Senegalesa, feminista y líder campesina, Mariam Sow, la semana pasada en Dakar. / Foto: J.N.
Hace calor estos días en Dakar. Mucho calor. En una amplia sala de la Feria Internacional CICES de la capital senegalesa, donde se está celebrando el Foro Social Africano, una veintena de personas discute apasionadamente. Casi todos son miembros de asociaciones campesinas y agricultores venidos de distintos puntos del país. Cada uno va contando lo que pasa en su localidad, en su comunidad, en su región, donde grandes empresas y terratenientes se están quedando con lo mejor de las tierras cultivables y desplazando a los agricultores locales. En el centro de la mesa, una mujer entrada en la cincuentena vestida con un traje tradicional trata de ordenar el debate y definir estrategias de lucha. Es Mariam Sow, militante feminista y por los derechos de los campesinos que lidera en Senegal la lucha contra el acaparamiento de tierras. “Estamos obligados a resistir para salvar la agricultura familiar. No podemos permitir que los inversores extranjeros se queden con nuestra tierra”, asegura.
Mariam Sow habla rápido. Con firmeza. Quizás porque procede del norte del país, cerca de Podor, donde el río Senegal es capaz de hacer el milagro de convertir áridos pedregales en tierras fértiles y aptas para el cultivo. O quizás porque esta hija de agricultores tuvo la oportunidad de estudiar y desarrollar sus capacidades. El caso es que sabe de lo que habla. Conoció el trabajo agrícola y el servicio doméstico, “estuve empleada en las casas de muchos campesinos, sé cómo viven, conozco sus problemas porque soy uno de ellos”. Comprometida con la agricultura ecológica, con la mujer, con la lucha contra la pobreza, en la actualidad preside el Consejo de Administración de Enda Pronat, una ONG nacida en Senegal en los años 80 que comenzó luchando contra los pesticidas y que cree firmemente en la agricultura. En otra agricultura. Y se ha puesto al frente de la lucha contra el acaparamiento de tierras en su país.
Arrozales junto al río Geba, en Guinea Bissau. / Foto: J.N.
“El 60 por ciento de la población de este país vive del campo, pero hay que hacer una gestión más justa de los recursos, desarrollar el sector, generar más empleo. Una política agrícola que deja la tierra en manos de los poderosos o de las empresas extranjeras no hará sino destruir la agricultura familiar, el Medio Ambiente, la economía social”, asegura. En Senegal el fenómeno empieza a despuntar allá por el año 2003. En la actualidad afecta a unas 850.000 hectáreas, es decir, a una tercera parte de la tierra cultivada del país (2,5 millones de hectáreas), según los datos de la Coalición para la Protección del Patrimonio Genético Africano (Copagen). En estos campos que han pasado de las manos de los agricultores locales a las de grandes terratenientes y empresas extranjeras se cultiva ahora arroz a escala industrial o jatrofa y batata para la producción de biocombustibles.
¿De qué estamos hablando? Se trata de un proceso intenso pero no nuevo, que se intensifica a partir de la crisis económica global de finales de la pasada década. De forma muy resumida, el acaparamiento de tierras consiste en la apropiación de suelo agrícola por parte de grandes empresas e incluso gobiernos extranjeros que las usan para la agricultura industrial o para el cultivo de plantas generadoras de biocombustibles. Este fenómeno se da con especial intensidad en Asia, América Latina y sobre todo África, donde muchos países lo sufren. Se cree que al menos 60 millones de hectáreas (una superficie ligeramente superior a la de toda España) han cambiado de manos en el mundo en los últimos años. Otras organizaciones como Intermón Oxfam elevan esta cifra a los 203 millones de hectáreas en diez años.
Reunión coordinada por Mariam Sow en el Foro Social Africano. / Foto: J.N.
Sow lo explica con otras palabras. “Países que tienen problemas de seguridad alimentaria a consecuencia de su propio crecimiento o el aumento de precios de los alimentos en el mundo vienen a quedarse con nuestra tierra, a cultivarlas y a llevarse los productos en detrimento de nuestras poblaciones, que ven en peligro su propia supervivencia. No ocurre sólo en Senegal, también lo vemos en Tanzania, Malí, Madagascar, Kenia, Etiopía… Pasa en muchos países africanos. Es una nueva forma de colonialismo”. Sin embargo, en el proceso los propios gobernantes son cómplices necesarios. “Por supuesto, los estados africanos tienen una parte de responsabilidad permitiendo estas compras o cesiones, pero en la base está la comunidad internacional. Ya sabes cómo han sido nuestras independencias, estamos aún atados a las potencias coloniales y si queremos alejarnos un poco, pues tiran de la cuerda. Así funcionan nuestros estados, no es una independencia real”.
Ejemplos como el de Guinea Bissau con la empresa catalana Agrobega, que desplazó a 600 agricultores tras la ocupación de 500 hectáreas de arrozal junto al río Geba, son paradigmáticos. Sin embargo, una ola de indignación y resistencia está creciendo en África. “Todo empezó en Fanaye”, cuenta Sow. El 26 de octubre de 2011, en este pueblo situado cerca del río Senegal, al norte del país, unos 500 agricultores se enfrentaban a los trabajadores de la empresa italiana Senethanol que había ocupado 20.000 hectáreas en la zona, una tercera parte de la tierra cultivable, para la plantación de batata y girasol destinada a la producción de biocombustibles. En el choque hubo dos muertos y dos días después el Gobierno decidía dar marcha atrás. La historia de Fanaye se hizo tan conocida que hasta fue llevada a los escenarios por la compañía de teatro del oprimido Kaddu Yaraax.
Agricultores de Fanaye se manifiestan contra la venta de sus tierras.
“Se unieron todos, los agricultores y la población, y lograron paralizar el proyecto”. Y las mujeres, como bien sabe Sow, son parte activa de esta resistencia, cada vez más empoderadas, cada vez más conscientes. Sin embargo, meses después, la misma empresa Senethanol lograba implantarse unos cientos de kilómetros al sur con un proyecto idéntico. “La resistencia sigue estando ahí, pero en este caso fue más débil. Lo que muestra el caso de Fanaye es que todos debemos luchar juntos, que no sirve de nada que hagamos la guerra por separado. Y muestra también que nuestro gobierno piensa poco en su población, porque debe pensar no sólo en la gente que está ahora, sino en los que vendrán en el futuro. Y si vendemos la tierra nos quedaremos sin nada, sólo habrá campesinos sin campos convertidos en obreros agrícolas”, añade Sow.
La cuestión, a su juicio, es que “las actividades rurales, tanto agrícolas como ganaderas, necesitan bosques y reservas. Y la superficie de Senegal ya está ocupada, aquí no hay hueco para un inversor extranjero que quiera tierras. Pueden venir para la producción de energía solar, para apoyar en la producción de herramientas e instrumentos de cultivo, para trabajar en la exportación. Pero no a quedarse con nuestra tierra. Cada vez estamos mejor organizados y vamos a exigir responsabilidad a nuestro Gobierno”. En su opinión, con un apoyo más decidido a la agricultura, los africanos “podemos luchar contra el hambre con nuestros propios medios”.
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