Autora invitada: Ana Gómez Pérez-Nievas (Amnistía Internacional España)
“Robaron cerca de 100 motocicletas y recorrieron la ciudad en ellas, disparando a todo el que se encontraban”. Cuando se cumple el primer aniversario del secuestro de las 276 niñas de la escuela de Chibok, que atrajo la atención hasta de la mismísima Michelle Obama, las consecuencias de los abusos del grupo armado Boko Haram en Nigeria son devastadoras. A pesar de que las tropas nigerianas, ayudadas por sus vecinos Chad, Camerún y Níger, han recuperado las principales ciudades de la región, algunos de sus ataques sugieren una brutal caza propia de las más sanguinarias bestias. Repasamos sus daños.
En uno de cada cinco países del mundo un grupo armado comete abusos contra la población. Boko Haram (que significa “la educación occidental está prohibida”) no es uno más. Las cifras hablan de una crueldad fuera de serie: desde 2014 han asesinado a más de 5.500 personas, la mayoría de ellos civiles, 1.500 de ellos sólo en los tres primeros meses de 2015; han llevado a cabo cerca de 350 ataques y bombardeos; y se cree que tienen a más de 2.000 mujeres y niñas secuestradas. Además, según Naciones Unidas, el conflicto ha desplazado a más de 1,2 millones de personas.
La tragedia de las alumnas de la escuela de Chibok, que las autoridades del país conocían y no lograron impedir, es sólo la punta del iceberg de la escalada de violencia que vive el país. Y es que este grupo armado, que se cree que cuenta con más de 15.000 soldados, recrudeció sus formas en 2010, después de que la policía detuviera y matara a su líder, Mohammed Yusuf. Desde entonces, una nueva ala de seguidores, bajo el liderazgo de Abubakar Shekau, resurgió de una manera más radical, para vengar la muerte de Yusuf, con el fin de instaurar un estado islámico bajo su propia interpretación del islam.
Para conseguirlo, ha impuesto sus propias reglas en los territorios que domina: las mujeres no pueden viajar ni salir de sus comunidades sin permiso, y deben ir cubiertas, incluida la cara, en público; los hombres también tienen que pedir permiso para viajar entre ciudades, y deben dejarse crecer la barba y el pelo, así cómo asegurarse de que sus pantalones no toquen el suelo. Ambos, mujeres y hombres, deben asistir a los rezos del grupo y a una educación religiosa. El tabaco, y otras drogas están prohibidos, y aunque la comida que Boko Haram saquea es a veces entregada de manera gratuita a la población, en muchas ocasiones les obligan a pedir créditos o pagar por ella. Los intermediarios están prohibidos, así que todo tipo de transacciones se deben hacer de manera directa entre productor y consumidor. Ganarse la vida para los habitantes de la comunidad, en muchas ocasiones con su miembro masculino asesinado, y con semejantes restricciones de movimiento y actividad, resulta muy difícil.
Los funcionarios, políticos, autoridades locales, trabajadores del gobierno o de las fuerzas de seguridad.. todos son considerados unbelievers (infieles) para Boko Haram y por lo tanto perseguidos. Basta una carnet de funcionario como prueba para ser considerado infiel. Maiduguri, la capital del Estado de Borno, por ejemplo, es considerada en su totalidad una unbeliever, así como sus habitantes, por lo que Boko Haram prohíbe a los civiles huir a esa ciudad. Tampoco los musulmanes moderados escapan al terror: las autoridades islámicas que no concuerden, y así lo digan, con los principios del grupo, son acosados e incluso asesinados.
¿El castigo para los unbelievers? Desde las flagelaciones públicas por no asistir a las oraciones hasta la ejecución: lapidaciones o degollamientos por adulterio.
El 5 de mayo de 2014 los habitantes de Gamborou Ngala se despertaron sobresaltados. “Boko Haram disparaba a todo el mundo, matando de manera indiscriminada. Primero fueron por las casas y los tiroteaban, después hicieron lo mismo en el mercado. Más tarde abrieron fuego contra la gente con el tanque blindado que habían traído. Por último, entraron en una tienda de motocicletas, robaron cerca de cien y recorrieron la ciudad disparando desde ellas y quemando las casas”, explica Sari Zuwa, uno de los testigos entrevistados por Amnistía Internacional. Tras el ataque, que duró diez horas, cientos de cadáveres quedaron tendidos en las calles de la ciudad. Además, no habían pasado todavía cuatro meses después del terrible ataque cuando las fuerzas de Boko Haram se ensañaron de nuevo con la localidad, dejando al menos 200 muertos más.
Cuando se hacen con una comunidad o pueblo y, después de atacar primero a la policía y los militares y robar sus armas y municiones, el grupo armado suele dividir a la población en diferentes grupos, por un lado, los hombres en edad de luchar, a los que se les ofrece la posibilidad de convertirse al grupo armado, y, por otro, las mujeres y niñas, a las que en muchas ocasiones se las secuestra para obligarlas a casarse con hombres de Boko Haram. Todo aquel que rehúsa convertirse es asesinado.
Ahmed Salé, estudiante de 20 años, logró escapar de las dos terribles opciones. En la madrugada del 14 de diciembre de 2014, miembros de Boko Haram entraron en Madagali y pidieron a todos los hombres y niños que se reunieran en la UBE Central Primary School. Allí, les pidieron unirse a la lucha. Los que se negaban, eran apartados. “Cuando llegué vi los dos grupos: ya estaban matando a gente, que permanecía sentada esperando su turno. Nos decían que no éramos buenos musulmanes porque no queríamos formar parte de la lucha”.
Como él, Alhaji Batare, de 18 años, consiguió esquivar al filo del cuchillo: “Antes de llegar a mi grupo mataron a 27 personas. Yo los contaba porque quería saber cuándo me llegaría el turno”, asegura. Por suerte, al verdugo le dejó de cortar el machete, por lo que ordenó llevarse a los que quedaban para dispararles. “Nos lanzaron sobre una pila de cadáveres. Cerré los ojos. Él cogió su arma y abrió fuego contra nosotros. Un hombre cayó sobre mí. Una bala me dio en el hombro derecho y tenía sangre por todo el cuerpo”. Cuando los miembros de Boko Haram terminaron de disparar se fueron, por lo que Alhaji consiguió escapar y huir a un campo de refugiados en Camerún.
Guerra contra la educación
En el noreste de Nigeria existe un tipo de educación denominada almajiri (que significa inmigrante). Los niños, en su mayoría de baja condición social, acuden desde sus lejanas comunidades a escuelas religiosas para aprender los valores islámicos. A cambio, sus profesores, o mallam, les envían a mendigar y ellos tienen que entregarles las limosnas que consiguen. Este tipo de sistema educativo nómada ha provocado cierta marginalización y desigualdades: en los estados del noreste de Borno y Yobe un 67% de la población de más de seis años es analfabeta, el doble de la media nacional, del 33%.
En su cruzada contra la educación occidental, Boko Haram ha incrementado sus ataques contra civiles, y, desde 2012, el grupo ataca escuelas, maestros y estudiantes que reciben ese tipo de valores que consideran alejados de las verdaderas creencias del Islam. Al menos 70 profesores y más de 100 alumnos fueron asesinados o heridos entre enero de 2012 y octubre de 2013, y 50 edificios dañados y otros 60 más obligados a cerrar. Además, Naciones Unidas ha denunciado que Boko Haram es uno de los 51 grupos armados en todo el mundo que recluta a menores soldado actualmente.
Ser mujer para escapar a la muerte
La boda a la que asistió Aisha Yusuf, en septiembre de 2014, no acabó precisamente como ella imaginaba. Ese día, cerca de 500 hombres de Boko Haram llegaron y secuestraron a Aisha, a la novia y a su hermana que, una semana después, fueron casadas con miembros del grupo armado. Aisha permaneció cuatro meses bajo el reinado del terror, en Gullak, en el estado de Adamawa, donde le entrenaron como luchadora contra los infieles: “Nos llevaron a muchas operaciones, una de ellas contra mi propio pueblo. Por el camino, disparaban contra todo aquel que se encontraban”, explica Aisha, quien, durante su estancia en el campo, vio como mataban a 50 personas porque no querían convertirse o matar. “También mataron a mi hermana. Me llevaron a ver su cadáver”, añade. El pasado mes de enero logró escapar. Todavía desconoce el paradero de su amiga.
En ocasiones, ser mujer permite a los civiles escapar a la muerte, aunque no a otros horrores. Amira, por ejemplo, ayudó a su esposo a escapar vestido de mujer cuando Boko Haram saqueó su ciudad. Ella se quedó con los hijos hasta que pudo escapar a Camerún, pero todavía no ha vuelto a verlo después del pasado mes de septiembre.
Además de los matrimonios forzosos, y a pesar de que la violación está prohibida por el reglamento del grupo armado, las niñas y las mujeres sufren violación y otras formas de violencia sexual bajo el mandato de Boko Haram. “Me violaron varias veces cuando estuve en el campo. A veces eran antiguos compañeros de mi clase, o gente de mi pueblo. Los que me conocían eran incluso más brutales conmigo”, explica otra joven de 19 años.
El nuevo presidente, un viejo conocido
Las elecciones del pasado 28 de marzo, en las que por primera vez desde 1999 se ha producido una alternancia pacífica en el partido en el poder, han dado como ganador a Muhammadu Buhari, quien fue presidente del país durante 20 meses en los años 80 tras derrocar al elegido democráticamente mediante un golpe de Estado. A sus espaldas, Buhari lleva la ejecución de más de 100 personas, la mayoría de ellas después de juicios injustos, y la extensión de la pena de muerte a 19 delitos más; la detención de periodistas, políticos del anterior gobierno y comerciantes; el endurecimiento de algunos delitos y, sobre todo, la impunidad de la que gozaron sus perpetradores hasta la actualidad. También fue responsable del encarcelamiento del célebre activista y músico inventor del afrobeat, Fela Kuti, perseguido por sus críticas al gobierno militar y acosado por su activismo político durante la década de los 70.
Con este historial, el nuevo presidente debe enfrentarse a las numerosas violaciones de derechos humanos en el país, entre las que se encuentran la agudizada impunidad, los fallos en el sistema de justicia penal, el uso de la pena de muerte y de la tortura sistematizada en el país, la contaminación en el delta del Níger y los derechos de las personas LGBTI perseguidas, sin olvidarnos del conflicto en el noreste donde tanto Boko Haram como las fuerzas militares han cometido violaciones y abusos. El futuro del país depende de si se logra aprender la lección. Y es que, como dice Fela Kuti en “Teacher no teach me nonsense” (Profesor, no me enseñe tonterías): ¿quién va a ser el maestro del gobierno?
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