Sun City gusta del mismo modo al sudafricano medio como horroriza al expatriado europeo. No hay término medio. Sin dudar, el residente local aconsejará con los ojos cerrados una visita a este parque de atracciones, complejo hotelero y de casinos conocido como Las Vegas de África, en medio del llamado cinturón de platino de Sudáfrica ya que acoge multitud de minas de este metal. Es un oasis verde, de árboles plantados, en una provincia árida y empobrecida, salpicada de pueblos que recuerdan al salvaje Oeste americano.
El conjunto rezuma ese aire kitsch de cartón piedra, lleno de excesos ornamentales, mezcla de estilos arquitectónicos tan variados como la propia demografía a sudafricana, bautizado con nombres tan pomposos como el Palacio Perdido. Es un destino muy popular para pasar el día, el fin de semana o celebrar bodas o reencuentros familiares. Parte del éxito se debe a que se erige a tan sólo dos horas al norte de Johanesburgo, en el área más poblada del país pero también en su oferta de ocio adaptado a un amplio abanico de presupuestos familiares.
Sin voluntad de crear grandes expectativas ni ofrecer una plataforma gratis de publicidad, Sun City representa, de largo, y junto a los miles de centros comerciales que siembran el país, el sueño de un ocio con plena seguridad, elemento muy valorado por los sudafricanos, y la reconciliación de Nelson Mandela hecha realidad. Las olas de la playa artificial, las mesas de póker y los inmensos jardines unen a todas las razas de esta nación del arcoíris, a familias obreras con matrimonios de clases medias.