Autor invitado: Gaetan Kabasha (*)
Estoy sentado delante de mi habitación en el centro de acogida misionero de Bangui, detrás de la catedral, contemplando la luna llena que se impone majestuosa un cielo lleno de estrellas. En frente, está el monte Bazabangui cubierto de bosques que perfilan su figura con una negra masa arbórea. El mítico letrero de “Bangui” que, antes lucía en ese monte se ha apagado, igual que los de media ciudad. Todo está tranquilo, como si fuera una noche de cualquier ciudad. Ningún ruido altera la calma y, lo que es más significativo, no se oyen disparos. Nada hace sospechar que estoy en un país altamente desestructurado por los enfrentamientos violentos y las reiteradas violaciones de derechos humanos.
Acabo de llegar a este país después de cuatro años de ausencia. Todo ha cambiado, y ha ido de mal en peor. En muy poco tiempo, Bangui dejo de ser “Bangui la coquette” (la hermosa) y se transformó en lo que la gente aquí llama irónicamente “Bangui la roquette” (la bomba). Los habitantes de Bangui llevan dos años acostumbrados a recluirse en casa a la caída de la noche por miedo a los disturbios que, muchas veces, se cobran vidas inocentes. Sin embargo, últimamente, como si los enfrentados se hubieran cansado y las fuerzas internacionales hubieran doblado sus esfuerzos de pacificación, las aguas parecen estar volviendo a su cauce.
Los militares oficiales del gobierno central no están armados. Desde que fueron deshechos por los Seleka en marzo de 2013, dejaron de existir hasta que se constituya un nuevo más profesional. Sin embargo, en todos los sitios comunes, se observa la presencia de militares de uniforme, fuera de servicio, pero sin armas. Son muchos los que serán desmovilizados a la hora de hacer la selección para un nuevo ejército, cuya formación se llevará a cabo por un continente constituido para ese fin y en el que se integran militares españoles.
En estos momentos, el gobierno tiene desplegadas brigadas mixtas compuestas por policías y militares y son ellos los que apoyan a las fuerzas internacionales para vigilar el orden en las calles durante la noche. Sin embargo, a ciertas horas de la noche, existen todavía barrios intransitables por miedo a cruzarse con los atracadores armados que andan saqueando las casas vacías e incluso habitadas. En el centro de la ciudad, no se aprecia indicios de inseguridad. Hasta ciertas horas de la noche, se puede oír todavía la música en los bares. A medida que avanza la noche y llega la madrugada, la circulación se va reduciendo progresivamente hasta que se instala la plena quietud, el silencio total, prólogo del amanecer.
La ciudad de Bangui nunca ha estado bien bastecida de electricidad. Ya antes de la guerra, había apagones regulares por insuficiencia de la energía eléctrica producida por la única central del país. Con la guerra, las cosas van peor. Muchos sitios pasan varios días o noches sin luz. Y no parece que el problema vaya a resolverse a corto plazo.
En distintos rincones de la ciudad, se pueden leer carteles que anuncian el censo electoral. Las autoridades provisionales piden a la población en edad electoral, inscribirse en las listas. Se supone que la operación se extiende a todo el país. En efecto, todos están esperanzados ante la llegada de las elecciones generales que deberán tener lugar en el próximo mes de octubre.
Aunque se camina lentamente, parece que la República de Centroáfica se dirige con paso firme hacia la paz.
(*) Gaetan Kabasha, africano de nacimiento y de cultura, vive actualmente en España. Está preparando una tesis doctoral en filosofía sobre temas de las violencias y conflictos. Se interesa mucho de la actualidad política y económica del África subsahariana. Tiene un blog sobre esos temas titulado Afroanalisis: www.afroanalisis.blogspot.com
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