Por Alfonso Rovira
Capítulo anterior: La mirada del genocidio
15:00 estoy en Djaka (República del Congo). A las puertas de Bomassa, que queda ahora a 120 km. Pero no avanzo. Llueve. Pasa el tiempo... disfruto de mí.
Decido tomar el lápiz y escribo… por el simple placer de escribir....
Ayer me sorprendió la tormenta. Y la temporada de lluvias sigue su ritmo hoy. Inmutable. Impasible ante el viajero. Un extranjero, un extraño aquí. Al despedirme de Emmanuel (Ver “La mirada del genocidio”) creí que cesaba. Me equivoqué. No volvió la tormenta. Mas tampoco cedió la lluvia. Ni el barro del camino.
Así que al llegar al control forestal de Djaka, me paré. Vencido. El camino se había vuelto impracticable.
Aunque no tengo prisa. Y disfruto del caer del cielo en momentos compartidos con mis nuevos compañeros. Perdido en la selva de la Cuenca del río congo, un gran pedazo de tierra verde repartida entre la RDC, Camerún , Congo, Guinea, RCA y Gabón… Probablemente de las selvas más vírgenes del planeta.
Y aquí estoy yo. El mono en la luna (ver la historia aquí), con mi bici y mis alforjas. Esperando que la selva y el tiempo me den permiso para seguir.
Hay que aceptarlo así. Esto es salvaje… Solitario… Animal.
Así que me dejo ir… fluyo con el tiempo y el camino.
Entorno Salvaje
Oigo gritos por la noche. Son gorilas… Gritan. Con un aviso marcan su terreno. No te acerques… no te atrevas… No eres bienvenido. Mientras, resuenan todavía más fuerte ruidos atronadores de insectos diminutos. El pequeño mundo animal lo envuelve todo. El verde del día y el negro de la noche más oscura.
No hay ruido de coches, ni voces, ni risas… ni televisores. Ni siquiera una simple melodía. Pero es engañoso. Aunque en este paraje se respira paz, se inhala verde y se inyecta natura en vena… te das cuenta de que en la jungla no existe el silencio.
Pero de repente, en contra de toda ley, en contra de su naturaleza, la selva calla. Y es entonces que temes. Pues lo más estremecedor es este innatural silencio…
Deseas que vuelva el ruido… pues sabes que ahora es el momento del depredador escondido… que acecha su presa en la oscuridad. Cuando se pone el sol. Cuando despunta el alba. Sigiloso. Esperando su momento. Sí, temes al silencio… pues te avisa… Te dice que esto es África. La tierra donde entras de lleno en la cadena alimenticia como uno más. Donde a veces te devoran los mosquitos. A veces las personas. A veces tú mismo. Y a veces… el animal.
Esta noche he dormido en mi tienda. Por suerte el depredador nos respeta… Pero sí fui atacado de nuevo por una plaga de mosquitos. Lástima que no lleve armadura… porque acabé con la piel parecida a una naranja….
Mientras se producía el ataque, observaba discretamente a mis dos compañeros, Rafi y Mesmin. Ni se inmutaban. Yo disimulaba mi incomodidad. Mi escozor. “¡Soy un hombre! ¡Un explorador! ¡Hay que aguantar!” Pero no hay vuelta de hoja. No hay orgullo que valga. Finalmente lo acepto. Voy a dormir. Soy el blanco. El manjar predilecto de la selva.
Pienso en Rafi y Mesmin, los guardas forestales de este lugar… buena gente. Como la mayoría aquí. Sencillos. Acogedores. Atentos. Y desinteresadamente, me han aportado un “hogar” en el camino. De agradecer. Pues llevo la casa a cuestas y a la soledad conmigo. Así que es un regalo del cielo cuando alguien como ellos te abre las puertas de su hogar. Como Afri-k anteriormente, como Emmanuel, como Rafi y Mesmin. Aunque sea una choza de madera o un pedazo de tierra en la nada.
El Encuentro
Al día siguiente me despido de Rafi y Mesmin. Mis amigos… mis compañeros de una noche de tormenta en la Selva de la Cuenca del río Congo.
Nos decimos adiós con cariño. Y Reemprendo el camino. La selva me espera. Y una aventura sin fin.
Subo a mi bici, y empiezo el pedaleo. Veo Mi Ruta. Veo el cielo… el horizonte… me veo a mí. El soñador. El aventurero. El buscador empedernido que con energía renovada reemprende el camino.
Despejo mi cabeza. Pedaleo duro. Hay barro. Me concentro en el camino. Son las 7AM y me queda una dura jornada por delante. Son 95km hasta Kabo, mi última parada.
Sorpresa la mía. Pocos kilómetros después reconozco una forma. Curiosa, característica. Curvada.
Con un torrente de emoción inocente, acelero el pedaleo. Así como mi corazón. Enciendo la cámara. Nervioso. Intento contactar. Veo su espalda gris plateada. Se da la vuelta. Me mira. Dudo. Duda. Continúo. Corre. Pedaleo a su encuentro.
Finalmente se desvía. Desaparece. Paro. Me relajo… Ha sido mi primer encuentro con un gorila.
Y ha huido….
Me miro. Yo me encuentro ridículo. Aunque a sus ojos, con tanto trasto debo de dar miedo. Me lamento por lo corto del encuentro. Yo tan solo quería acercarme un poco. Pero me digo que encontraré más. Todavía no he llegado a Bomassa.
El ataque de las mariposas
Con el gorila en mente prosigo el viaje… El paisaje sigue infinitamente verde… en todos sus matices posibles. La nueva luz del sol ayuda a resaltar sus colores. Es bello… sublime. Casi irreal. Pero el calor hace acto de presencia de nuevo. Y junto a un camino embarrado se produce la indeseable mezcla perfecta. Esfuerzo y calor…
Mientras pienso que el viaje se hará largo, tardo poco en tener el primer reventón. El camino lleno de obstáculos, la temperatura y el peso, no ayudan a mantener los neumáticos intactos.
A despecho me detengo. Empiezo a buscar mis herramientas. Y entonces, oigo ruidos. Me es familiar. Pero hago caso omiso. Saco las llaves y desmonto la cubierta… Y en el peor momento, aparecen. Abejas. Moscas. Mosquitos. No presté atención debidamente. Los ruidos son zumbidos entremezclados.
Las mariposas forman un manto viviente. Cubren mi bicicleta. Las abejas me persiguen. Me levanto. Huyo. Me transformo en presa. Finalmente me detengo. Y Estudio la situación. Me maldigo. Pero… ¡Esto es la selva! ¿Qué esperaba?
Me hincho de valor. Aparece el Pirata (Ver “Mundo Pirata”). Me multiplico. Y Envuelto en un manto de valentía, desenfundo mi mancha. Ahora sí, peleo. Pero es inútil. Espantar moscas, mosquitos y abejas con una mancha de bici se muestra misión imposible.
Cuando más estúpido me siento pasa un camión. Disimulo. Me yergo. No pasa nada. “bonjour”… ”bonjour”… Menos mal. Mi orgullo viajero sigue intacto.
Entonces respiro. Y decido hacerlo todo a la carrera. Tapo el agujero mientras corro arriba y abajo. “¡Las abejas y las moscas no me atraparán!”
Me detengo. Hincho. Corro. Repito el proceso… hasta que finalmente la cámara está a la presión adecuada. A continuación lo más rápido que puedo, la coloco en la bicicleta. Con el zumbido incesante y el pequeño mundo animal encima mío, me cuesta. Es la rueda trasera.
Mis ojos, mis oídos, mi cuello, mis manos… son objetivos de este pequeño enemigo. Pero no me rindo.
Una hora después de haber parado, finalmente estoy listo. Y con pedaleo frenético, prosigo el viaje. Agotado. Y todavía estoy en el inicio…
Y pasa el tiempo
7 horas después, lleno de sudor y barro, con dos pinchazos más, y una incursión por un atajo que me deja lleno arañazos, estoy al borde del colapso. Y tan solo he recorrido 55 km. Finalmente me doy por vencido. Sé que hoy no llegaré a destino.
Hablo solo. He renovado amistad con las mariposas. Me dicen que no tienen nada que ver con las malvadas abejas. Ni las moscas zumbonas. Ni los mosquitos. Y así, se han vuelto mis inesperadas y fieles aliadas. Son cientos de miles. De todos los colores. Aunque predominan las oscuras. Y me animan siguiéndome en el camino... Les digo que tendré que dormir probablemente en una antena antes de llegar a Kabo, donde me informaron que hay un vigilante. Parecen entender.
Secretamente, deseo que pase un camión para que me transporte… Pero no ha aparecido ninguno desde el primer pinchazo. He tomado un desvío donde llevo horas sin presencia humana. No se lo digo a las mariposas. No quiero molestarlas. Pero preferiría un amigo humano.
Y entonces, sucede. Oigo un ruido. Desaparecen las mariposas. Me paro. Escucho atentamente. Es un vehículo. Y de él descienden dos hombres. Al verlos, me exalto. Me emociono. Me lleno de júbilo. Les conozco. Un conductor amigable que encontré en Djaka y un compañero nuevo, Patrick. Respiro aliviado. Finalmente parece que se me brinda otra oportunidad de llegar a destino. Y de apartar de nuevo la eterna soledad.
Soledad… Gran compañera. Para ser viajero debes conocerla. Y disfrutarla. O te acaba consumiendo. Pues durante el viaje, se producen muchos encuentros. Algunos intensos… profundos. Pero fugaces. Después de todo encuentro, vuelve el camino y la soledad de nuevo con él.
Aquí en África… la soledad a veces me abruma. El continente es grande. Y el camino, solitario. Pues yo soy Le blanc… Soy Mundele… el mono en la luna. Soy el explorador, el buscador solitario que abre camino. Soy el extraño, el Pirata del tiempo, que en su velero, busca la luz surcando el cielo.
Y es así, que al emprender el camino de nuevo, buscaré. Este nuevo momento de amistad. Este nuevo conocimiento. Este paréntesis de soledad acompañada. Este Afri-k, este Mesmin, este Rafi, este Patrick… este nuevo hermano de sangre en el camino.
(continuará)
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Si queréis seguir mis aventuras, iré alternando artículos en el Blog de África no es un país y en el mío, Algo Más que un viaje. Donde también encontraréis otras secciones como Un mundo mejor, donde escribo artículos, ejemplos y propuestas en pos de un mundo más humano. Os invito a conocerla ahí.
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Hay 1 Comentarios
Quina meravella de viatge!! Quantes experiències!!
Quant temps per pensar en tu mateix, en el què ets i en el què vols ser!! Una gran enveja de no poder estar en la teva pell, però gràcies als teus articles podem sentir una mil·lèsima part del què pots sentir en alguna d'aquestes estones quan pedaleges o et passeges per Àfrica.
Molta sort!! Una abraçada.
Publicado por: Núria Garcia Turu | 05/11/2016 19:14:49