Los ojos de José Dámaso Trujillo se abrieron al mundo en Agaete, un pueblito pescador y amable del noroeste de Gran Canaria, el 9 de diciembre de 1933.
Agaete es, cuando menos, un sitio peculiar. Arrumbado en una costa pedregosa, se tuesta al sol junto al Dedo de Dios, un roque con forma de anular artrítico, amputado desde que pasara sobre él la tormenta tropical Delta en noviembre de 2005. En Agaete se encuentran los únicos cafetales de toda Europa, una rareza a medio camino entre sus parientes africanos y americanos. En agosto, los vecinos del municipio descienden desde el valle, cargados con cañas y ramas, para derramarse por el pueblo y el puerto bailando y agitar las aguas atlánticas con una marea de hojas verdes. Piden lluvias a los dioses aborígenes y realizan movimientos de baile que captaron la atención de José Dámaso Trujillo cuando era niño y que, al devenir un joven artista prometedor y curioso, rebautizado como Pepe Dámaso, pudo conectar con bailes que observó en Senegal a mediados de los 60.
Como buen canario, Dámaso se sentía conectado a África desde la infancia. Casi de forma telúrica. El siroco, el paisaje y hasta los rostros de muchos de sus vecinos le hablaban del continente al que pertenecen geográficamente las islas. Culturalmente, le bastaba explorar los vestigios y yacimientos aborígenes repartidos por barrancos y cuevas o un simple paseo entre las momias del Museo Canario para comprender la conexión cultural con el mundo bereber, del que Canarias era una extensión. O perderse entre las obras del indigenismo de la Escuela Luján Pérez, africanidad pura y rezumante en pinturas y esculturas de Santiago Santana, Jorge Oramas, Juan Ismael, Felo Monzón o Plácido Fleitas. Unos artistas que, a su modo de ver, son dignos de un reconocimiento similar al recibido por los muralistas mexicanos, encabezados por Diego Rivera.
Por esa magia que ronda a Agaete y por esa conexión africana, quizás, Pepe Dámaso acabó siendo el único artista español en el mítico I Festival Mundial de las Artes Negras que se celebró en Dakar en 1966. Expuso en la Embajada de España en Senegal y regresó de Dakar atesorando imágenes como las de la frágil y hermosa Marpesa Dawn admirando su obra o la mirada intensa del emperador etíope Haile Selassie, cruzándose con él en el pasillo del flamante Teatro Sorano. También con el cálido apretón de manos de Léopold Sedar Senghor, el presidente poeta. Con la música de Duke Ellington reverberando en sus oídos. Con el destello de las lentejuelas de Josephine Baker deslumbrándole la mirada. Con un recuerdo imborrable de la sinceridad de las máscaras africanas y los lienzos de Francis Bacon. Con un cargamento de anécdotas del inolvidable trayecto en tercera clase, el submundo de un crucero que navegaba entre Canarias y Dakar, el Ancerville. Con una aproximación a lo mejor de la negritud expuesto, cantado, bailado y hablado en un momento concreto, único, de la Historia y del planeta.
Pepe Dámaso expone, hasta principios de agosto, parte de sus recuerdos y obras de aquel momento y de su fondo más africano en Casa África. Héroes atlánticos entre los que elige retratar también a migrantes que murieron en su travesía desde África hacia Canarias. Los trípticos que expuso en Dakar en 1966. Una serie de dibujos inéditos, bajo el título de Mango negro, trazados con sencillez sobre papel de envolver en 1984 y que muestran simples desnudos masculinos. Un homenaje a la cautivadora y liberadora palabra con Espejo de paciencia, una obra dedicada a Silvestre de Balboa, el canario que ejerce de padre de la poesía cubana. El recuerdo de César Manrique escribiéndole desde Nueva York, donde el mundo comprendía la trascendencia del Festival de las Artes Negras, para expresarle en letra apretada su deseo de haber vivido con él esa experiencia y colmar el sobre com recortes de prensa. Collage, pintura matérica, hojas de platanera, cuero, arena volcánica, cabos azules rescatados del naufragio en una playa de Jandía. Dibujos en tinta, documentación, esculturas, máscaras, objetos y tótems. Parte de su obra consagrada a la negritud firmada en los 60, pero también en los 90 y estrenando este siglo, todo comisariado por un experto cercano a él y con el que le une una amistad profunda y de largo recorrido, Orlando Britto Jinorio.
Pepe Dámaso inauguró la exposición recitando en francés un poema de Sénghor (camarade / je veux, par delà ta peau hâlée, éraillée / et tes mains, / plonger jusqu'à ton coeur, jusqu'à tes entrailles / sensibles). Acababa de aterrizar en Gran Canaria recién llegado de Betancuria, en Fuerteventura, donde trabajaba en otro proyecto también conectado con el continente africano. A los pocos días le ingresarían para una operación de la que se recuperó con ánimo y celeridad. Antes de entrar en el quirófano reiteró que el artista ya es un ser humano comprometido por el mero hecho de dedicarse al arte, a un campo tan "desatendido" como es la cultura. "Moriré con las botas puestas, con el pincel en la mano", profetizó, recolocándose las gafas de pasta negra, con los ojos de chiquillo curioso, encendidos y determinados, desafiando a la vejez, la enfermedad y los prejuicios.
Vagó con los periodistas entre sus obras, señalando una, fotografiándose junto a otra, sonriendo desde una especie de aturdimiento feliz, agradeciendo, hilvanando futuros proyectos. Con el pañuelo al cuello, emocionado, se declaró satisfecho de disfrutar reconocimientos en vida, de haber sido testigo, de haber creado incansablemente, de todo lo que África y el Universo le han regalado.
"Quise solidarizarme con la marginación que sentía la gente de color y que yo veía", se explicó más tarde, sentado ya, entre buches de agua y arrimado a la sombra de los desnudos homoeróticos de Mango Negro. "Me interesé por el compromiso y el sufrimiento de la colonización". Dámaso afirmó que esa solidaridad con el discriminado es consustancial a su manera de ser y que surge de la persecución que soportó, cuando fue joven, por ser homosexual. "El sentimiento mío de querer que me entendieran y el mío para con los demás. Siempre fui consciente de mi manera de ser. No renuncié jamás y ha sido enriquecedor", precisó.
Fotos de Joan Tusell Prats
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