Por Luis Luna (*)
Decía Nelson Mandela que la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo. Ahora que ha muerto, tal vez convenga recordar esa frase a todos los líderes mundiales que acudieron a sus exequias. Y recordarles también que Mandela fue encarcelado por aquellos que pretendían mantener el régimen de segregación imperante en Sudáfrica, soslayado, en su momento, por algunas de esas potencias mundiales.
La educación, tan maltratada en nuestro país, evitaría, por ejemplo, que se produjeran redadas donde se identifica a seres humanos por sus rasgos o color de piel y evitaría ese gran monumento a la ignominia que se alza en nuestras fronteras con Marruecos. Ese gran adefesio que ahora se quiere coronar con cuchillas, llamadas, en otro retruécano de lenguaje, 'concertinas'.
¿Qué concierto de horror y sangre se quiere ofrecer? Se ignoran, de nuevo, cada una de las preciosas gotas de sangre que derraman nuestros hermanos africanos por venir a países que ya les han utilizado y rechazado en un ciclo sin fin.
Léopold Sédar Senghor (Senegal 1906-2001) escribió sobre este rechazo en su libro Hostias negras (1936-1945). En él versifica aquello que era una verdad dolorosa: el olvido, por parte de los europeos, de los africanos que lucharon y murieron en la II Guerra Mundial. Para resarcirse de ese olvido, el gran padre de la patria senegalesa desarrolló, junto con Aimé Césaire y el más desconocido Léon-Gontran Damas el concepto de negritud, muy revisado hoy, pero que en aquel momento significaba la defensa de lo africano como valor y virtud. Curiosamente, los tres fueron grandes poetas. Y precisamente es su poesía la que nos puede servir como verdadera defensa frente al odio y el miedo de quienes esgrimen raza o etnia para significar delincuencia o terrorismo.
Veamos lo que dice Shengor al respecto en su poema Oración a las máscaras:
"¡Máscaras! ¡Oh máscaras! / Máscara negra, máscara roja, / máscaras blanquinegras./Máscaras de todo horizonte / de donde sopla el Espíritu, / os saludo en silencio.// Y no a ti el último Antepasado / de cabeza de León.// Guardáis este lugar prohibido/a toda sonrisa de mujer, / a toda sonrisa que se marchita. Destiláis ese aire de eternidad / en el que respiro el aliento de mis Padres.// Máscaras de rostros sin máscara, / despojados de todo hoyuelo y de toda arruga, / que habéis compuesto este retrato, / este rostro mío inclinado sobre el altar de blanco papel.// A vuestra imagen, ¡escuchadme! / Ya se muere el África de los imperios, / es la agonía de una princesa deplorable.// Y también Europa / a la que nos une el cordón umbilical. / Fijad vuestros ojos inmutables / en vuestros hijos dominados que dan su vida / como el pobre su última ropa./ Que respondamos con nuestra presencia/ al renacer del mundo,/ como es necesaria la levadura a la harina blanca./¿Pues quién enseñaría el ritmo de las máquinas/ y de los cañones al mundo desaparecido?/ ¿Quién daría el grito de alegría para despertar/ a muertos y a huérfanos al amanecer?/ Decid, ¿quién devolvería el recuerdo de la vida/ al hombre de esperanzas rotas?// Nos llaman los hombres del algodón,/ del café, del aceite,/ nos llaman los hombres de la muerte./ Somos los hombres de la danza,/cuyos pies recobran fuerza/ al golpear el duro suelo".
Este mundo nuevo, donde las máscaras han desaparecido, contrasta fuertemente con el antiguo, del que habla Léon-Gontran Damas en su poema Saldo:
"Tengo la sensación de verme ridículo/ con sus zapatos/ con su esmoquin/con su pechera/ con su cuello postizo/ con su monóculo/ con su bombín.// Tengo la sensación de verme ridículo/ con mis dedos de los pies que no están hechos / para sudar de la mañana a la noche que desnuda/ con la fajadura que debilita mis miembros / y le quita a mi cuerpo su belleza de taparrabo // Tengo la sensación de verme ridículo/ con mi cuello de chimenea de fábrica/ con estos dolores de cabeza que cesan/ cada vez que saludo a alguien.// Tengo la sensación de verme ridículo/ en sus salones/ con sus maneras/ con sus zalemas/ en su múltiple necesidad de monerías. // Tengo la sensación de verme ridículo/ con todo lo que cuentan/ hasta que por la tarde te sirven/ un poco de agua caliente/ y pasteles constipados.// Tengo la sensación de verme ridículo/ con las teorías que ellos condimentan/ al gusto de sus necesidades/ de sus pasiones/de sus instintos que despiertan por la noche/ en forma de alabancero.// Tengo la sensación de verme ridículo/ entre ellos cómplice/entre ellos partidario/ entre ellos degollador/ con las manos terriblemente rojas/ de la sangre de su ci-vi-li-za-ción".
En ambos subyace el maltrato hacia el pueblo africano, así como la esperanza de un futuro mejor, que debemos construir entre todos, con la ayuda de esa educación que pedía Mandela y cuyo legado e inconformismo no deben quedar en el olvido.
Así lo dijo también Aimé Césaire en su poema Lejos de los días pasados:
"Pueblo mío/ cuando/ lejos de los días pasados/ renazca una cabeza bien puesta sobre/ tus hombros/ reanuda/ la palabra/ despide a los traidores/ y a los amos/ recobrarás el pan y la tierra bendita/ tierra restituida// cuando dejes de ser un juguete sombrío/ en el carnaval de los otros/ o en los campos ajenos/ el espantapájaros desechado/ mañana/ cuando mañana pueblo mío/ la derrota del mercenario/ termine en fiesta// la vergüenza de occidente se quedará/ en el corazón de la caña/ pueblo despierta del mal sueño/ pueblo de abismo remotos /pueblo de pesadillas dominantes/ pueblo noctámbulo amante del trueno furioso/ mañana estarás muy alto muy dulce muy/ crecido/ y a la marejada tormentosa de las tierras/ sucederá el arado saludable con otra tempestad".
Que así sea.
(*) Luis Luna (Madrid, 1975) es poeta. Ha publicado los poemarios 'Cuaderno del guardabosque', 'Al-Rihla' ('El viaje'), 'Territorio en penumbra' y 'Umbilical', ente otras obras. Imparte clases en la Escuela de Escritores.
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