Autora invitada: Diakhoumba Gassama (*)
Cada 6 de febrero me uno a las millones de personas que denuncian cualquier forma de mutilación genital femenina (MGF) y que demandan que desaparezca, que se repare el daño causado a las víctimas y que esta práctica no se tolere en absoluto. Pero para tener éxito en nuestra lucha es necesario poner de manifiesto que la MFG solo debe verse como una de las peores muestras de patriarcado, opresión, desigualdad de sexos y discriminación.
Como feminista y defensora de los derechos de las mujeres, me he preguntado durante años si las leyes que penalizan la MGF, así como los programas de prevención en las comunidades y otras acciones, no han sufrido rechazo siempre y cuando no expusieran el hecho de que la MGF se practica en sociedades patriarcales y conservadoras, conviviendo con multitud de otras formas de sometimiento de las mujeres y niñas al poder masculino. No escribiré en este artículo sobre los bien conocidos vínculos entre la MGF y los matrimonios precoces, la mortalidad materna e infantil y otros tipos de violencia sexual y de género.
He preguntado durante los últimos cinco años por qué la MGF aparece cada vez más como CGF. Solo me han dado algunas razones vagas y no he obtenido ninguna respuesta directa hasta hace poco. Tostan Organization, que trabaja en países africanos con el fin de promover cambios sociales llevados a cabo por las comunidades, incluidos aquellos relacionados con la MGF, ha invitado a un número cada vez mayor de organizaciones colaborativas (incluidas agencias de la ONU, como UNICEF) a hablar de corte en vez de mutilación, ya que hablar de esta última se ha considerado «moralizador» y «despectivo».
Opino que, en 2015, hay pruebas de sobra provenientes de expertos y supervivientes de que estas prácticas son mutilaciones. Desde el momento en que intentamos no juzgar esta práctica, también dejamos la puerta abierta a la aceptación de otras formas de MGF percibidas como menos dañinas o seguras, como su creciente medicalización, la cual es percibida como un equivalente más seguro de la circuncisión masculina, o a intentos por sustituirla por prácticas como las perforaciones ceremoniales o pequeñas incisiones en niñas pequeñas, propuestas por la Academia Norteamericana de Pediatría en 2010 con el fin de «ofrecer una posible solución que evite daños mayores.
En ese momento, me sorprendió que hubiera tan poca reacción por parte de la comunidad feminista africana ante estas declaraciones. Opino que puede deberse al hecho de que, como feministas, no queríamos que se percibiera que estábamos reprobando a la primera presidenta electa de África, a pesar de que en esa ocasión estuviera absolutamente equivocada. La otra explicación razonable es que quizás el shock fue demasiado grande como para poder coordinar una acción inmediata por nuestra parte.
Así que, en este 6 de febrero de 2015, me gustaría que todos nosotros siguiéramos llamando a esta práctica como lo que es, mutilación genital femenina, y que mostráramos a Ellen Johnson Sirleaf y a todos los que se escudan en la cohesión social, la herencia cultural y las estadísticas que el poder debe ejercerse llevando a cabo las acciones necesarias para acabar con la MGF en el África que queremos. Se lo debemos a los 30 millones de niñas que están en riesgo de ser mutiladas en los próximos 10 años.
(*) Diakhoumba Gassama es una feminista panafricana de Senegal. Como abogada dedicada a defender los derechos de las mujeres, ha trabajado durante los últimos diez años a nivel nacional, continental y mundial en asuntos relacionados con los derechos y la salud sexual y reproductiva de la mujer, la política participativa, la justicia social y el liderazgo político. De 2008 a 2010, Diakhoumba trabajó en la oficina de UNIFEM Las Palmas, cuya sede se encontraba en Casa África.
Este artículo se publicó por primera vez en el blog Young African Feminists. En español, se publicó por primera vez en el blog África Vive. Traducción: Beatriz Pérez Naranjo.
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