Por Analía Iglesias
Occidente e Islam son dos tėrminos que se cruzan y se conjugan a ambas orillas del Mediterráneo, en el norte de África y en el sur de Europa. Ambos conceptos se conjugan y se actualizan, también, en Le Maroc Medieval: un empire de l'Afrique à l'Espagne ('Marruecos medieval: un imperio de África a España'), una exposición comisariada por Yannick Lintz y Bahija Simou que esta semana se abre al público en el Louvre de París, como evento inaugural del nuevo departamento de Arte Islámico del museo parisino, en asociación con la Fundación Nacional de Museos Marroquíes.
De la mezquita andalusí de Fez. © Fondation Nationale des Musées Marrocains.
Esta relectura de cuatro siglos de vida en común de las poblaciones de territorios que van desde el África subsahariana hasta Sevilla registra momentos lumninosos del arte y la vida cotidiana de un tiempo en que se sucedieron las dinastías Almohade, Almoravide y Meriní.
Obras arquitectónicas, trabajos textiles, de cerámica y caligrafía integran la exposición que, según sus organizadores, explica las raíces y las razones del Marruecos actual, tan complejo, rico y diferente al resto de los países del mundo árabe.
A propósito, nos explica la comisaria Yannick Lintz que, "cuando nos interesamos por el Occidente Islámico, miramos en general hacia España, más precisamente al primer Al Andalus (y a las ciudades de Córdoba, Granada, Sevilla), pero difícilmente prestamos atención a un período posterior en el que las capitales políticas y religiosas están en Marruecos. Es una etapa importante del Occidente Islámico que conocemos menos: la que transcurre entre los siglos XI y XV, a ambas márgenes del Mediterráneo". Y de ese recorrido historico y geográfico nace esta exposición, que podrá verse en el Louvre hasta el 19 de enero y, posteriormente, en el novísimo Museo Mohammed VI de Arte Moderno y Contemporáneo de Rabat, desde el 2 de marzo hasta el 1 de junio de 2015.
Frente a la reivindicación de una parte de los marroquíes que se proclaman andalusíes, culturalmente "mediterráneos más que árabes", la comisaria francesa amplía: "Mostramos justamente la realidad que está fuertemente identificada con lo andalusí. Pero también hay una identidad local bereber... A decir verdad, hay tres fuentes a considerar en esta identidad dinástica: la andalusí, la árabe -con la influencia de otro gran centro norafricano como es El Cairo- y la dimensión local bereber".
Friso de la madrasa Bu' Inaniya.
De ahí el valor de esta colección que reúne obras en una narración cronológica que arranca con el nacimiento de Maghreb Al-Aqsa (788-927) en lo que actualmente es el territorio de Marruecos, cuando en 789, Idriss I, descendiente de Mahoma, se instaló en la antigua colonia romana de Volubilis, con un mojón como la fundación de Fez, que constituye un testimonio primero de la urbanización creciente del Magreb occidental; continúa con la llegada a la escena política de los Almorávides (1049-1146), en lo que se llamó el Primer Imperio Amazigh (bereber), y avanza hacia la refundación almohade (1146- 1269), a partir del dogma de la unicidad divina y sus destellos en tres capitales: Marraquech, Sevilla y Rabat. Por fin, el punto final del relato del califato almohade lo pondrá la llegada de la tribu bereber de la dinastía Meriní (1269-1465), el retorno a Fez y las relaciones del sultanato con los reyes cristianos al norte del Mediterráneo.
"Sin duda, esta exposición es un gran ejemplo en la historia de la relación rica y positiva entre el mundo islámico y Occidente. Aquella fue una civilización luminosa, en la que brilló la ciencia, el arte, la arquitectura y la literatura, en contraposición a la idea de un islam oscuro", enfatiza la comisaria.
Para hacer "viva" esta muestra en el Louvre, en las próximas semanas de otoño parisino habrá conciertos, conferencias y mesas redondas dedicadas a Marruecos, además de un ciclo de cine integrado por varias películas de Nabil Ayouch. Ayouch es un realizador marroquí que nació y vivió su infancia en las afueras de París y hoy es un autor magrebí de referencia que trabaja desde Casablanca. "En Francia viven hoy cerca de un millón de marroquíes. Ojalá sea esta una puerta de entrada hacia ellos, que reparten su vida entre las dos orillas", culmina Lintz.
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