica.
En 1970, en un club para funcionarios gubernamentales, empezaron a tocar 7 jóvenes liderados por el saxofonista Baro N’Diaye que decidieron llamarse como el local, Baobab. Algunos de los componentes provenían de otros grupos, otros era la primera vez que se subían a un escenario. Interpretaban los ritmos de moda en el momento, principalmente salsa cubana. Pero muy pronto empezaron a añadir temas africanos inspirados en la tradición de los griots wolof que representaba su cantante, Laye M’Boup, dando lugar así a la fusión que ha caracterizado al grupo. Fue de esta manera como fue tomando forma la Orchestra Baobab.
De repente el grupo consiguió tanto éxito que empezó a tocar, no solo los fines de semana sino todos los días. Con la fama se fueron agregando nuevos miembros que aportaron la riqueza musical de sus propias etnias. Quizás la incorporación más importante fue la de Thione Seck como cantante principal tras la muerte de M’Boup en accidente de tráfico, en 1974 (aunque algunos rumores culpan a un marido celoso de esta muerte).
Vamos a escuchar el tema Jin Ma Jin Ma proveniente del álbum A night at Club Baobab, publicado en 2006, donde se hace un homenaje a los temas que se tocaban en aquella primera época de la orquesta.
Acaba de morir, a los 34 años, Jean-Claude Roger Mbede (Ntouessong, Camerún, 1979).
Su caso y su rostro dieron la vuelta al mundo en campañas de organizaciones pro-derechos humanos como Amnistía Internacional y All Out: pasó 16 meses en la prisión de Kongdengui, en Yaundé, por enviar un sms a otro hombre. El mensaje era simple y directo: "estoy muy enamorado de ti". Sentenciado a tres años de cárcel y el pago de una multa de 33.000 francos CFA el 28 de abril de 2011, Mbede había logrado la libertad provisional en julio de 2012 por razones de salud. Sin embargo, su inesperada y publicitada salida del armario costó a este "activista accidental" de la causa LGBT pasar los últimos meses de su vida escondido y cambiando hasta tres veces de residencia.
Roger Mbede falleció el 10 de enero de 2014, a las 19.00 horas, en Ngoumou, cerca de Yaundé. La muerte le llegó a causa de las complicaciones derivadas de un cáncer que le habían diagnosticado y de la falta de tratamiento para una hernia de la que se operó en dos ocasiones, legado de su estancia en la cárcel. Según testimonios de amigos, Roger no bebió ni comió en sus últimos días de vida. Tampoco podía hablar ni mantenerse en pie. Con su salud deteriorándose rápidamente, todavía estaba pendiente de su apelación a la condena que no había terminado de cumplir.
Roger Mbede con Alice Nkom, su abogada
Sus abogados han denunciado que la familia de Roger lo secuestró y que son los responsables directos de su muerte. Lo habían sacado del hospital donde recibía tratamiento y desplazado hasta Ngoumou, localidad en la que languideció hasta morir sin ningún tipo de medicación. Según el activista camerunés Lambert Lamba, habían declarado su intención de "eliminar la homosexualidad en él".
El caso de Roger Mbede se fraguó a finales de 2010, cuando estudiaba Filosofía de la Educación en la Universidad Católica de Yaundé. En esa época conoció al hombre del que se enamoró y al que envió su declaración de amor vía móvil. Su mensaje recibió respuesta: una cita que se reveló una trampa. En el domicilio de ese hombre le esperaban dos policías que le detuvieron y le confiscaron el teléfono móvil. Así comenzó su calvario a través de interrogatorios, prisión provisional y tras un juicio rápido, la condena.
El activista LGBT y periodista camerunés Eric Lembembe escribió una reseña sobre el caso de Roger Mbede poco después de su salida de la cárcel. El verano pasado, el propio Lembembe era torturado y asesinado en su hogar en lo que se consideró el primer asesinato homófobo en el país.
Eric Lembembe explicaba en su texto las condiciones de encarcelamiento de Roger Mbede: agua insalubre, catres de mala muerte, promiscuidad y contacto directo con tuberculosis, diarrea y enfermedades de la piel, insultos y vejaciones físicas y verbales, asaltos con armas blancas que dejaron su huella en la piel y el ánimo de Mbede. Auxiliado por diferentes ONG que le llevaban ropa y comida a la prisión, también sufría el ostracismo fuera de ella, puesto que su familia le rechazó al conocer su orientación sexual. Su padre le comunicó que dejaba de ser su hijo y su hermana llegó a decirle que preferiría estar emparentada con un criminal antes que con un homosexual.
Mbede quería rehacer su vida. Había finalizado sus estudios y luchaba contra su enfermedad, anhelaba conseguir un trabajo e independizarse.
Según Human Rights Watch, Camerún lleva ante la justicia a más homosexuales que ningún otro país africano. La abogada de Robert Mbede, Alice Nkom, ha acusado al estado de su muerte. "Si no hubiera criminalización de la homosexualidad, no habría ido a prisión y su vida no habría acabado -manifestó- Su vida terminó cuando fue a la cárcel".
El fallecimiento de Roger Mbede ha precedido en pocos días a la prohibición del matrimonio homosexual en Nigeria, donde el colectivo LGBT se convierte de nuevo en cabeza de turco para un presidente acosado por los escándalos de corrupción y un país sometido al terror de Boko Haram, la brutalidad de las fuerzas de seguridad y la pobreza extrema de la mayor parte de sus ciudadanos. Además, precede a las últimas declaraciones del presidente ugandés, Yoweri Museveni, en una carta abierta publicada en un periódico de su país, en la que firma joyas como que la homosexualidad es una anormalidad y que el lesbianismo llega por hambre de sexo y falta de marido. También, por elegir otra noticia de actualidad que afecte al colectivo LGBT pero desde una perspectiva positiva, la muerte de Roger Mbede casi coincide con la salida del armario del escritor keniano Binyavanga Wainaina, probablemente el africano más célebre que ha admitido públicamente su homosexualidad. Lo hace con la publicación en diferentes sitios de internet de un episodio perdido de su libro Algún día escribiré sobre África, en el que confiesa que se sabía gay desde que tenía cinco años.
Fotograma del documental Los hilos de Penélope. / Foto: Colectivo Circes
Año 2002. La crisis no había aún asomado el hocico. En toda España, miles de inmigrantes protagonizaban manifestaciones y encierros reclamando papeles para todos. En Barcelona, Raquel García, Alessandra Caporale y Eva Cruells, a través de la Asociación Cornellá sin Fronteras, entran en contacto con la realidad de un grupo de jóvenes marroquíes y se implican en su lucha. A partir de ahí, en 2007, surge la idea de grabar un documental sobre la otra cara de la inmigración, la de las mujeres que se han quedado en los pueblos sin sus maridos o hijos. Y, con este propósito, entre agosto y octubre de 2008 se instalan en Achich, un pueblo tradicional de cultura amazigh enclavado en el suroeste de Marruecos. El resultado, imprevisible, honesto y que invita a la reflexión, se llama Los hilos de Penélope.
Marruecos ha comenzado el año con una medida sin precedentes: la apertura de un proceso deregularización de inmigrantes que durará hasta el 31 de diciembre. Según estimaciones oficiales se podrán beneficiar de este ejercicio unos 15.000 subsaharianos (se calcula que en el país hay entre 25.000 y 45.000), además de miles de extranjeros de otras nacionalidades, entre ellos cientos de españoles, que trabajan en la enseñanza privada, la construcción, los servicios, la hostelería… Al mismo tiempo, se van a atender alrededor de 800 solicitudes de asilo y refugio avaladas por la oficina de la ONU en Rabat.
Encontrarse con la guerra, verle a la cara a la muerte, es diferente. Uno podrá horrorizarse una y otra vez con las imágenes en televisión de Hiroshima, preguntarse cómo mataron a un millón en Rwanda o compadecerse por el conflicto en Colombia, pero, al cabo, nada de esa indignación, por más genuina que sea, será pasible de comparación con el miedo que genera una bomba explotando cerca o el espanto del río y un cadáver que flota. Para los ojos, para la memoria, es más terrible cruzarse con un muerto, uno solo, que enterarse que mataron a cincuenta. Y eso porque, al cabo, a la guerra, por más que al final quede en números, la hacen personas.
El 15 de diciembre estaba en Kampala, Uganda, y me enteré de que había estallado un conflicto en Sudán del Sur, un país limítrofe. En un día, fallecieron 300, arreciaron los choques armados y la nación, que ya tambaleaba, se vino abajo. Un mes pasó de aquello y en el medio, hubo tres episodios, básicos, ninguno peligroso, que marcaron mi primer acercamiento a la guerra y que, por eso, no se irán nunca de mis recuerdos. Pensaba, mientras escribo: detrás de ése “fallecieron 300”, ¿Cuántas historias existen, cuántas lágrimas, cuánto pavor? ¿Cuántos abrazos?
La música Palm Wine (vino de palma), o Maringar, como se la conoce en Sierra Leona, tiene sus orígenes en la llegada de los marineros portugueses a las costas de África occidental. Ellos traían guitarras que empezaron a tocar junto a los instrumentos locales. Los primeros guitarristas africanos iniciaron sus actuaciones en los lugares donde los hombres se reunían para beber vino de palma, de ahí el nombre de este ritmo.
Esta bebida no es otra cosa que la savia de las palmeras. También se puede fermentar dando lugar a licores más fuerte.
La forma más conocida de la palm-wine Music se originó en el territorio habitado por la tribu kru de Liberia al mezclarse melodías y ritmos tradicionales con elementos de Calipso traídos desde Trinidad y Tobago, posiblemente por algunos de los antiguos esclavos que se asentaron en la zona o por los marineros. Desde Liberia, esta música se extendió por toda las colonias inglesas de África Occidental. Este ritmo tuvo mucha influencia en otros, como es el caso de la música juju que veíamos la semana pasada.
Ebenezer Calender fue el primer artista que consiguió que la música palm-wine se conociera internacionalmente. Calender nació en Freetown, Sierra Leona, en 1912, de padre jamaicano y madre sierraleonesa. Muy joven formó su propio grupo y, por falta de dinero, empezaron a construirse sus propios instrumentos. Junto con ellos, la Maringar Band, grabó docenas de discos en los años 50 y 60. El más conocido de todos sus éxitos es Fire Fire Fire.
Lola Huete Machado. Redactora de El País y El País Semanal desde 1993, ha publicado reportajes sobre los cinco continentes. Psicóloga y viajera empedernida, aterrizó en Alemania al caer el muro de Berlín y aún así, fue capaz de regresar a España y contarlo. Compartiendo aquello se hizo periodista. Veinte años lleva. Un buen día miró hacia África, y descubrió que lo ignoraba todo. Por la necesidad de saber fundó este blog. Ahora coordina la sección Planeta Futuro.
Chema Caballero. Llegó a África en 1992 y desde entonces su vida giró en torno a sus gentes, su color y olor, sus alegrías y angustias, sus esperanzas y ganas de vivir. Fue misionero javeriano y llevó a cabo programas de educación y recuperación de niñ@s soldado en Sierra Leona durante dos décadas, que fueron modelo.
José Naranjo. Freelance residente en Dakar desde 2011. Viajó al continente para profundizar en el fenómeno de las migraciones, del que ha escrito dos libros, 'Cayucos' (2006) y 'Los Invisibles de Kolda' (2009), que le llevaron a Marruecos, Malí, Mauritania, Argelia, Gambia, Cabo Verde y Senegal, donde aterrizó finalmente. Le apasiona la energía que desprende África.
Ángeles Jurado. Periodista y escritora. Trabaja en el equipo de comunicación de Casa África desde 2007. Le interesa la cultura, la cooperación, la geopolítica o la mirada femenina del mundo. De África prefiere su literatura, los medios, Internet y los movimientos sociales, pero ante todo ama a Ben Okri, Véronique Tadjo y Boubacar Boris Diop, por citar solo tres plumas imprescindibles.
Chido Onumah. Reputado escritor y periodista nigeriano. Trabaja como tal en su país y en Ghana, Canadá e India. Está involucrado desde hace una década en formar a periodistas en África. Es coordinador del centro panafricano AFRICMIl (en Abuja), enfocado en la educación mediática de los jóvenes. Prepara su doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona. Su último libro se titula 'Time to Reclaim Nigeria'.
Akua Djanie. Así se hace llamar como escritora. Pero en televisión o en radio es Blakofe. Con más de tres lustros de carrera profesional, Akua es uno de los nombres sonados en los medios de su país. Residente en Reino Unido, fue en 1995, en uno de sus viajes a Ghana, cuando llegó su triunfo televisivo. Hoy vive y trabaja entre ambos países. La puedes encontrar en su página, Blakofe; en la revista New African, en Youtube aquí o aquí...
Beatriz Leal Riesco. Investigadora, docente, crítica y comisaria independiente. Nómada convencida de sus virtudes terapéuticas, desde 2011 es programadora del African Film Festival de NYC. Sissako, Mbembe, Baldwin y Simone la cautivaron, lanzándose a descubrir el arte africano y afroamericano. Su pasión aumenta con los años.