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Lola Huete Machado

Asesinar como deber religioso

Por: | 27 de agosto de 2014

Autor invitado: Omer Freixa

Ruanda1
Imagen de la fotogalería de El País publicada sobre el genocidio. En ella se cuenta cómo en cuanto corrió la voz de que Habyarimana había muerto, los hutus comenzaron a matar a tutsis y miembros moderados de su propia etnia: hombres, mujeres, niños y ancianos fueron masacrados a tiros y machetazos. En la foto refugiados tutsis juegan en el campamento de Niashishi en Ruanda, 7 de abril de 1994. Pascal Guyot / AFP

 Bastante se habló de lo ocurrido hace unas semanas en Ruanda. Se celebraron homenajes a los caídos en 1994 y una semana de luto nacional. No es para menos. Veinte años representa una fecha importante en las efemérides. Y más cuando se trata de una de las principales barbaries cometidas durante el siglo XX, una para agregar al inventario de catástrofes de la centuria pasada, que también se siguen perpetuando, lamentablemente, en la presente. Nosotros volvemos a ello. Porque es un mecanismo muy actual. Y porque en este país de África oriental, conocido ahora como “la Suiza de África” o “el país de las mil colinas”, la comunidad internacional se comportó no solo de forma indiferente frente a la muerte y el sufrimiento sino algo más. 

Respaldó las acciones genocidas, por ejemplo, apoyando a los asesinos hutus en su huida del país bañado en sangre. Francia tiene las manos teñidas en sangre, y ello explica por qué ningún galo presenció en vivo las ceremonias del homenaje en Kigali, la capital del país. A partir de aquel 7 de abril, en apenas tres meses, la locura humana provocó la muerte de unos 800.000 tutsis y hutus moderados.

Pero no fue un impulso irracional. 

Todo lo ocurrido tiene nombre y apellido. Genocidio ruandés. Un Estado que suministró machetes y cuchillos (500.000 entre enero de 1993 y marzo de 1994) para que los victimarios, a plena luz del día, se desquitaran frente al enemigo sublimando antiguos odios, y hasta justificándolo al compás de una denominación consensuada hacia las víctimas: “inyenzi” (cucaracha).

Siempre a las tragedias se llega tarde, por eso lo son. Es claro. El genocidio ruandés era evitable pero los antecedentes apenas fueron conocidos fuera del país. Es decir, fue noticia una vez perpetrado y no antes, cuando señales alarmantes ya se habían encendido, como la que interesa rescatar aquí, respecto de la propagación del odio.

Desde comienzos de la década de 1990, mientras se daban los pasos para romper con el sistema de partido único impuesto desde 1973 a la llegada del presidente hutu Juvenal Habyarimana y formar un gobierno de coalición, se constituyeron las fuerzas de choque del régimen que, desde abril de 1994, harían estragos, y todas las herramientas de comunicación de una verdadera cadena de odio. Los acuerdos en pos de la democratización (tendencia en África para la época) enfurecieron a los hutus más recalcitrantes. En consecuencia, se formó el akazu (en el idioma local, “la pequeña casa”), una facción extremista cuyo principal objetivo era la eliminación de los tutsis. Se la conoció como el Hutu Power.

Como las milicias Interahamwe (“los que matan juntos”) solo fueron uno de los tantos grupos que incentivaron medidas extremas con iguales resultados: comenzaron a operar los escuadrones de la muerte, llámese como se llamaran. Además, la Inteligencia inició sus acciones. En 1992, un memorándum del Ejército identificó al enemigo y lo dividió en dos categorías: el principal (los tutsis de fuera o dentro de territorio ruandés que no reconocían el gobierno -hutu- impuesto por la Revolución de 1959, buscando su derrocamiento) y todos sus cómplices, fueran tutsis o no. El plato estaba servido para el banquete de la matanza meses más tarde.

La prensa también tuvo un papel central en el fomento activo del odio hacia la minoría tutsi, lográndose generar la idea de que los tutsis tramaban un asesinato en masa de los hutus para recuperar el poder perdido desde la Revolución de 1959, aliándose en ello a los sectores políticos opositores al presidente Habyarimana e incitando a la “autodefensa”. Los diarios también tienen las manos tintas en sangre. De 42 nuevos periódicos aparecidos en 1991, al menos 11 tuvieron vínculos con el akazu. Uno de los más enérgicos, el Kangura, cuyo editor se puso a la cabeza de una campaña de difusión del odio hacia el tutsi, en un artículo de su autoría de fines de 1990, lanzó una suerte de manifiesto de la pureza de ser hutu.

En dicho escrito listó Los diez mandamientos hutus, como si el ataque a la etnia tutsi y aliados se tratara de un deber religioso. Cuando aparece la idea de cruzada, todo se torna peligrosísimo. Uno de los mandamientos indicaba que todo hutu que se casara o empleara una mujer tutsi sería tildado de traidor porque aquella solo respondía al interés de su grupo étnico. Lo mismo de todo hutu que emprendiera negocios con un tutsi. El texto, asimismo,imploró vigilancia permanente hacia el enemigo común y, a su vez, en forma similar a las racistas leyes de Nüremberg en la década de 1930, prohibió a los tutsis ocupar cargos públicos, puestos de relieve económico y les negó espacio en el Ejército. El más duro del decálogo declaró que los hutus no debían sentir compasión por los tutsis.

Esta publicación, de fines de 1990, tuvo amplia repercusión, leyéndose en público en numerosas ocasiones, aunque fuera de Ruanda pasó casi desapercibida. Semejante inflación del odio provocó una matanza de 300 personas en 1992, con más de 3.000 desplazados. “Despejar el matorral” se volvió una expresión habitual: torturar, asesinar, quemarlo todo. El asesinato como un mandamiento. No hay punto de retorno. En marzo de 1993, una ONG publicó un informe culpando al gobierno hutu de varias atrocidades, con escasa repercusión internacional. Mientras tanto, Francia, haciendo la vista gorda a todo lo que sucedía, continuó respaldando militarmente al régimen de Kigali.

El asesinato a mano de oficiales tutsis del primer presidente hutu de la vecina Burundi, Melchior Ndadaye, provocó una oleada de violencia que se saldó con 150.000 víctimas de ambos bandos y el éxodo de 300.000 hutus, en octubre de 1993. Lo sucedido allí convenció a los hutus ruandeses sobre la idea de un complot tutsi para hacerse con el poder y asesinarlos. Como sea, estos hechos alentaron y continuaron el perfeccionamiento de la cadena del odio. Los akazu lanzaron una nueva estación radial a partir del 8 de julio de 1993, la Radio Televisión Libre de las Mil Colinas, haciendo honor a ser Ruanda popularmente tal “país de las mil colinas”.

Desde sus retransmisiones diarias de tres horas se orquestó el genocidio, bajo la idea de la “autodefensa”. El último clavo al ataúd de las futuras víctimas se colocó a partir de la intensificación de la propaganda de una radio que simuló difundir solo una mezcla de música pop con algunos rumores, aunque su objetivo fue más ambicioso. En una nación donde más de la mitad de la población profesa el cristianismo, varios clérigos avalaron la campaña del Gobierno una vez iniciado el genocidio en abril de 1994, culpando de la violencia al Frente Patriótico Ruandés (el grupo que detendría la carnicería… iniciando otra de la cual se habló menos) y guardando silencio respecto de las masacres perpetradas en sus propias iglesias. Cuando los hombres de Dios son los que aconsejan matar, todo está perdido.

La idea de traición estuvo muy presente, y adquirió impulso con la aparición de los Mandamientos. A partir de ese momento, la eliminación del traidor fue un imperativo religioso. Traicionar, desde una perspectiva étnica y política, fue leído como un pecado. En una de las emisiones de radio (disponibles en Rwandafile.com) el locutor aconsejaba: “Evitemos la infiltración de los traidores que ansían robarnos el poder”. En conclusión, prevalecieron los Diez Mandamientos hutus sobre el respeto a la vida y la integridad humana.

Este año se conmemoraron los 20 años de lo que un intenso aparato de propaganda generó, alertando al mundo del riesgo que generan estos mecanismos perversos al servicio de los intereses de turno. La región no está en paz. Las consecuencias de lo ocurrido en 1994 gravitan hoy día. El Congo es otro escenario dramático, el peor del planeta desde el final de la Segunda Guerra Mundial, donde se estima que murieron cinco millones de personas desde mediados de los años noventa, y guarda relación con Ruanda. Buena parte de los verdugos hutus de 1994 se refugió allí, avalados por Francia. En suma, los Grandes Lagos africanos son una región caliente desde hace tiempo. La comunidad internacional no lo aprende. África importa poco para Occidente.

De hecho, durante el genocidio, causó más impacto mediático el gran número de desplazados que las propias víctimas de lo que, por ejemplo, Francia calificó como “guerra civil”, defendiendo a sus aliados hutus. La Radio de las Mil Colinas aplaudió la intervención francesa, responsable de que los verdugos llegaran a refugio una vez perpetrada la masacre que este año quizá lamentamos pero que en 1994 apenas conocimos y que convirtió a Ruanda, según el Banco Mundial, en el país más pobre del mundo en julio de 1994, después del asesinato de unas 800.000 almas en tiempo record.

(*) Omer Freixa es hitoriador africanista

Hay 3 Comentarios

Respondo a Jagc. Primero, mi nombre es masculino. Segundo, qué mejor prueba de la implicación de Francia que la "Operación Turquesa", en donde literalmente Francia le consiguió ticket de ida a los hutus en Congo (en la nota aparece desarrollado en forma breve). No coincido con la óptica de que la mirada diste de la idea de informar. Un saludo y gracias por el interés.

No es buen periodismo culpar a Farncia (no afirmo que la autora no tenga razon, solo digo que no sabemos si la tiene) varias veces en el texto y no apotar ni un solo dato que justificara esa inculpación. Proceder así es apelar o bien a resentimientos u odios o exigir confianza plena sin amago de crítica en la valoraciones y opiniones de la periodista. ESO es misionar y no informar.

A pesar del momento en que conocimos la dimensión de la tragedia, es de suponer que la comunidad internacional tampoco hubiera desplegado ningún elemento preventivo para que tal tragedia no sucediese. Mientras no haya interés por el control de recursos públicos por medio, a occidente la sangre africana no le salpica.

http://casaquerida.com/2014/08/26/disquisiciones-veraniegas-iv/

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Sobre los autores

Lola Huete Machado. Redactora de El País y El País Semanal desde 1993, ha publicado reportajes sobre los cinco continentes. Psicóloga y viajera empedernida, aterrizó en Alemania al caer el muro de Berlín y aún así, fue capaz de regresar a España y contarlo. Compartiendo aquello se hizo periodista. Veinte años lleva. Un buen día miró hacia África, y descubrió que lo ignoraba todo. Por la necesidad de saber fundó este blog. Ahora coordina la sección Planeta Futuro.

Chema Caballero Chema Caballero. Llegó a África en 1992 y desde entonces su vida giró en torno a sus gentes, su color y olor, sus alegrías y angustias, sus esperanzas y ganas de vivir. Fue misionero javeriano y llevó a cabo programas de educación y recuperación de niñ@s soldado en Sierra Leona durante dos décadas, que fueron modelo.

José NaranjoJosé Naranjo. Freelance residente en Dakar desde 2011. Viajó al continente para profundizar en el fenómeno de las migraciones, del que ha escrito dos libros, 'Cayucos' (2006) y 'Los Invisibles de Kolda' (2009), que le llevaron a Marruecos, Malí, Mauritania, Argelia, Gambia, Cabo Verde y Senegal, donde aterrizó finalmente. Le apasiona la energía que desprende África.

Ángeles JuradoÁngeles Jurado. Periodista y escritora. Trabaja en el equipo de comunicación de Casa África desde 2007. Le interesa la cultura, la cooperación, la geopolítica o la mirada femenina del mundo. De África prefiere su literatura, los medios, Internet y los movimientos sociales, pero ante todo ama a Ben Okri, Véronique Tadjo y Boubacar Boris Diop, por citar solo tres plumas imprescindibles.

Chido OnumahChido Onumah. Reputado escritor y periodista nigeriano. Trabaja como tal en su país y en Ghana, Canadá e India. Está involucrado desde hace una década en formar a periodistas en África. Es coordinador del centro panafricano AFRICMIl (en Abuja), enfocado en la educación mediática de los jóvenes. Prepara su doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona. Su último libro se titula 'Time to Reclaim Nigeria'.

Akua DjanieAkua Djanie. Así se hace llamar como escritora. Pero en televisión o en radio es Blakofe. Con más de tres lustros de carrera profesional, Akua es uno de los nombres sonados en los medios de su país. Residente en Reino Unido, fue en 1995, en uno de sus viajes a Ghana, cuando llegó su triunfo televisivo. Hoy vive y trabaja entre ambos países. La puedes encontrar en su página, Blakofe; en la revista New African, en Youtube aquí o aquí...

Beatriz Leal Riesco Beatriz Leal Riesco. Investigadora, docente, crítica y comisaria independiente. Nómada convencida de sus virtudes terapéuticas, desde 2011 es programadora del African Film Festival de NYC. Sissako, Mbembe, Baldwin y Simone la cautivaron, lanzándose a descubrir el arte africano y afroamericano. Su pasión aumenta con los años.

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