Las esperanzas que levantó el acuerdo de paz firmado entre el gobierno de Bamako y la coalición de fuerzas rebeldes lideradas por los tuaregs que combaten en el norte de Malí el pasado 15 de mayo empiezan a desvanecerse. Poco a poco, los hechos van demostrando que no existe una verdadera voluntad de terminar con un conflicto que se prolonga desde 2012.
En las últimas semanas, Malí ha vuelto a experimentar episodios de violencia que prácticamente no se recordaban desde que las fuerzas internacionales que, lideradas por Francia, intervinieron en el país empujaron a los islamistas fuera de sus plazas fuertes del norte del país, el territorio de la autoproclamada Azawad, en enero de 2013. Quizás el hecho más llamativo de todos los registrados últimamente haya sido el ataque a un popular hotel en Sevare, a unos 640 kilómetros al noroeste de Bamako, que dejó 13 muertos, el pasado 7 de agosto.
Pero la puntilla a este frágil tratado de paz y reconciliación nacional llegó el pasado domingo 23 de agosto cuando las distintas fracciones rebeldes agrupadas bajo la Coordinación de los Movimientos de Azawad (CMA)anunciaron que abandonaban el comité internacional establecido para supervisar dichos acuerdos.
Sidi Brahim Ould Sidati, representante de la CMA, declaró que suspendían la participación hasta que las fuerzas leales al gobierno de Bamako abandonasen la ciudad de Anefis, a 120 kilómetros al sur de Kidal, plaza fuerte de dicha organización.
Ese pueblo fue conquistado el lunes 17 de agosto después de tres días de fuertes combates que, según MINUSMA, la misión de Naciones Unidas en el país, dejó como mínimo 10 muertos. Tras el repunte de violencia los cascos azules de la ONU impusieron una “zona de seguridad” alrededor de Kidal, que se encuentra a unos 1.500 kilómetros al norte de Bamako, en un intento de rebajar la tensión en el área.
A pesar de todo Ould Sidati anunció que la CMA seguirá participando en los diálogos de paz y reconciliación en tanto en cuanto no haya más violaciones del alto el fuego.
La posición asumida por los grupos rebeldes pone de manifiesto la verdadera debilidad de los acuerdos alcanzados; los cuales son un intento de acabar con décadas de divisiones étnicas, las alegaciones de discriminación y las revueltas tuaregs, pueblo nómada cuyo levantamiento en 2012 fue el detonante del actual conflicto. Sin embargo, la reticencia a incrementar los acuerdos de paz está poniendo de relieve que los verdaderos intereses que se mueven en la región son distintos, o al menos abarcan sectores más amplios, que los alegados en un primer momento.
Curiosamente, a pesar de haber transcurrido tres meses desde la firma de los acuerdos, el Comité Internacional de supervisión de los acuerdos de paz y reconciliación todavía no ha sido establecido. Aún ninguna de las partes ha nombrado a sus representantes, ni siquiera Argelia que tiene encomendada la presidencia.
La realidad es que hasta que este comité no empiece a funcionar los acuerdos no dejaran de ser un trozo de papel sin más significado.
Algunos analistas piensan que si se llegasen a implementar los acuerdos se podría producir una mayor fragmentación de los grupos rebeldes, ya que estos están muy divididos y representan intereses bastante opuestos. También el tema de la autonomía del norte está en disputa al no ser vista por todas las fracciones de igual manera.
Hace un par de meses, Pepe Naranjo nos comentaba, en estas mismas páginas, la dificultad de que este tratado funcionase y analizaba las razones en las que se basaba: los tráficos ilícitos que cruzan la región, el tibio posicionamiento, e incluso complicidad, de Francia con respecto a la causa tuareg, los distintos grupos y diversos intereses integrados en la CMA o el descrédito en el que ha ido cayendo la MINUSMA.
También International Crisis Group advertía en un informe publicado en mayo que Malí se encaminaba más hacia una fase de confrontación que a una de paz duradera.
Ambas predicciones parecen haberse cumplido ahora.
Un buen análisis del conflicto, sus causas y actores lo encontramos en el artículo de Iván Navarro en Africaye. Gracias a él también se entiende la dificultad de conseguir una paz permanente en la región.
No es cuestión de tirar la toalla y habrá que seguir intentando forjar la paz. La falta de acuerdo, como siempre, repercute en la población civil que se ve privada del acceso a los servicios básicos, a la educación, al trabajo o a la justicia.
Cientos de personas han tenido que huir de la región y muchas recorren las rutas que las llevan hasta el mediterráneo desde donde intentan dar el salto a Europa. Otras buscan refugio en el sur o en países vecinos. Algunas de estas últimas están sufriendo recortes en sus raciones alimenticias, como sucede con los malienses que se asentaron en Mauritania.
Estas son algunas de las razones por las que Naciones Unidas ya ha advertido que unos tres millones de personas en la región no tienen suficiente para comer y teme una fuerte crisis en la zona.
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