La música nos lleva a casa, le escuché decir al legendario jazzman Randy Weston. El griot del jazz habla de África, claro, aunque él nació en Brooklyn (New York), en 1926. Weston no ha dejado de buscar sus raíces en la madre-continente y en sus hijos, los esclavos que tocaban los instrumentos de viento con los brazos encadenados (y nos lo escenifica, para demostrarnos que es posible). A sus 90 recién cumplidos, Weston contagia su "real love" con una sonrisa verdadera, fusionándose con los Maâlem magrebíes del gnawa, sobre el escenario mayor de la 19º edición del Festival de Esauira Gnawa-Musiques du Monde, en Marruecos.
Fusionándose, Randy, y no tanto, porque allí está su piano fino de notas que desbordan, con dulzura y respeto, el ritmo artesanal del trance. Hace honor a su idea de no olvidarse de los grandes imperios africanos de la Antigüedad.
Los fenicios llegaban a Mogador (la antigua denominación portuguesa de Esauira) buscando el caracol que da la púrpura. Recorrían la bahía en torno al islote en busca de color, y no de cualquier color. Efectivamente, Esauira es intensa, como el púrpura que atraía a los fenicios. Y la mitología del lugar incluye ahora a Juego de Tronos (aquí se rodaron algunos capítulos), pero antes pasaron nombres como el de Orson Welles (en el Hotel des Îles, y filmando Otelo), Carlos Santana y Jimmy Hendrix. Dicen que Hendrix visitó en Esauira a un vidente que le dijo que iba a morir joven, y que él siempre lo mencionaba.
Ahora es tiempo de gnawa, esa música rústica de plegarias, con letras que siempre le hablan a Alá y que transmite la cadencia de un dromedario hundiendo su paso en las dunas del desierto.
La cantante saharaui Rachida Talal, durante su actuación en Bab Bob Marrakech, en el marco de la última edición del Festival de Esauira.
Desde 1998 existe en esta pequeña ciudad costera marroquí (400 km al sur de Casablanca) este festival de música gnawa que es heredero de otros que, según el profesor de Columbia Hisham Aidi, se desgajaron de aquel pionero de los 70, en la Plaza de Toros de Tánger: “en 1972, Randy Weston organizó un gran festival de jazz en Tánger, que es el antecedente de toda la escena actual en Marruecos. Fue en respuesta a Argelia (por aquello de la rivalidad Tánger-Argel), que era la base de los Black Panthers, quienes ya habían celebrado el panafricanismo en un festival, en 1969. Randy vivía en Tánger desde hacía unos ocho años. Estaba en bancarrota y ese festival fue el tiro de gracia a su economía. Tuvo que volver a Nueva York, pero el disco que publicó a su retorno resultó un best-seller inolvidable”.
Caminar por la medina de Esauira es difícil durante los días de omnipresente ritmo sagrado y voces para Alá en la ciudad. No hay quien deje de probar esto de frotar las cuerdas de un guembri, el instrumento líder de las formaciones gnawa, o de intentar coordinar los dedos para sacar algo decente de las krakebs, las castañuelas metálicas.
Tan importantes y sagrados son los instrumentos en el gnawa que los Maâlem ("maestros") transmiten este título honorífico legando su guembri a un discípulo, que entonces queda investido como Maâlem.
Esta ola de difusión del gnawa comienza, según Aidi, en los 70 y 80: "Lo interesante es que el movimiento gnawa fue impulsado por el movimiento negro y dio un espacio a los marroquíes que no se sentían representados por la música árabe más sofisticada, a los marroquíes que querían reivindicar sus raíces norafricanas, bereber, mestizas".
¿De dónde viene la palabra que lo designa? Según este catedrático tangerino, que siempre ha trabajado sobre las culturas negras y de las minorías, el primer rastro lingüístico que los historiadores encuentran data de cerca de 1810, pero no hay exactitud sobre el origen de la palabra, que puede provenir de Guinea, o de una palabra del dialecto de la región de Sous, o que llegó con los esclavos de Tombuctú, Mali (aunque tampoco hay certezas sobre de dónde venían los esclavos). Una cosa, sí, parece cierta y es que el ritmo y su designación forman parte del equipaje de la diáspora transsahariana. De nuevo, el desierto del Sahara como lugar de continuidad y no como fisura.
Las manos al piano del pionero Randy Weston. Foto de Karim Tibari.
Desde África Occidental, el ritmo se diseminó por todo el mundo, "ahora la gente en las discotecas de Nueva York baila tarareando esas letras místicas y, sin embargo, los músicos intentan respetar el valor de los textos: conozco a gente que toca el guembri en Nueva York, en las discotecas, pero cuando tocan no beben alcohol, porque las letras y el instrumento son sagrados; o que, antes de tocar, le ponen leche al instrumento, para protegerlo… Tienen prácticas que evitan que la música de las plegarias se contamine con el ambiente".
Las comunidades marroquíes están ampliándose en el mundo y es tendencia este encuentro arabo-africano en Estados Unidos, según cuenta Hisham Aidi. En su libro Rebell music, él dedica dos capítulos al gnawa, en los que intenta comprender el fenómeno musical marroquí a lo largo de la historia. Sintetiza esta búsqueda para nuestro blog: “en Marruecos, hay muchas músicas y, hace 50 años, el gnawa era una música marginal y marginalizada. El estilo estaba mal visto, porque no es sofisticado. Se trataba de la música de los esclavos que solo aman los turistas. Así, después de la independencia, el partido Istiqlal creó una nueva política cultural, a partir de una pirámide jerárquica: la música en la cima de la pirámide era la andalusí (nuestra música clásica), la cara visible de nuestro país. Era una estrategia anticolonial, porque, a su vez, los franceses, cuando vinieron, a principios del siglo XX, marginalizaron el patrimonio andaluz, todo lo que fuera hispano-musulmán: los franceses tenían miedo de que lo árabo-andaluz pudiera conectar el Magreb con Oriente Medio, temían un bloque".
Aidi explica que, intentando desligar el Magreb del resto de países árabes de Oriente, los colonizadores celebraron la música bereber, sufí, amazigh, y marginalizaron lo árabe: "para negar a los marroquíes sus raíces civilizacionales diferentes de Francia. Marruecos aparecía como un país mediterráneo, románico, bereber, y no como representante de la cultura árabe o morisca. El Istiqlal hizo lo contrario: marginalizó el gnawa y el chaabi. Pero, finalmente, el gnawa se ha convertido en la música nacional de Marruecos, el símbolo del mestizaje marroquí".
Maâlem Abdenbi.
"Este ascenso del gnawa se debe –según el catedrático– a la lucha afroamericana: los afroamericanos que vinieron en los años 20, a través de Paris y la eligieron como su música preferida, porque les recuerda a sus raíces como esclavos".
Entre los nombres clave de este proceso de mundialización del gnawa que nos ha traído hasta aquí, a este Festival multitudinario con gente de todas partes, Aidi cita a Claude McKey, que es un poeta que escribió un libro que se llama Banjo, durante su estadía en Tánger, que duró seis años. “Él dijo, en 1931, que un día una música magnífica iba a surgir de África del Norte e iba a conquistar el mundo. 75 años después, vemos que tuvo razón: hay gnawa Brasil, gnawa Suecia, gnawa Cuba (a través de Omar Sosa, el pianista que vivió en Marruecos, por ejemplo). En los años 30, hubo muchos músicos cubanos que vinieron a Marruecos: Antonio Machín y un tangerino sefardí llamado Jacques Muyal (fundador del sello Groovin’ High) movilizó toda la escena. En los 50, comienzan a venir los jazzmen. Randy Weston llega a Rabat en los 60 y se muda a Tánger; también estaba Abdellah El Gourd, con La maison gnaoua de Tanger...". Todo esto se discute en el Fórum de diásporas africanas que, desde hace años, se convoca paralelamente a los días de música.
¿Qué hay de las diásporas, entonces?
La comparación del gnawa con el blues no es caprichosa: en lugar de cruzar el Atlántico, el gnawa cruzó el Sahara y continúa mezclándose. Así, hace unos días, en Esauira, pudimos disfrutar del encuentro de jazzeros con gnawis o de la dulcísima potencia de la saharaui Rachida Talal, a quien presentan como la primera mujer que desafió la prohibición de cantar para las mujeres de su región; al enérgico Nardistán casablanqués; a los raperos Hoba Hoba Spirit y al joven Maâlem Mehdi Nassouli, aflamencándose con Las Migas, de Barcelona.
Por último, ¿cómo se lidia con la mercantilización? El rapero Blitz The Ambassador dice que invertir en estos festivales permite minimizar los daños de la comercialización de las expresiones artísticas, para que puedan conservar su espiritualidad. Aidi propone aprovechar el impulso y la posibilidad del gnawa como vehículo contra el racismo.
Para los previsores, la próxima cita de Mogador (Esauira) será la 20º edición, del 29 de junio al 2 de julio de 2017.
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