¿Qué hay de nuevo aquí? Estamos en Marrakech, ciudad imperial o cruce de caravanas al norte y al sur del Atlas, desde el Sahel y el desierto hacia el Atlántico y el Mediterráneo. Corre el 2016, y los organizadores de la VI edición de la Bienal de Arte quieren poner sobre la mesa el debate sobre lo que las culturas afro-panárabes tienen para aportar al mundo que viene siguiendo los designios de Occidente desde hace demasiadas décadas. "¿Qué podemos hacer para que nuestros jóvenes artistas dejen de pensar en términos de colonialista-colonizado?”, se pregunta el presidente ejecutivo de la Biennale de Marrakech, Amine Kabbaj, en diálogo con este blog de El País.
Fotograma de 'The sky trembles and the earth is afraid and the two eyes are not brothers', película-meditación del realizador británico de cine experimental Ben Rivers.
Estamos en territorios de arte, y entonces Kabbaj explica que una Bienal sirve para discutir "qué podemos hacer juntos", y cita a Picasso en esto: "Si el arte no representa el tiempo presente, no es arte". "Nuestro tiempo pasará y nuestros hijos tomarán el relevo", comenta Kabbaj, "pero debemos intentar que el arte sea el espejo de nuestra vida".
Nos encontramos en un momento de dolorosas migraciones, esa es la marca de este presente: "Focalizamos nuestra Bienal en nuestra multiculturalidad marroquí: nuestra condición de berebers (amazigh), judíos, musulmanes, árabes, africanos e íberos, también. Somos la misma familia mediterránea. No soy diferente a ti, no eres diferente a mí. Todos los pueblos somos refugiados", apostilla el responsable.
"Soy la piedra del templo, y el templo", se escribe sobre la obra de la artista marroquí Fatiha Zemmouri (Casablanca, 1966), emplazada entre dos muros del Palacio El Badi.
La Bienal, que este año está dedicada a la fotógrafa Leila Alaoui (asesinada en los atentados de Burkina Faso, en enero pasado), es heredera de ‘Art in Marrakech’, un encuentro que comenzó en 2005, de la mano de Vanessa Branson, como idea reparadora tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York.
¿Por qué Marrakech?, le preguntamos. "Hay quienes dicen que es el centro del mundo. Lo cierto es que hay gente de todo el mundo, es un momento de comunión. Ha llegado el tiempo de que Marrakech sea de verdad el centro del mundo", zanja el presidente de esta Bienal que ha abierto todas las puertas de la ciudad roja hace quince días y las mantendrá abiertas hasta el 8 de mayo.
Entre el tumulto de la medina de Marrakech (con el fondo de las flautas que hacen bailar a las serpientes de Jemaa El Fna y el acoso de los monos con pañales y sus dueños, el olor a combustión de las motos y la menta, y el ámbar), el aficionado a las Artes Plásticas busca el logo de referencia de la Bienal para seguir alguna flecha, alguna guía. Hay tantas salas y espacios habilitados, habituales y especiales, destinados a este acontecimiento, tanta oferta cultural de la propia ciudad desquiciada y sensual, y tanta oferta artística temporal, que cuesta orientarse.
De verdad, Marrakech -con su tráfico endemoniado- parece ser el centro del mundo, desde hace un buen tiempo; y no porque en Marruecos se hayan empeñado en convertirla en ciudad de grandes eventos internacionales. No se trata solo de alfombras rojas sino de personalidad, de la historia de mármoles que la atraviesa, del humor y la vitalidad bien callejera que te atropella (literalmente). Y la potencia del macizo del Atlas, o los pilares del mundo erguidos por sobre el skyline de antenas parabólicas y minaretes.
Imágenes del filme 'The sky trembles and the earth is afraid and the two eyes are not brothers' del realizador británico de cine experimental Ben Rivers, con Oliver Laxe, que se proyectó en el cine Coliseo del barrio de Guéliz.
"Cuando vemos un paisaje nos situamos en él. Si viéramos el arte del pasado, nos situaríamos en la historia", escribía John Berger en Modos de ver. Y aquí resulta que vemos cómo se alza el Atlas nevado, tan presente en la realidad, y lo vivimos desde adentro, también, representado en una instalación de videoarte y en una película que trasciende la historia como The sky trembles and the earth is afraid and the two eyes are not brothers (El cielo tiembla y la tierra tiene miedo y los dos ojos no son hermanos), del director inglés de cine experimental Ben Rivers. Y en el filme, que es una meditación, vemos al cineasta español Oliver Laxe, el protagonista (lidiando con su propia creación), y vemos las montañas, y el río, y nos sumergimos en el sueño loco de Rivers, y nos dejamos llevar por un trabajo de imagen y sonido excepcional, y un título inspirado en un texto de Paul Bowles.
Todo diálogo artístico es posible entre los muros rojos de Marrakech. "Nunca miramos solo una cosa; siempre miramos la relación entre las cosas y nosotros mismos. Nuestra visión está en continua actividad, en continuo movimiento, aprendiendo continuamente las cosas que se encuentran en un círculo cuyo centro es ella misma, constituyendo lo que está presente para nosotros tal cual somos". La cita también es de John Berger, para hablar del dinámico intercambio entre la ciudad que es el contexto y las obras de la Bienal.
Allí está la piedra de la artista marroquí Fatiha Zemmouri (Casablanca, 1966), encajada entre los muros imponentes de la ruina del Palacio El Badi, construido en el siglo XVI. O la geometría que trasciende simbólicamente varias civilizaciones para llegar a una de las estancias del palacio decimonónico que hoy es el Museo Dar Si Said, muy cerca de la protesta artística de los zapatos del palestino Khalil Rabah (Jerusalén, 1961) o de la voluptuosa Vía Láctea de senos que se multiplican como los montes del macizo del Atlas, de Mohamed Mourabiti (Marrakech, 1968).
Valiosos son los testimonios de una instalación de vídeo que es casi un exhaustivo tratado sobre África -en su psicoanalítico vínculo con Europa-, llamada Reason’s Oximorons, del franco-argelino Kader Attia (París, 1970), en las cisternas debajo de la emblemática mezquita de la Kutubia. Y subyugante, la performance sonora creada por el libanés Tarek Atoui (Beirut, 1980) en los jardines del Palacio El Bahía. Por no hablar de los márgenes, o la interesantísima muestra paralela de L’Blassa, en la que destaca la pieza de videoarte de Amine Oulmaki llamada Oxígeno.
Las geometrías del Islam en la obra de la artista saudí Dana Awartani (Jeddah, 1987), situada en el museo Dar Si Said.
No hay cuotas por nacionalidad en esta Bienal y sí una vocación de narrar las orillas de este mundo que hoy se han convertido en el centro de la tragedia: así, con cuchillos en la garganta, podemos ver las obras que traen las artistas iraquíes, sobre pedazos de realidad de un país destruido que solo el arte puede preservar.
"Contar la verdadera historia, metiendo cada uno una gota en un gran océano", es justamente lo que propone el presidente de la Bienal. Y culmina: "Creemos que hacemos la Historia pero es la Historia la que nos hace".
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