Llevamos años leyendo que Etiopía es una de las economías del continente africano que más rápidamente crece. Los informes dicen que el país aspira a convertirse una economía media para el año 2025. Además son muchos los analistas que elogian que está haciendo esto sin aumentar la emisión de gases de efecto invernadero y protegiéndose contra los impactos del cambio climático. Parece que el país es consciente de que se puede desarrollar económicamente sin dañar el medio ambiente. Es por eso que se le incluye en el grupo de las economías más prometedoras de África, que reciben el nombre de los leones africanos (en paralelo a los cuatro tigres asiáticos): Etiopía, Ghana, Kenia, Mozambique, Nigeria y Sudáfrica.
Pero después de meses de protestas y de disturbios civiles, Etiopía se encuentra sumergida en una severa crisis política y, para empeorar las cosas, un nuevo informe del Oakland Institute echa por tierra el mito de que el país sea realmente uno de los leones africanos. Miracle or Mirage? Manufacturing Hunger and Povety in Ethiopia (¿Milagro o espejismo? Fabricando hambre y pobreza en Etiopía) explica cómo los planes de desarrollo autoritarios impuestos por el Ejecutivo etíope han perpetuado los ciclos de pobreza, la inseguridad alimentaria y marginado a los ciudadanos más vulnerables del país.
Esta situación le sirve de coartada a Addis Abeba . Durante muchos años, el régimen ha utilizado el argumento de su éxito económico para hacer frente a los críticos de su estrategia de desarrollo que conlleva la represión de gran parte de su población y tildado de “anti-desarrollo” a quienes se oponían a sus políticas.
La explicación climática también sirve de coartada a los patrocinadores internacionales del régimen etíope. Etiopía recibió un promedio de 3.5 millones de dólares anuales de los donantes en los últimos años, lo que la convierte en uno de los mayores receptores de ayuda al desarrollo internacional. Sus principales donantes son Estados Unidos, Reino Unido y el Banco Mundial que también han participado directamente en el diseño de su estrategia de desarrollo y juegan un papel clave dentro del mecanismo de ayuda establecidos para implementarla. En ningún momento, estos donantes han realizado ninguna condena o reproche al gobiernos etíope por la represión contra la oposición política y su continua violación de derechos humanos.
Según el informe del Oakland Institute, la actual crisis alimentaria que sufre el país es un recordatorio de que a pesar del muy pregonado milagro económico, Etiopía no se ha movido de su trágica historia de hambre crónica y hambrunas cíclicas. Cada año, desde 2005, entre 8 y 18 millones de etíopes han necesitado ayuda alimentaria para su supervivencia y el país sigue ocupando el puesto 174, de 186, en el último informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas.
Para luchar contra la inseguridad alimentaria crónica y marcar el comienzo del desarrollo, durante la última década, el gobierno etíope ha diseñado diversas políticas y planes. En 2010, se lanzó el Plan Quinquenal de Crecimiento y Transformación de Etiopía (GTP) que tenía como objeto erradicar la pobreza y la dependencia de la ayuda alimentaria a corto plazo y dar lugar al renacimiento de Etiopía.
El GTP incluye esfuerzos por aumentar la productividad de los pequeños agricultores y programas para acelerar industrialización agrícola a través de operaciones de cultivo a gran escala. Para 2011, el gobierno etíope había demarcado 3.6 millones de hectáreas de tierra para inversiones agrícolas a gran escala. Se puso en marcha el Programa de Desarrollo Comunal (PDC), también conocido como el programa de “reasentamiento colectivo” que obligaba a abandonar sus tierras a 1.5 millones de personas para que estas fueran transformadas en plantaciones agrícolas a gran escala. Este programa ha dado lugar a desalojos forzosos de comunidades locales, confiscación de tierras y recursos hídricos de los que millones de etíopes dependen para su sustento.
Uno de los principales objetivos del gobierno es hacer de Etiopía uno de los principales productores de azúcar en el mundo. Para conseguirlo se han puesto en marcha varios proyectos incluyendo uno enorme que se conoce como Kuraz Project que incluirá cinco fábricas de azúcar y 150.000 hectáreas de plantación de caña que dependerán de la presa Gibe III para su riego. Los estudios demuestran que este embalse podría reducir el caudal del río Omo en hasta un 70 %, poniendo en peligro los medios de vida de 200.00 etíopes y 300.000 kenianos que dependen del flujo de estas aguas para el pastoreo, la pesca y la agricultura.
En el informe del Oakland Institute se ofrecen ejemplo del fatal impacto que han supuesto las plantaciones de azúcar y algodón que ya están en marcha en Awash Valley, en la Región de Afar. Estos proyectos han reducido el acceso a la tierra y al agua de las personas y sus ganados, mermado la seguridad alimentaria, destruido mecanismos claves de supervivencia frente a las sequías y agitado conflictos violentos por el control de los recursos restantes.
En definitiva, según Oakland Institute, la estrategia de desarrollo del gobierno etíope rompe los mecanismos de supervivencia de su propio pueblo, destruye recursos naturales y repercute en los medios de vida de millones de ciudadanos. Todo ello, queda muy lejos de la propaganda oficial y del supuesto milagro económico de Etiopía.
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